El 6 de febrero de 2014, Ceuta fue testigo de una de las peores tragedias migratorias. No fue la única. Hubo otras igual o más graves que le precedieron. Sería indecente olvidar la de septiembre de 2005, con jóvenes fallecidos por disparos en la espalda y otros desangrados en las concertinas.
Este fin de semana tendrá lugar la marcha del Tarajal, con el desembarco de cuantiosas entidades y oenegés que se suman al recuerdo de aquellas víctimas. Se han programado actividades específicas para ese momento. Está bien recordar las tragedias, pero más aún seguir adelante tapando los agujeros que llevan a continuar en la comisión de errores.
Y esto último es lo que no se ha hecho. Ceñirse a una marcha por una tragedia concreta nos lleva a olvidar el entorno en el que nos seguimos moviendo.
Nos hemos acostumbrado al goteo constante de muertes y al vacío más absoluto de recursos para garantizar el cumplimiento de unos mínimos protocolos que sirvan para abordar con dignidad este tipo de casos.
Fíjense lo que es el destino, que hoy, en 2025 falla lo mismo que se denunciaba el 6F. Las familias no pueden cruzar fronteras para identificar a sus hijos, la dictadura del visado en tan cruel que ni genera excepciones para estas situaciones. No hay forma de agilizar las pruebas de ADN y terminamos enterrando a jóvenes sin nombre que podrían estar identificados.
Conmemorar una marcha está bien, pero olvidar lo que pasó antes y lo que sigue pasando hoy demuestra que fallamos, y mucho.