Vox-Ceuta va camino de dar la campanada en eso de hacer el ridículo sin despeinarse siquiera. El partido que quería comerse la ciudad a base de generar recelos y sostenerse en un lenguaje más propio del odio que de la construcción se mantiene como un club de amigos transformado en un auténtico esperpento.
Divididos, el grupo oficial -por llamarlo de alguna manera- se dedica, cual críos de guardería, a colgar en sus perfiles en redes sociales fotografías en las que borran a dos de sus diputados -Verdejo y López- o, si no pueden hacerlo, evitan nombrarlos.
Los ‘díscolos’ se dedican, por su parte, a hacer su propia campaña. Cuando no les queda más remedio que estar unidos en el mismo escenario, ya ven qué fotografías nos ofrecen: ni miradas, ni contacto, ni comunicación en los plenos, que es el único lugar en el que podemos tener esa imagen conjunta.
Este es el nivel de un partido político que ha sido incapaz de mirar más allá de su propio ombligo y solo ha buscado crear problemas sobre los que ya existían o generar tensiones precisamente en los momentos en los que era necesaria la unión y la responsabilidad.
Aquel ‘equipazo’ que se frotaba las manos con la entrada masiva de mayo de 2021, que cada vez que había un suceso buscaba cómo culpar a los menores extranjeros no acompañados mintiendo sin rectificar después y que se infiltraba en sectores profesionales sensibles se arrastra, ahora, movido en el ridículo de enfrentarse en su propio corrillo y airear sus vergüenzas a todos los demás.
Esa es la categoría de los que se erigen en ejemplo de la transparencia y la integridad, cuando son incapaces ya no solo de poner orden en sus propias filas sino de comparecer públicamente y explicar qué cachondeo se traen entre manos.