Dieciséis imponentes navíos de guerra se dibujaron sobre el horizonte marino el 18 de abril de 1692. La tranquilidad de los vecinos se vio interrumpida por aquella presencia inesperada. La gran flota que se aventuró en la costa de levante de Ceuta tenía, en realidad, otro destino: Inglaterra.
Sin embargo, aquella expedición combativa de dos de los barcos se truncó. Ambas, pertenecientes a esa batería ofensiva liderada por Víctor Maríe d´Estrées, se vieron abocadas al desastre. Aquel viaje que comenzó apenas un mes antes en Tolón finalizó estrepitosamente. Al mismo tiempo, sus pasajeros rápidamente se convirtieron en carne de naufragio.
Bajo órdenes de Luis XIV, su misión era adentrarse en las aguas de Brest enviar a la zona un nutrido grupo de embarcaciones dispuestas a invadir el país anglosajón. La intención del monarca era derrocar a Guillermo III de Orange para devolver el trono a su aliado, Jacobo II.
Su plan no tenía precisamente un fin altruista. Más bien era una estrategia bien estudiada para que, el conocido como el rey del Sol, lograra expandir su poder por territorios alemanes. La contienda se desarrolló en el contexto de la Guerra de los Nueve años, en la que estaba involucrada la coalición de la Liga de Augsburgo, a la que pertenecía España.
Naufragio
El proyecto no salió como lo esperado y desembocó en el naufragio de dos de los navíos, específicamente, Le Assuré y Le Sage. La desgracia se apoderó de ambos y el accidente se saldó con la muerte de muchos de los tripulantes.
Otros, en cambio, consiguieron salvarse de su final gracias a la ayuda de ceutíes que acudieron a la zona para ayudarlos. Eran fundamentalmente marineros acompañados por oficiales, suboficiales e infantes de marina.
Sin embargo, este acto de hospitalidad terminó en el momento en el que fueron apresados por orden del gobernador local, Francisco Bernardo Baraona. La decisión partía del hecho de que, en ese momento, España y Francia estaban enzarzadas en una guerra. Una parte de los detenidos permanecieron en la casa del propio dirigente. Se sospecha que los restantes fueron retenidos en casas de particulares.
Desplazados a Cataluña
No permanecieron por mucho tiempo en la ciudad. Su estadía finalizó en cuanto se dio la oportunidad de desplazarlos a Cataluña para ser canjeados. Un total de 480 personas se salvaron de perecer en el oleaje.
Otros tantos no tuvieron esa suerte. Perdieron la vida en el mar 317 navegantes. A día de hoy no se sabe a ciencia cierta dónde descansan en paz sus restos. Las olas empujaron a los dos barcos a su naufragio frente a los Isleos de Santa Catalina y los escollos del Sauciño.
La flota que pasó por Ceuta era tan solo una parte del total destinado a combatir. Esta no llegó a buen puerto. El accidente en los Isleos de Santa Catalina retrasó su recorrido, lo que le impidió participar en la ofensiva. La misión no obtuvo el éxito deseado. Finalmente, el conjunto anglo-holandés derrotó al francés en la batalla de La Hougue.
Antes de transformarse en un amasijo de madera, Le Assuré poseía una eslora de 43 metros, tres palos y portaba 60 cañones en dos puentes. Le Sage le aventajaba en edad. Se alzaba hasta los 40 metros y albergaba 53 piezas de artillería. Ambos transportaban armas similares. La mitad eran de hierro y las restantes de bronce.
Población pequeña
La población de aquel siglo XVI distaba mucho de la actual. Solo residían en la localidad 3490 habitantes. Buena parte de ellos eran militares, en concreto, 1240. Los investigadores Juan y Juan Antonio Bravo consideran que, una vez atendidos a los náufragos, sacaron provecho de las provisiones que acarreaban consigo las embarcaciones.
“Es muy probable que dieran buena cuenta de ellas, sobre todo, al ser tan necesarias en una ciudad aislada y pobre en recursos”, señalan en un artículo publicado en este periódico.
Ambos decidieron indagar en esas huellas que dejó tras de sí la catástrofe y acrecentar la información disponible sobre los vestigios. Fruto de esa inquietud publicaron en 1989 ‘La flota que no llegó a su destino (naufragio de dos navíos franceses en Ceuta, 1692)’. Recuperaron entre 1970 y 1980 catorce cañones de hierro, otro de bronce de 2094 kilos y un ancla de gran tamaño.
Estudios
Cuatro años más tarde, en el 84, realizaron un plano de todos los restos esparcidos por el fondo marino. “Efectuamos un plano de los elementos sumergidos y recabamos información documental detallada de este acontecimiento histórico que había quedado en el olvido”, indican en el texto.
“La investigación de este pecio nos ha llevado más de 60 años y aún no está concluida. El inventario es de unas 84 recuperadas, de las que dos han sido expoliadas”, mencionan. Se trata de dos cañones de bronce que actualmente se encuentran en París. “Diecisiete se han extraviado y veintidós están en colecciones particulares. Algunas muestran un deterioro importante como el ancla, que está rota por la mitad”, detallan.
Desde que los dos barcos quedaron a merced del mar, sus vestigios han sido víctimas de expropiaciones. Unos años más tarde de lo sucedido, en 1694, Sebastián González, nuevo gobernador, decidió recobrar el armamento caído al mar “con la intención de reforzar las defensas de Ceuta por el asedio iniciado por Mulay Ismail en octubre de ese año”.
Se extrajeron 62 piezas de artillería de las que no se sabe su paradero. Ernesto Valero y Agustín Pizones redescubrieron el yacimiento de las embarcaciones francesas en el año 62. A partir de esa fecha fueron sustraídas varias.
Hallazgo en la década de los 60
Los elementos presentes en el fondo marino fueron encontrados de nuevo en mayo de 1962. Dos buceadores se toparon con ellos en una jornada de pesca submarina en la playa de los Corrales, tal y como se señala en el artículo ‘Recuperación del naufragio en Ceuta en 1692’, escrito por Alejandro Llamas.
Ambos se percataron de la presencia de un grupo de cañones. Los siguientes días los emplearon en llevar a cabo inmersiones próximas a ese punto para observarlos con detenimiento. Decidieron comunicar el hallazgo a la Comandancia de Marina de Ceuta.
A raíz de ello, lograron la colaboración de buceadores expertos que los exploraron. Registraron unos veinte cañones y cinco anclas. Se recuperaron planchas de plomo y cobre que usadas para cubrir los navíos.
Otras que se libraron de desaparecer fueron algunas roldanas de bronce, similares a las poleas. El paso del tiempo enterró de nuevo en el olvido al yacimiento y el interés hacia los vestigios descendió en picado.