Como colofón de la serie de tres artículos que, con éste de hoy, he venido dedicando a los lectores de El Faro de Ceuta, bajo el título de “Posibles causas del desastre de Annual”, creo que es importante conocer que, el entonces presidente del Gobierno español, Indalecio Prieto, aseveró en un discurso parlamentario, que el general Fernández-Silvestre (responsable del desastre) le había informado sobre el mismo desde la borda del barco en el que viajaba, pese a que, luego, el presidente del Congreso y el Ministro de Defensa lo desmintieran contestando, que, “eso era contrario a la verdad”; cuya discrepancia de criterios, entiendo que había que buscarla en los distintos colores políticos que concurrieron y las diversas Instituciones que sobre ello elucubraron.
"Tras la caída de Aberrán e Igueriguen vio su grave error de apreciación al no haber considerado antes la alarmante situación general del territorio. Comenzó a estar muy preocupado y se convenció de que no podía seguir avanzando, pero cuando ya era demasiado tarde"
También se daba la circunstancia de que el rey Alfonso XIII, que mantenía muy buenas relaciones con el general Fernández-Silvestre, teniéndolo por su preferido en aquella guerra de África, y que a menudo solían reunirse para comer juntos, pues, el monarca animó días antes al general, jaleándole con el siguiente telegrama: “Haz lo que te digo y no te preocupes del ministro de la Guerra, es un imbécil” (cita de Vicente Blázquez Ibáñez en su libro “Alfonso XIII. La terreur militariste en Espagne”).
Y, aunque soy completamente civil e inexperto en estrategias militares, pero creo que, a todas las autoridades, sean civiles o militares, les es dado mantener la debida prudencia y el sigilo aconsejable sobre todo lo referente a las operaciones militares de guerra. Recuerdo de la vieja “mili” en la que serví voluntario en Ceuta cuando sólo tenía 16 años (hace ya otros 66 desde entonces), que en ella se nos enseñaba que la condición de militar exige mucho sigilo profesional en materia de operaciones militares, también mucha subordinación, y férrea disciplina jerárquica desde abajo hacia arriba, así como unidad de mando en la toma de decisiones, desde arriba abajo, debiéndose respetar siempre el conducto regular, con plena lealtad al jefe natural directo. Entonces, se decía que la disciplina era el alma de un ejército y que, sin disciplina, ni siquiera existe tal ejército.
En el caso de la torpeza de Annual, el mismo general Fernández-Silvestre, al final – aunque ya tarde - cayó en la cuenta de sus errores. Tras la caída de Aberrán e Igueriguen vio su grave error de apreciación al no haber considerado antes la alarmante situación general del territorio. Comenzó a estar muy preocupado y se convenció de que no podía seguir avanzando, pero cuando ya era demasiado tarde. En sus últimos e inciertos días de Igueriben, escribía sobre él Augusto Vivero en su libro “El derrumbamiento”, página 168: “Silvestre no duerme. No deja dormir a nadie en torno suyo. Va y viene por las habitaciones de la Comandancia como un espectro. De aquel hombrón fornido apenas subsiste la sombra: en la cruel ansiedad de las últimas semanas, cayó su reciedumbre, quedose en los huesos”.
Se dio cuenta cuando ya estaba superado por los acontecimientos y falto de municiones, con las cabilas de Beni Said y Beni Ulichek encima rodeándole por su retaguardia, siendo entonces cuando comenzó a pensar en la retirada; pero hasta en eso fue lento y dubitativo. Primero lo reflexionó demasiado, lo sometió a la Junta de Jefes, que lo aprobó; telegrafió al rey para que la aviación bombardeara la zona y facilitaran el repliegue, volviéndose a saltar, con ello, el conducto reglamentario. El ministro Eza le comunicó que le enviaba refuerzos desde Ceuta por mar, que rechazó, y después ordenó la retirada a toda prisa y desordenadamente.
El Alto comisario, Berenguer, informó al efecto: "Sobrecogido el Mando por la amenaza, sin discernir su real alcance, decide precipitadamente el repliegue y acuerda la evacuación del campamento. La impresión de la amenaza inminente invadió todas las esferas del Mando, enajenando sus facultades de discernimiento, y al activar irreflexivamente la salida de elementos sin organizarse siguió la puesta en marcha de las unidades sin orden, ni orientación, ni gobierno, sin más norte que alejarse de Annual, con completo desconocimiento de las reglas más elementales de toda retirada. Todo se dispone apresurada e incoherentemente".
"En el caso de la torpeza de Annual, el mismo general Fernández-Silvestre al final – aunque ya tarde - cayó en la cuenta de sus errores"
Resultado de todo ello fue que cundió el pánico en la tropa y oficialidad; dándose bastantes casos de pugnar unos con otros, entre los mismos españoles, por coger antes un caballo o un vehículo para quitarse del mayor peligro cuanto antes. Los rifeños, percatándose de que los españoles huían a la desbandada, se lanzaron sobre ellos como ave de presa al ver el desorden reinante y explotaron al máximo su éxito; pero actuando de forma horrenda sobre quienes caían en sus manos.
Omito la serie de tremendas e increíbles atrocidades mayores todavía que las que he reseñado al principio, porque hieren la sensibilidad hasta del alma menos sensible llamar por su nombre a los bárbaros métodos utilizados para masacrar a heridos y rendidos.
Sólo traeré a colación el más suave relato que hizo el escritor Ramón J. Sender, testigo del «desastre»: “Las mujeres indígenas seguían a la retaguardia mora torturando y rematando a los españoles heridos. A muchos les arrancaron las muelas a vivos para hacerse con el oro de fundas y empastes. A otros los abrieron en canal a golpe de gumía…”.
Pero, aun así, hubo casos de heroísmo y gran valor, como los 700 hombres del Regimiento de Caballería Montesa, de cuyo nutrido contingente sólo sobrevivieron 70, muriendo en combate el 90 % restante. Que, con su indómita bravura y valor, suplieron las carencias de un mando en la desidia e incapaz ante la toma de decisiones transcendentales.
Y es que, hasta en los peores momentos y en las más difíciles circunstancias, cuando ya se veía todo perdido, una parte importante de la Institución militar estuvo en su sitio luchando contra la vida y la muerte, habiendo reaccionado con la serenidad y el valor necesarios, dejando a salvo la dignidad del Ejército, reaccionando con aplomo, solvencia y acometividad, que normalmente son propios de nuestras Fuerzas Armadas.
Blandiendo en alto aquella bandera, allí estaban los valerosos del Regimiento de Caballería Montesa nº 3, de Alcántara, ahora de base en Ceuta. Aquellos héroes que, con su inestimable ayuda, salvaron vidas humanas y, al menos, algo paliaron tan triste desgracia.
Pues, vayan mi recuerdo, respeto y consideración hacia todos aquellos mártires españoles inocentes, que lucharon en su legítima defensa, en honor de España y de su Ejército, en la actualidad, una de sus Instituciones más queridas y respetadas.