La madrugada del 16 al 17 de mayo, Ceuta empezó a escribir una de esas crónicas que no se olvidan, la de casi 72 horas al borde del “abismo”. Durante cerca de tres días completos se puso en riesgo la integridad territorial del país en la escenificación de un claro chantaje de Marruecos a España que empleó a la ciudad autónoma como palanca. A punto de cumplirse un año de lo que se etiquetó como invasión o, también, particular rememoración de la Marcha Verde esta vez dirigida por Mohamed VI en honor a su progenitor, siguen parcheándose las heridas de una afrenta sin igual que puso en jaque el siempre endeble tablero de relaciones diplomáticas salpicadas por episodios más o menos delicados. Mayo no fue Perejil. Tampoco una simple crisis fronteriza. Mayo fue sin duda un patinazo histórico de un rey que envió riadas de familias y niños hacia Ceuta bajo engaños y mentiras y que recibió lo que nunca esperaba: la reprimenda unánime de Europa.
“Nunca olvidaré la información de la Guardia Civil en el comité del gabinete de crisis formado con la Delegación del Gobierno: entraban 90 personas por minuto”. Quien habla es el presidente de la Ciudad, Juan Vivas, con la tranquilidad de haber superado el que, sin duda, fue el episodio más delicado que ha vivido en su cargo. Esa mañana del 17 de mayo de 2021 tenía un viaje programado a Sevilla. “Sabíamos que se estaba produciendo una entrada irregular de marroquíes con una intensidad parecida a la que había habido un mes antes… Dudé si ir o no pero, como digo, era una situación similar, habían entrado unas cien personas… Estando en carretera ya nos llamaron para decirnos: ‘Mira que esto no es lo que ha ocurrido hace un mes, esto tiene más entidad’. Entonces decidimos volver a Ceuta y nos encontramos con el momento más crítico y difícil que ha vivido la ciudad, creo, en su historia reciente, en sus últimos 50 ó 60 años”.
Empezaba un camino complicado marcado sobre todo por la falta de información. Las entradas de marroquíes habían comenzado en torno a la una de la madrugada del 16 al 17 de mayo a través del espigón que separa Beliones de Benzú. Se empezó contando unas 20 personas, pero en la Guardia Civil llamó la atención un dato: Marruecos informaba de que no pensaba actuar y cada vez era mayor el número de hombres, pero sobre todo de mujeres y niños, que bordeaban la línea marítima a nado o en pequeñas barcas hinchables. Se estaba escribiendo, sin saberlo todavía, el episodio fronterizo más crítico en materia de seguridad y de relaciones con Marruecos.
Fue cobrando fuerza conforme pasaban las horas. El 17 de mayo al amanecer, tras una noche de goteo creciente, se habían superado las cien entradas. Horas después comenzaría la auténtica riada de personas a través de Tarajal. La línea fronteriza quedó difuminada ante la nula acción de Marruecos, que no solo permitió la entrada sino que la alentó, instando a adultos y menores a pasar a Ceuta a la carrera, a nado o saltando el perímetro fronterizo. Las dos bahías fueron durante 72 horas vía de pase para más de 12.000 personas. El Ministerio del Interior, un año después, no es que se niegue a dar la cifra exacta reclamada por todos los medios de comunicación: quizá ni la sepa dado el auténtico aluvión que se vivió en una Ceuta incapaz de soportar durante 48 horas más esa presión.
“Era una situación dramática, de angustia, inquietud y tensión. Las estimaciones y la capacidad de acogida estaban desbordadas, la ciudadanía tenía la percepción de ser invadida”, recuerda Vivas para FaroTV. “Fuimos responsables al actuar de manera conjunta con el Gobierno de la Nación porque entendíamos que esto no se podía resolver de otra manera. Era el Gobierno el que tenía las capacidades para afrontar la situación. Procuramos unidad en la Asamblea y aprovechar para contar lo que ocurría, trasladar la percepción de invasión y al mismo tiempo llamar las cosas por su nombre y pedir auxilio”, concreta.
El 18 de mayo España garantiza la soberanía e integridad territorial y busca enviar un mensaje de tranquilidad a Ceuta con la visita del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. A la movilización de las fuerzas de seguridad al completo se suma el Ejército siempre bajo coordinación de la Guardia Civil. El objetivo era dar seguridad a los ceutíes, evitar que siguieran entrando personas y tragedias. La visión al otro lado de los espigones, sobre todo el del Tarajal, era dramática. Marruecos había levantado a su gente y utilizaba a niños que, engañados, cruzaban a la carrera el paso. En esas horas, en esos días, se salvaron muchas vidas. Incontables. “Había que socorrer a los que necesitaban de auxilio humanitario” mientras se “movilizaba la acción diplomática. Esto había que resolverlo con la seguridad y acción diplomática para decirle a Marruecos que ese no era el proceder porque nos llevaba a situación irreversible”, confiesa Vivas.
“Dentro de la inquietud, el pueblo de Ceuta dio ejemplo de madurez, la imagen de la ciudad se puso en valor fuera de España, también la de las fuerzas de seguridad y los militares. La imagen de ese guardia civil con un bebé en brazos… esa fotografía dio la vuelta al mundo para bien de Ceuta”, valora un año después el presidente.
Ese agente, adscrito a los GEAS de la Benemérita, era Juanfran, uno de los ocho miembros del Grupo de Especialistas de Actividades Subacuáticas destinado en Ceuta. Aquella fotografía fue desacreditada por algunos medios marroquíes tildándola de falsa, pero ejemplifica unos momentos de auténtica tensión que pudieron haber llevado a una tragedia. “Estábamos recogiendo y ayudando a todas las personas que podíamos. Entre la multitud vi a una mujer que llevaba algo detrás, cuando me di cuenta de que era un bebé me lancé hacia ella nadando todo lo rápido que pude. Cogí al bebé y mi compañero fue a ayudar a la madre para hacerla llegar a la orilla. En un principio ni sabía si estaba vivo o no, simplemente lo recogí y fui a la orilla rápido donde estaban los servicios de emergencia por si necesitaba primeros auxilios, como mínimo para que entrara en calor”, rememora.
La fotografía de Juanfran con la bebé marroquí en brazos sacudió la imagen que a nivel internacional estaba dando un rey capaz de provocar o consentir la utilización de sus niños como punta de lanza. La opinión pública marroquí maquilló esa historia negando que ese rescate fuera real, indicando que esa fotografía era, en verdad, la de un militar turco rescatando a un bebé sirio. Pero no. Esa vida in extremis se salvó en Ceuta y fue gracias a la rápida intervención de un agente español.
“Hubo muchas familias, muchos niños. Mi compañero Montiel sacó a un niño de 3 o 4 años, lo rescató de debajo del agua como si fuera una sudadera, movió la ropa que flotaba hasta que dio con el niño”, detalla el agente. La imagen de Juanfran se hizo viral pero en el fondo fue una más de la ristra de vidas salvadas que consiguió la unidad GEAS de Ceuta. Aquellos días los recuerda enmarcados en una situación “excepcional. Nunca nos habíamos encontrado así, no éramos conscientes del tiempo que llevábamos, simplemente actuábamos”, reconoce. Era tal la presión que ni siquiera él es capaz de recordar el momento exacto en que lo hizo. “No sé si era mediodía, media tarde… Sé que era de día”. Sacó a la pequeña, que había cruzado a las espaldas de su madre, quien a su vez llevaba a dos niños más, entre una marea de personas envueltas en un auténtico caos. “No solo era la cantidad de gente, había ropa flotando, bolsas, mochilas… los compañeros que estaban en las embarcaciones no podían maniobrar bien porque podían hacer daño con los motores a las personas. Eso era algo descontrolado. En el momento no éramos conscientes, solo había que actuar. Fue complicado por la multitud y la cantidad de horas seguidas”, recapitula.
Ceuta lidiaba con una situación sin parangón. El Gobierno de España dio prioridad a resolver una crisis erigida en asunto de Estado. Luego, prácticamente de inmediato, llegarían los pronunciamientos europeos. Todo un bloque de acción político-diplomático activado para que Marruecos detuviera su chantaje.
“Vivíamos una sensación de angustia e inquietud. Particularmente se me saltaban las lágrimas porque no sabía el futuro que teníamos. Esta prueba tan exigente ha puesto de manifiesto que el Estado respondió. No conocíamos el futuro inmediato, no se sabía qué iba a pasar al día siguiente, porque ¿y si seguían entrando?, ¿y a qué venían, con qué finalidad? No sabíamos si iban a volverse o no. La vuelta a la normalidad significaba la salida de Ceuta de los que habían venido. Ha pasado un año y a día de hoy, la práctica totalidad adulta se ha ido y de menores lo ha hecho un 80%. Llegamos a filiar 1.100 y ahora quedan 320 aproximadamente. La Ciudad hizo un despliegue extraordinario de acogida y habrá que evaluar la reacción de los servicios de emergencia que, con escasas capacidades, pudieron acoger a los que convirtieron esto en una crisis humanitaria inédita en la ciudad. Hubo quienes se asentaron en los montes, en las calles… hubo más de 500 asentamientos. El estrés al que se vio sometida la ciudad fue enorme pero salió airosa. Ceuta es cuestión de Estado y tiene que haber una respuesta de Estado para atender las situaciones que se producen”, apunta el presidente de la Ciudad.
“Vinieron niños del colegio, menores que creían que venían de visita o a ver un partido de fútbol porque supuestamente jugaba Cristiano Ronaldo… Otros tenían examen al día siguiente, fue un verdadero drama. En mi intimidad particular lo viví con dolor, no había vivido nada igual. En Ceuta siempre existe esa leyenda de que cualquier día pasa un incidente irreversible. Lo llevamos desde que nacemos, pero también es verdad que sabemos que nunca nos vamos a doblegar, vamos a tener capacidad para salir adelante. Estaba esa dualidad para decir que es un golpe duro pero ahora viene una resistencia. Se confirmó que éramos un pueblo maduro que no perdió la calma y resistió. Si ponemos las imágenes de esos días y las de hoy, la situación es distinta. No exageramos si decimos que, lo que concierne al problema migratorio y de crisis, se ha conseguido controlar. Queda restablecer la confianza de los ceutíes y de los que quieran venir a invertir en la ciudad. Lo hemos pasado muy mal, pero Ceuta sigue en pie y saldrá adelante”, pondera Vivas.
Atrás quedan servicios complicados para quienes, a pie de playa o en las naves del Tarajal, tenían que salvar vidas y garantizar su adaptación. No había horas ante un caos nunca visto. Esos tres días de auténtica crisis, de entradas constantes y de presión se tejieron lazos de amistad que perdurarán siempre. Como los de Yeray, Munir, Francisco y Olalla, parte de la familia de Cruz Roja Ceuta. Son un ejemplo de los trabajadores de la entidad humanitaria a los que mayo les pesará siempre. Aquellos días con sus respectivas noches faltaban manos pero sobraba corazón. Cada uno se llevó a su casa, a su particular parcela de intimidad, una ristra de imágenes que perdurará por siempre. Ninguno pensaba tener que enfrentarse algún día a un reto como este.
“La primera llamada fue del 112, la Guardia Civil solicitaba nuestra colaboración por la entrada de 20 personas por Benzú. Nos pusimos en marcha con voluntarios de guardia, íbamos siete para una actuación que era de 20, pero cuando llegamos eran ya casi 50. Empezó la activación de más recursos, se veía la playa marroquí con afluencia de gente que entraba a nado. A las siete de la mañana empezaron a entrar también por Tarajal y tuvimos que activar al personal que teníamos; al segundo día llegó un equipo de ayuda del ERIE nacional con refuerzos para poder hacer relevos hasta el fin de la intervención”. Son palabras de Munir El Hichou, responsable de socorro y emergencias en Cruz Roja Ceuta. Uno de los integrantes de la entidad que acudió al espigón fronterizo para atender lo que en principio era una entrada rutinaria de personas que terminó rompiendo cualquier previsión posible.
“No nos lo esperábamos, salimos con lo que teníamos y tuvimos que volver a por más material, estábamos a verlas venir”, añade, en lo que fue la actuación más grande de las llevadas a cabo por la ONG con la gravedad de estar produciéndose además en plena pandemia. “La situación era complicada, había situaciones que parecía que estaban controladas pero nos encontrábamos al momento con una parada por ahogamiento, por ejemplo”, puntualiza Yeray Salgado.
“Había momentos de angustia porque la gente se aglomeraba y te daba cosa porque les pasara algo. Se pisaban y en el agua era igual, muchos no sabían nadar y temíamos que ocurriera algo. Nos dedicamos a que no les pasara a que no se ahogaran y llegaran bien a tierra. Al principio podíamos ayudar bien, pero después no podíamos estar con todos, entonces íbamos a por los más vulnerables, a acompañarlos a las naves, guiarlos. Mucha gente entraba bien y seguía a la ciudad, teníamos que atender a los más vulnerables”, completa Munir.
Cruz Roja tiene en su historia múltiples intervenciones en atención a personas que llegan en embarcaciones y también se ha enfrentado al control de cientos de inmigrantes tras cruzar el vallado, muchos de ellos en malas condiciones físicas. Pero lo de mayo fue algo sin comparación. Sin duda, lo más impactante a lo que tuvieron que enfrentarse debido a la gran cantidad de personas entrando a la vez y de forma constante, sin parar. El mar estaba lleno, el arenal igual, y, a lo lejos, se apreciaba el acercamiento de filas y filas de personas, todas con el mismo objetivo: cruzar a Ceuta.
Trabajadores y voluntarios de Cruz Roja funcionaron como una máquina perfecta. No había galones, solo coordinación para resolver cuanto antes las incontables incidencias que se producían. Había que sacar a niños del agua, pero también colaborar en rescates extremos. Ahí quedaron las imágenes de bebés que había que pasarlos entre las verjas de la frontera u otros que, sin adultos a su cargo, se encontraban en el agua sin saber realmente por qué habían saltado el espigón.
Olalla Ramos es gestora de voluntariado, socorrismo y emergencias de Cruz Roja. Aquella noche fue una más entre los compañeros. Ella, al igual que Yeray, Munir o Francisco, fue activada para un grupo inicialmente reducido que después terminó dando forma a una crisis humanitaria sin comparación. Reconoce que el hecho de que el proyecto de las naves estuviera operativo fue determinante porque permitió contar con una infraestructura para atender a los marroquíes pasados los días de entradas masivas. Olalla se llevó a su casa múltiples recuerdos de lo vivido esos días, pero sin duda no se le olvida el de una mujer subsahariana que cruzó a nado con su bebé a la espalda. “Ellos no saben nadar, la desesperación se notaba a leguas. La vi con su hijo a la espalda y tenía que sacarlo ya porque no sabían llegar. Los sacamos a los dos y yo me metí rápido al bebé dentro de mi chaquetón, del polar que llevaba. Llegó tiritando, en hipotermia”. Esos días se salvaron muchas vidas. Algunas fueron más mediáticas, como el bebé que elevó con sus manos el GEAS Juanfran, otras quedaron en la memoria de quienes tuvieron que actuar. También hubo situaciones incomprensibles que demuestran hasta qué punto Marruecos fue capaz de jugar con sus propios ciudadanos.
El enfermero de Cruz Roja Francisco Álvarez recuerda la cantidad de personas diabéticas a las que tuvo que atender esos días. “Cuando tienes una entrada pueden venir uno o dos, pero no era normal tanto flujo diciendo todos que eran diabéticos. Sucedía porque venían en busca de cura para la diabetes, venían engañados”. Y como ellos muchos niños y madres cargando con bebés a los que después había que atender. “Había que actuar lo antes posible, con cabeza, no te podías parar a pensar, te salía innato”, recuerda Olalla. “Había muchas personas diferentes, adultos, madres con niños, otros solos...”.
Los voluntarios y trabajadores de Cruz Roja no se iban prácticamente ni a casa. Las ambulancias se convirtieron en camas improvisadas por turnos. Nadie regresaba al hogar, querían servir de ayuda si había picos de presión. Y vaya si los hubo, durante casi 3 días seguidos y con la tensión de no saber cuándo terminaría todo. “Pensamos que esto no iba a acabar, había mucho trabajo poco descanso… pero el lazo de compañerismo se hace grande, fuimos una familia esa semana”, recuerda Olalla, como también la noche en la que la llamó su madre para preguntarle cómo estaba y solo pudo romper a llorar. De impotencia, de cansancio, de tensión, como válvula de escape ante una situación de la que todos estaban siendo testigos, viendo a personas que llegaban en malas condiciones. “No se asimilaba, era trabajar y trabajar. Fue bastante duro, había que estar preparado psicológicamente para afrontar todo eso, fue impactante”, completa Francisco.
Esa dureza la vivió también la Guardia Civil, que se armó como una piña para atender una situación histórica. En todas las áreas sonaron las alarmas. Había que estar ahí, y ahí estuvieron. Las primeras horas de la madrugada del 16 al 17 de mayo los guardias civiles a los que les tocó servicio vieron el inicio de una noche distinta a otras sobre todo por la nula reacción marroquí, que se cerró en banda a cualquier tipo de cooperación. Hacía justo un mes, un domingo, decenas de personas se habían arrojado al agua sin que los agentes fronterizos del vecino país hicieran algo por evitarlo. Ahora se repetía la historia, pero por los dos extremos del perímetro y contándose por miles las entradas.
El Servicio Marítimo, como los GEAS, tuvo que repartirse la acción en el mar. Un medio traicionero que ofreció su peor cara. Cientos y cientos de personas ocuparon el arenal, el agua, las proximidades de los espigones… una masa humana con extremo peligro de ahogamiento o aplastamiento en el mar. José Antonio, teniente del Servicio Marítimo, recuerda que llevaban ya toda la tarde viendo que se acercaba gente fuera de lo normal, por lo que se produjo la activación de los GEAS y el Marítimo con todos los refuerzos. El episodio más fuerte se viviría en la madrugada del 17 al 18 de mayo. Toda la Guardia Civil, Policía Nacional y Local estaba dispuesta y esa misma noche se requirió ya la movilización del Ejército, contando con soldados de Infantería, Regulares y Legión para, a pie de playa, cooperar con los guardias civiles.
“Creamos un círculo con los GEAS” con agentes a nado en el agua y “nosotros con embarcaciones para atender a los que se abrían más, en una labor siempre enfocada al servicio humanitario”, explica el agente. Hombres, mujeres y niños nadaban hacia Ceuta, algunos bordeando únicamente próximos a la orilla, pero otros abriéndose más y cansándose en plena ruta lo que llevaba a que los agentes los auxiliaran subiéndolos a la embarcación ante el riesgo de ahogamiento. “Tratamos de salvar vidas. Eso es lo que hacíamos”, detalla.
“Delicado fue desde que empezó hasta el fin por la constante afluencia de personas que se tiraban al agua más próximos a la orilla o menos. No sé cuantas personas llegaron a pasar, por los medios se han barajado diferentes cifras, se lo pueden imaginar. Nos veíamos desbordados pero no perdíamos la serenidad. No daba tiempo a más, solo trabajar y trabajar. Las noches, obviamente, nos ayudábamos con focos del espigón y de las patrulleras y tratábamos de movernos lo menos” posible “porque no podíamos meternos en el centro del personal, era muchísima gente”, aclara.
La Guardia Civil llevaba días haciendo servicios que podrían calificarse de particulares, pero nunca se pensó llegar a lo ocurrido. “Nunca nos imaginamos ese tamaño o características, era impensable, no se le pasaba por la cabeza a nadie. Verdaderamente llegué a pensar que no se acababa nunca, no es lo mismo contarlo desde fuera que verlo dentro. No hacía más que pasar gente, la playa estaba llena y seguían pasando. Fueron 24 horas entrando personas sin cesar. Hay que estar preparado porque no te queda otra e intentamos minimizar que la situación fuera a más y que no hubiera fallecidos”.
El Ministerio del Interior nunca ha ofrecido datos oficiales sobre cuántas personas realmente entraron en esas 72 horas. Los oficiosos se redujeron a 12.000 o 13.000, quizá realmente ni se supo dado el desbarajuste creado. Las calles de Ceuta se transformaron. Cientos de personas deambulaban sin saber realmente a dónde ir, a los asentamientos se sumaron iniciativas solidarias de ceutíes que abrieron sus hogares para dar de comer a familias al completo. Cruz Roja no solo atendió las emergencias sino que también desplegó a su gente para mantener en el tiempo la atención debida en el ámbito social. Rabea Mohamed, técnico de proyectos de la entidad, y Sandra Moreno, responsable de acompañamiento a jóvenes en riesgo social, recuerdan cómo se tuvieron que activar para atender a las personas que, llegadas a Ceuta, requerían de cuidados.
“Lo recuerdo como un momento de angustia e impotencia. Como trabajadoras del área de intervención social no entramos directamente a colaborar, eso se hizo desde el área de Socorro y Emergencias. A nosotros, cuando entraba gente mayor, con familia y menores, nos fueron avisando en todo lo relacionado con las donaciones de alimentos, agua y también para las entregas de ropa”, recuerda Rabea. “Al principio fueron momentos muy duros”, completa Sandra, no había espacio para organizar dónde se quedarían las madres con los bebés, los menores… y había que hacerlo por edades.
“Tanto a nivel de entidad como personalmente, la situación te desbordaba, sin recursos humanos, no sabíamos cuando íbamos a terminar, si iban a seguir entrando… Muchas administraciones estaban implicadas y eran momentos de angustia. Las madres venían con niños pequeños, sin comida, fue muy duro”, recuerda Rabea, que no olvida los condicionantes propios de la pandemia en la que se estaba, con un pico de casos covid que obligaba a extremar las medidas de seguridad. “No teníamos respuesta pero debíamos continuar trabajando. No daba tiempo a dar más abrazos o consuelo, no podíamos parar. Los voluntarios se movilizaron, todos queríamos echar más horas. Fue muy duro pero también muy satisfactorio”.
Las imágenes de los niños se quedaron grabadas en la mente de todos. Los hubo muy pequeños y solos, que no alcanzaban ni los 5 años pero ese día cruzaron a Ceuta porque les dijeron que lo hicieran. Había pequeños que tenían examen al día siguiente, otros que estaban en clase cuando les avisaron que marchaban de excursión… Lo duro fue verlos pero también comprobar que sus padres no querían después que regresaran, quizá pensando que tener un hijo en Ceuta era algo así como colocar una pica en Flandes.
“Muchos niños querían volver a sus casas”, explica Rabea, quien tuvo que ejercer también de traductora. “Nos encontramos con casos duros, querían volver pero sus padres les decían que se quedaran. ¡Cómo unos padres viendo a sus hijos, cuando no había sitio aquí para alojarlos en condiciones, querían que se quedaran! Esa impotencia de los niños que querían volver y los padres les decían que no…”, recuerda, fue lo más impactante. “Algunos querían regresar porque al día siguiente tenían un examen, la mayoría pensaba que era una aventura, una excursión o un juego, les habían dicho de ir a Ceuta y pensaban: vamos y volvemos. Pero se encontraron con que no era lo que esperaban”.
El pensamiento generalizado era qué iba a pasar si seguían entrando más y más personas. Porque aquella crisis parecía no tener fin. “No sabíamos qué iba a pasar, era el día a día. Te centras en el trabajo, había que ayudar y prestar atención. Algunos buscaban un futuro, otros habían venido engañados, eran sentimientos de impotencia, rabia… que usaran personas para otros fines que no eran los que tenían que ser…”.
Tanto Sandra como Rabea coinciden en que lo sucedido les hizo ser más fuertes. Reconocen el “orgullo por la respuesta y la solidaridad generada. A nosotros como entidad, esto nos reafirmó en los principios, en el orgullo de ser Cruz roja”, explican, en unos momentos en los que todos fueron a una: directores, técnicos, responsables…. “Los que teníamos ideas más claras las aportábamos, fue un momento de unión que se extrapoló a otros colectivos”, matiza Sandra.
Aquello parecía un sueño, una película o una pesadilla de la que no se iba a despertar. Se afrontó como se pudo, sacando adelante una crisis sin igual, haciendo especial hincapié en esos niños solos que quedaron bloqueados en Ceuta.
A la fiscal jefe Silvia Rojas y al fiscal de menores, José Luis Puerta, les llegó la noticia de la entrada masiva como a cualquier otro ciudadano. Toda Ceuta asistió en directo a algo que no fue normal, que no fue ordinario. Como máximos responsables del área les preocupó la situación en que podían encontrarse los adultos y menores que habían pasado los espigones. “No fue hasta el 19 de mayo cuando el GRUME de la Policía Nacional puso en conocimiento que había menores en el Tarajal, había problemas de coordinación entre Ciudad y Delegación para atenderlos”, explica el fiscal de menores, José Luis Puerta. “Fuimos y comprobamos que había 800 menores en unas condiciones deplorables, había que adoptar algún tipo de medida”, le refrenda la fiscal jefe, Silvia Rojas.
Los problemas de coordinación eran sobre todo por el protocolo de determinación de edad. En esas condiciones en las que estaban no se podía hacer porque eran muchos los menores. El área de Protección de la Ciudad Autónoma esperaba la determinación de edad, pero la atención inmediata era imprescindible. “Eso fue lo que coordinamos de inmediato, en contacto con Delegación y la Ciudad para solucionarlo”, recalca Puerta.
“La situación fue caótica, nunca se había producido una entrada de tantas personas y a pesar de la respuesta que se había intentado dar era así”, recuerda Rojas, en unos momentos además en los que el tema del covid estaba en auge, con lo que todo era mucho más temerario. “Cuando llegamos” a las naves “hacía mucha calor. Habían puesto toldos, pero los menores estaban en el suelo y las naves estaban… parecía todo derruido. Habían puesto zonas de filiaciones, otra de covid… pero era caótico. La comida no había llegado. La situación con los menores se encontraba desbordada”, añade. Así, se trató de coordinar a las distintas entidades con llamadas a la consejería de Asuntos Sociales y Menores pero también a la Delegación del Gobierno. “Había miembros allí, pero tratamos de que se coordinaran rápido y ágil, sobre todo por la situación de los menores”.
En momentos de caos y descontrol, urge un orden. Y ese fue el que se quiso aplicar desde la Fiscalía de Ceuta, que convocó dos reuniones: una el 25 de mayo y otra el 17 de junio para sentar a la misma mesa a las administraciones, Ingesa, forense, Policía… haciendo así un protocolo de determinación de edad y buscando encaminar la actuación más ajustada. Desde la Fiscalía General del Estado se apoyó a la de Ceuta con recursos. El Ministerio de Justicia dispuso a dos funcionarias extra para tramitar los procedimientos y además todos los fiscales del área de Ceuta asumieron la carga que supuso aquella entrada masiva a todos los niveles. En su memoria el Defensor del Pueblo valoró específicamente el ejemplo dado en la ciudad en el ámbito judicial para hacer frente a esta crisis. El reconocimiento de la institución fue recogido de manera explícita.
“Las llamadas fueron constantes, la Fiscalía General del Estado se puso a disposición de Ceuta, nos hemos sentido arropados ya que nos dotaron de medios materiales y personales”, explican ambos.
Puerta y Rojas son profesionales, pero también padres. Como todos, aquellas jornadas se llevaron a sus casas imágenes difíciles de asumir. “La situación era bastante espeluznante, sobre todo cuando llegamos a las naves”, rememora Puerta. “Al verlos hacinados: grandes, pequeños… fue dramática y eso te lo llevas a casa. Somos personas, no solo tienes en cuenta la carga de trabajo. A nivel local era de absoluto caos, piensas en los que van a dormir ahí. La situación era delicada”, apostilla Rojas. En los recuerdos, Puerta se queda con esa fotografía de unas niñas de entre 5 y 6 años agarradas a otra de 12 y ambas llorando en un escenario que les era desconocido por completo. Rojas a unos hermanos que venían juntos, pequeños y se toparon con unas naves como único hogar posible.
Los niños, precisamente ellos, fueron el eslabón más débil de esa cadena tensada por un Mohamed VI que burló todo tipo de cuidados y atención a sus propios nacionales. Catalina Perazzo, directora de Incidencia Social y Política de Save The Children, recuerda que la entidad se enteró de esa crisis humanitaria como todos, “a través de las noticias”. “Fuimos conscientes de la situación que estaba teniendo lugar y llamamos inmediatamente a la jefa del Área de Menores para ponernos a su disposición y ver cómo podíamos colaborar, ya que llevábamos tiempo trabajando y viendo cómo se hacían las cosas aquí en protección de menores”.
Antonia Palomo les trasladó que el tema se gestionaría bien, conforme a la legalidad. “Ella lleva mucho tiempo dirigiendo el Área de acuerdo con los derechos del niño. Nos pidió tiempo para organizar el dispositivo y así fue. Diseñamos un proyecto y desplegamos un equipo para venir aquí a Ceuta. Pusimos en marcha un equipo con intérpretes, mediadores y especialistas en protección de la infancia e infancia no acompañada para hacer entrevistas con las que detectar necesidades y vulnerabilidades en esos chicos y chicas para dar información al Área de Menores con la que tomar las decisiones oportunas. Trabajamos muy de la mano con el equipo de la Ciudad para recoger y utilizar toda esa información”, detalla Perazzo.
El Gobierno de Ceuta tuvo que habilitar teléfonos para atender las llamadas de padres que preguntaban por el paradero de sus hijos. El Faro de Ceuta dispuso un espacio propio en su página web para colgar las imágenes de niños buscados por sus padres. Eso fue lo más duro: había familias que no sabían si sus niños habían llegado a cruzar con vida el espigón. Si bien luego rechazaron que volvieran a casa, querían tener datos sobre su paradero y comprobar que estaban bien.
Lo de Ceuta fue distinto a todo. Save The Children ha trabajado en múltiples contextos de crisis, pero este tuvo sus singularidades. “Efectivamente hemos estado en muchos contextos humanitarios. La diferencia fundamental es que España no es un país que no pueda poner los medios para atender una situación de crisis como aquella. En cualquier caso entendimos que hacía falta apoyar y por eso vinimos aunque no tenemos presencia habitual en la ciudad. Lo más característico es que hablamos de una ciudad de solo 19 kilómetros cuadrados desde la que no se podían producir traslados. Eso ponía en riesgo los derechos de los niños y niñas porque no se podían dar respuestas en condiciones dignas a todos ellos”, significa Perazzo.
Lo que sucedió prueba la necesidad de mecanismos y planes de contingencia para hacer frente a posibles situaciones parecidas en la Frontera Sur. Desde esta onegé se tiene claro que “lo que tuvo lugar evidencia una vez más, con cifras mucho más elevadas de las que vemos todos los años, que hace falta tener organizada una respuesta desde todos los ministerios y administraciones a distintos niveles para que no sea únicamente la Ciudad Autónoma la que deba responder. Hace falta un mecanismo nacional de derivación que funcione y que esté dispuesto ante cualquier tipo de llegada, no solo frente a una urgencia, sino de manera estable, porque Ceuta siempre ha tenido infancia no acompañada en cifras considerables”.
“La respuesta en términos de emergencia fue rápida para las necesidades más inmediatas aunque se alargó mucho en el tiempo. Se tendría que haber puesto más recursos, tendría que haber habido más traslados y mucha más corresponsabilidad por parte del resto de las Comunidades Autónomas y del Estado. Después vimos que en términos de escolarización o de condiciones de acogida las cifras no eran asumibles para una ciudad como Ceuta”, concreta.
Ceuta dio la vuelta al mundo y lo hizo a todos los niveles. Sin duda se consiguió una reacción prácticamente unánime a nivel local, nacional y europeo de condena a Marruecos por lo que había provocado. Más de 150 medios de comunicación se desplazaron a Ceuta para informar in situ de lo que ocurría. La propia Isabel Brasero, responsable de Comunicación de Cruz Roja, tuvo que gestionar la atención a, en concreto, 158.
“Fue la mayor movilización de recursos humanos y materiales de la entidad, jamás habíamos visto de tal forma un incidente de esta magnitud. Empezamos como una entrada más de las muchas que se han vivido pero después nos dimos cuenta de que era diferente al resto de entradas que estamos acostumbrados a vivir. Mi voz fue la que dio esa imagen a lo que pasaba, al personal sanitario, ámbito social, psicólogos... Nunca antes habíamos trabajado tantas personas a la vez, nunca habíamos vivido esto, la respuesta fue magnífica. Muchas personas se prestaron a hacerse voluntarias y venían a ayudar a la playa y a las naves. Como comunicación me di cuenta de la importancia histórica del momento que vivía Cruz roja y Ceuta porque nunca nos vimos ante una situación así”.
“Afortunadamente nuestro personal, gracias a los entrenos continuos, reaccionó bien. Fue cuestión de organizar todo y funcionar como una maquina perfecta. Lo digo con orgullo porque todos lo hicieron de maravilla, no pudo salir mejor, trabajamos codo con codo. Hubo muchos momentos complicados, hacia frío, estábamos grabando y teníamos que salir corriendo a ayudar a alguien con dificultad. No podíamos hacer otra cosa. Vimos muchos niños pequeños, fui testigo del abrazo de Luna a Adou, pudimos ver en los días posteriores cómo llegaban cuerpos que no habían superado la entrada. Llevo 27 años en la institución y este mes de mayo no lo olvido en la vida, ha sido lo más importante que hemos tenido que comunicar y sobrellevar. Como persona he vivido mucho pero hasta ahora ha sido lo más grande a nivel emocional que he visto. Llegaban miles y miles de personas, mirabas al horizonte y no había un fin, veías una marea humana, gente gritando, llorando, venían muchos engañados”, confiesa.
Ceuta dio una lección al mundo. Hoy, un año después de todo aquello, sigue habiendo asperezas que limar y una crisis que dejar adormecida ante el nuevo panorama de relaciones con Marruecos al que aspira España. Un nuevo panorama que deja claro que no habrá más acciones unilaterales. Y eso, interpretado por todos, significa que no habrá más mayos, que no habrá más chantajes, que no habrá más gestos. Es a lo que se aspira en unos momentos de luna de miel enrarecida por el espionaje de Pegasus y el baile de cifras de apertura de las fronteras que ha terminado con el anuncio de una fecha: 17 de mayo. Y el círculo parece que se cierra. Un 17 de mayo, Marruecos tensó la cuerda como nunca. Un 17 de mayo decide reabrir sus pasos terrestres, el guiño que faltaba para la recuperación de una normalidad que el tiempo se encargará de calificar o no como nueva.
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