Después de pasar unos días incómodos gracias a una molesta alergia veraniega y en pleno proceso de toses secas y afonía nos dirigimos a pasar unos días explorando el Valle de Pineta en las inmediaciones del rudo pueblo de Bielsa. Ciertamente, cuando me alejo del mar en estas circunstancias de afecciones alérgicas siempre lo paso mal, pero la perspectiva de visitar una de las zonas más escarpadas e interesantes del Pirineo me mantenía la moral y me animaba pensando en poder bucear y tomar imágenes de los bellos lagos pirenaicos para compartirlas con mi colega científico Kike Ballesteros.
También pesaba mucho poder saciar mis ganas de entender algo sobre la compleja geología pirenáica gracias a los artículos proporcionados por el geólogo del Museo del Mar y amigo Paco Pereila. Por lo tanto, me fui en un torbellino de alergia, mocos y expectativas con mi Pakiki, los sobrinos catalanes Joan y Martí y por supuesto nuestros incondicionales canes Aman y Agrom. También hay que indicar que antes de iniciar nuestro viaje al norte pasamos por Tarifa para recoger unos cuantos ejemplares de nuestra recién impresa obra sobre el litoral marroquí, que tantas ganas teníamos de tener en nuestras manos y disfrutar de la materialización del trabajo realizado con tanta dedicación y cariño. De esta manera también le podíamos dejar un ejemplar a Juan Serrais y Ana Clopés que son los padres de nuestros queridos sobrinos barceloneses y tuvieron la amabilidad de traerme un medicamento (los dos son dos buenos profesionales de la farmacia hospitalaria y trabajan en hospitales de referencia en Cataluña) que mitigó mis males, pues con el calor y la calima que estaba haciendo la alergia no remitía.
Una vez alojados en el apartamento de Bielsa comenzamos al día siguiente con la primera excursión al Ibón de Plan situado a 1900 metros más o menos, es muy somero con apenas dos o tres metros de profundidad y con un fondo lodoso que desarrolla plantas que he visto ya en algunos de los lagos catalanes. Además del bello paisaje sumergido de plantas acuáticas y de algas verdes calcáreas del tipo de las Charas en este lago había una gran concentración de gasterópodos de concha delicadísima que pertenecen al género Limnaea y que pueblan el fondo lodoso del mencionado lago de montaña. El entorno es espectacular, rodeado de crestas calizas con algún afloramiento de rocas magmáticas en alguna de las laderas cercanas al lago. Ya en el apartamento y después de descansar del implacable sol de montaña y descargar las imágenes de este día empezamos a planificar la siguiente excursión a los Ibones (lagos) de Munía. Esta era una subida muy diferente pues el lago se encontraba a 2700 metros de altitud y teníamos que superar un escarpado desnivel con la carga del equipo de buceo ligero y las cámaras.
La alergia no me lo puso fácil, pero el esfuerzo mereció la pena pues nos encontramos con una zona todavía helada y una isla rocosa preciosa en uno de sus extremos. Otro lago más pequeño y elevado lo drenaba y en su superficie tenía todavía una considerable capa de hielo flotante. El agua helada no nos amedrentó pero incluso con guantes el agua hacia daño al contacto con la piel. Mientras flotaba en esa extensión gélida rodeada de hielo y rocas se puede imaginar un entorno polar pues en gran medida los ecosistemas de alta montaña conservan muchas semejanzas con las zonas polares y permiten el desarrollo de plantas que se dan en las elevadas latitudes donde los hielos permanecen la mayor parte del año. El Ibón es muy bello pero sin vida vegetal aparente, aunque con un conspicuo insecto buceador con pinta de coleóptero del género Gyrinus, un activo nadador mientras me movía a través de las cristalinas aguas de montaña. Solo pude soportar cuarenta minutos de inmersión de aquí para allá pero las zambullidas y las imágenes captadas merecieron la pena; el azul y la piedra, el sol iluminando los fondos yermos, el hielo, la quietud del momento, el silencio bajo el agua y la contemplación de las montañas alrededor son en sí mismos toda una experiencia. Estos son los regalos que ofrece gratuitamente el Pirineo y su vasta naturaleza a quienes hacen los esfuerzos necesarios para alcanzar sus rincones secretos. Bendito trabajo muscular y sudor e incluso el necesario cansancio después de una dura jornada; maravillosas aptitudes que hace que nuestra especie sea muy versátil, con grandes capacidades para colonizar la mayor parte de las tierras emergidas del planeta. Me siento satisfecho de mi naturaleza animal.
La más gratificante de todas las excursiones fue la última que hice junto a mi sobrino Joan, pues los dos teníamos ganas de subir al balcón de Pineta que nos acercaría a la base del cilindro de Marboré y al glacial del Monte Perdido. Joan estaba muy excitado e incluso soñaba con llegar a subir alguna de las crestas cercanas pero, una vez arriba, nos dimos cuenta de que era inviable si no hacíamos noche en el lugar. Durante el recorrido pudimos observar con claridad los niveles de turbiditas, unas rocas calizas que se formaron hace unos 40-50 millones de años por deposición sedimentaria justo cuando se creaba la cordillera actual de los Pirineos y se estaba cerrando el brazo de mar que los albergaba; los conglomerados provenientes de los primeros deltas que se formaron al clausurarse los restos del mar ancestral son visibles en algunas zonas del ascenso. Disfrutamos de antiguas rocas como las areniscas de color ocre o las calizas paleozoicas con los huecos dejados por los rudistas (un tipo de molusco bivalvo extinguidos hace unos 70 millones de años).
Una vez superado el balcón de Pineta nos encontramos con un paisaje colosal que muestra picos de más de 3000 metros y otros espectáculos geológicos dignos de mención: las torsiones de los pliegues montañosos producidos durante el choque de las placas de Eurasia e Iberia, preciosas calizas grises organizadas en grandes bloques transportados por las antiguas morrenas de los glaciares y también algunas esponjas fósiles de difícil distinción. A lo lejos se divisaba el glaciar ya menguado que había reinado en el valle hace 65.000 años y que todavía mostraba su dura lengua blanco-azulada. Entre flores y aves alpinas nos fuimos acercando al lago para tomar un baño y reflexionar sobre la subida realizada y lo que significaba interiormente para cada uno; pocas palabras y muchos suspiros llenan estos momentos íntimos con la montaña en las inmediaciones del glaciar menguante que espera su momento para volver a resurgir como bien nos enseñan los ciclos climáticos planetarios estudiados por las ciencias de la tierra.
Después de darnos ambos un gélido, maravilloso y peculiar baño en el lago me paré un rato a contemplar los bellos pliegues del Marboré, torturados por el choque convergente de placas que formó el Pirineo, e interiormente me pregunté si Joan sería el hombre que esperamos, honesto y firme, que pedirá consejo a sus mayores, amará la naturaleza, tendrá una visión circular de la historia y escuchará reflexivamente la voz de su propio corazón. Espero que sea un librepensador que tome las decisiones correctas y no se defraude a sí mismo; así creo que deben ser los hombres y mujeres que necesita nuestra dislocada civilización para mejorarla en el futuro. Seres empáticos con la causa de la humanidad que amen lo salvaje y huyan de la mediocridad, del confort y que sepan decir no a muchas banalidades; seres capaces de sentir la trascendencia y que luchen por alcanzar una consciencia y una ética avanzadas. Tanto el lago como las montañas me susurraron que sería así, por lo que suspiré tranquilo y, confiado en mis propias sensaciones e intuiciones; acto seguido le comenté a mi sobrino algo sobre Alexander Humboldt y su mítica subida al Chimborazo pero no tuve más tiempo para hablarle de mi admirado Dino Buzzati. Después de una paciente espera de Joan mientras yo hacía fotos por doquier y hablaba solo durante un rato con rocas y flores nos decidimos a volver al mundo de abajo. Con el alma y la mente bien alimentadas de naturaleza y sano esfuerzo físico bajamos motivadísimos, dando brincos por la empinada ladera, y sobrepasando a todos los que pudimos, nos reunimos finalmente con el resto de la familia, que esperaba allá en el prado.