Cuando llegaban las fiestas, la chiquillería se reunía en la verja del Ayuntamiento, junto al Bar Sin Nombre y la sacristía de la iglesia de África. Allí, en tropel, corríamos la bajada de la rampa hasta las estancias donde se acumulaban los trajes y las máscaras de cartón piedra de los Gigantes y Cabezudos.
Aquello era un verdadero delirio, un caos multicolor donde cada uno cogía lo que quería, o mejor dicho, lo que podía: Había lobos, Caperucitas Rojas, osos polares, ciervos, conejos, tortugas, pájaros, ardillas, gatos, leones, tigres, elefantes, enanitos del bosque, madrastras, Blancanieves, príncipes azules, Cenicientas, Plutos, Mikeys, Patos Donals, brujas, enanos, hadas, gnomos y un sinfín de personajes de nuestro mundo infantil. Dame esto; coge aquello; eso es mío; eso es de aquel… En fin, un desbarajuste, un sálvese quien pueda entrañable, lleno de risas y de una alegría inconmensurable, infinita, como sólo los niños -tocados con la mano mágica de Dios- están dotados para gozar de estás simplicidades…
Cada cual iba colocándose su cabezota y ciñéndose los vestidos que a su parecer les parecía más afín con la imagen que debía portar sobre los hombros. Algunos acertaban, pero otros confundían el traje de león con el de Pluto; o el de caracol con el de rana; o el de lobo con el de pájaro… Aquello, si bien, la armonía no era la protagonista; en cambio en su ausencia, el colorido y la felicidad de participar en este cortejo, si se habían erigido en el auténtico y único protagonista.
Cada cual iba colocándose su cabezota y ciñéndose los vestidos que a su parecer les parecía más afín con la imagen que debía portar sobre los hombros
Yo, caprichoso donde los haya, me había colocado un modelo que me llegaba hasta los pies; el Tete y Juan Antonio, me avisaron de que aquel peso no lo podría aguantar por mucho tiempo; pero los niños sólo atienden a sus razones, y yo, por nada del mundo quería abandonar mi captura de oso que tanto trabajo me había costado conseguir.
Una vez toda aquella chiquillería se hubiese calmado y cada uno tomó la cabezota y el traje que quiso y pudo administrarse, unos utilleros que tenían apalabrado el negocio, se introdujeron debajo de los Gigantes y lo elevaron un poco para comprobar sus fuerzas y la solidez del armazón; a renglón seguido, asomaron sus ojos por una abertura del traje, asintiéndole al encargado con un pequeño ademán de arriba abajo, que no se preocupara, que la visión desde el interior de estos cíclopes estaba garantizada.
Y por fin nos tocó salir a las calles de Ceuta…Y paseamos nuestras cabezotas de fantasías infantiles por la calle de la Muralla y la calle Real arriba hasta la plaza de los Reyes: Aplausos, risas, jolgorio, canciones… ilusiones para niños aún más pequeños que nosotros. Ilusiones para niños que arremolinados a los pies y en los brazos de sus madres, soñaban, que nosotros, los Cabezudos, les íbamos a traer un mundo de golosinas y una luna de miel. Algunos, rompían a llorar cuando adrede, de manera precipitada y ostentosa, nos acercábamos con nuestras cabezotas hasta casi rozarlos; las madres se reían y en un claro juego de complicidades nos golpeaban para que sus niños dejaran, asustados, de gimotear y de hacer «pucheros». Nosotros, con el ánimo de consolarlos, íbamos apresurados a unas cestas repletas de caramelos, y a granel, con las manos llenas, retornábamos atropellándonos hasta dejarlos en las suyas.
Y paseamos nuestras cabezotas de fantasías infantiles por la calle de la Muralla y la calle Real arriba hasta la plaza de los Reyes
Volvíamos, ahora, calle Real abajo: Aplausos, risas, jolgorio, canciones…
Yo, alcancé al Tete como pude, y le cogí de la mano; él, adivinando mi sufrimiento, me quitó el pesado atuendo de cartón del oso -sólo me sobresalían los pies-, y me lo cambió por su cabezota de león. Él, me miró sin decirme nada, pero yo comprendí, que una vez más, el Tete, me había salvado de mi insensatez…
Al rato, mi arrepentimiento, se fue diluyendo entre el sonido de los tambores, los gritos, las palmas y las risas del gentío que esperaba nuestro paso. Los niños, somos caprichosos, y a veces, deseamos cosas que están fuera de nuestras posibilidades. Afortunados los que aprenden la lección y una vez abandonada la niñez, sólo deseen lo que sus corazones abiertos de par en par sientan de verdad.
Regresado al Ayuntamiento, cinco pesetas de papel verde a compartir con Juan Antonio -que después cambiamos por monedas (*)-, fue nuestro jornal por el pasacalle. No sabía que me iban a dar dinero por salir disfrazado con una cabezota de cartón, calle arriba, calle abajo; yo, incluso habría sacado las monedas de mi hucha, y por ellas, a cambio, hubiese pedido que me dejaran de nuevo, siempre, vestir de Cabezudo.
Desde entonces, cuando asomado en una esquina de una calle veo pasar a los Gigantes y Cabezudos, me acuerdo como si fuera ayer, de las dos pesetas y dos reales-con agujero-, que con tanto orgullo corrí a enseñárselos a mi madre….Y me pregunto con una cierta nostalgia, ¿si los niños de ahora ya no sueñan con vestirse de cabezudos y alegrar las calles con su presencia? O, ¿es qué acaso, ya no quieren ganarse unas monedas y comprarse unas golosinas? O, ¿es qué tal vez, ya las madres no desean que sus pequeños rían y lloren al paso de ellos?
¡Oh, venid, volved si acaso os habéis alejado en algún momento de nosotros! ¡Venid y volved!, porque los Gigantes y Cabezudos, como el mejor de los tesoros, ¡paradigma de ilusiones!, ha de estar guardado para siempre en el alma de los niños….
(*) En un «carrillo» al cambio de cinco pesetas nos dieron: una moneda de diez reales, dos monedas de una peseta y una de dos reales.
Real: 0.25 Ptas. ( 25 Céntimos)
Moneda 2 Reales con agujero: 0,50 Ptas, (50 Céntimos )
Moneda 1 peseta, “Rubia”: 1,00 Ptas.(100 Céntimos )
Moneda de 10 Reales: 2,50 Ptas ( 250 Céntimos )
Billete de cinco pesetas: Era de color verde y en él se dibujaba un rey sentado en el trono, ciñendo una corona y apoyado en su espada.