Este año tenemos cambio de temario en la PAU. Con prisas y sin miramientos comenzamos el curso sin saber nada de nada: ni filósofos del programa, ni textos, ni cómo sería el examen, qué puntuaría y qué enfoque tendría la prueba. "Mortadelo y Filemón” o “Pepe Gotera y Otilio".
La LOMLOE puso la PAU patas arriba y los alumnos tuvieron que organizar una huelga para exigir saber qué tenían que estudiar.
Como las competencias en educación están transferidas, aunque el Ministerio de Educación habló de homogeneidad pues todos los alumnos pueden optar a todas las universidades, esto se quedó en agua de borrajas; consejeros, rectores y autoridades académicas dejaron de nuevo a la ministra en sin plumas y cacareando como el famoso gallo de Morón.
En Filosofía pasamos de la selectividad programada en tiempos de COVID a la PAU para "grandes filósofos y pensadores". Los docentes recibimos los textos propuestos cariacontecidos y meditabundos. Las preguntas del ejercicio eran difusas y nada claras, las valoraciones abiertas a la subjetividad del corrector que la diosa fortuna asignara a tu ejercicio.
En las reuniones de coordinación ibas con tres dudas y salías con 8. En las distintas reuniones de coordinación en cada provincia se interpretaba de una manera y en la otra no quedaba claro. En fin, una zapatiesta para chavales que se juegan su futuro en la nota que les hará optar por carreras o universidades donde estudiar.
La última pregunta rizaba el rizo. "Realice una disertación filosófica de 300 a 400 palabras sobre el siguiente tema propuesto”: ¿Tema propuesto? Las posibilidades potenciales son miles y miles. ¿Qué valorar? Tan abierto queda el asunto que el corrector, que corrige 150 exámenes en tres días, se encomendará al Santo Job para que lo colme de paciencia, justicia, objetividad y buen hacer. Aplicar la máxima "indubio pro reo" salvará a muchos discentes de la quema.
Luego los textos de los siete filósofos: Platón, Aristóteles, Descartes, Locke, Kant, Nietzsche,Ortega y de la filósofa Hannah Harendt: complicados, farragosos, rebuscados e infumables para chicos que se enfrentan por primera vez a la Historia de la Filosofía.
Si yo como estudiante del antiguo COU hubiera leído los textos propuestos de Nietzsche no hubiera estudiado la carrera ni harto de vino.
El endiosamientos de algunos profesores que cortan el bacalao en estos menesteres, refugiados en sus cátedras, son incapaces de viajar a la realidad de las aulas y lanzan a los filósofos a cañonazos...y sálvese quien pueda.
Tenemos grupos de WhatsApps los profes de esta materia y, sin exagerar, nos hemos hecho consultas los unos a los otros la friolera de 74543 mensajes en lo que va de curso. Preguntamos y preguntamos, pero no llegamos a acuerdos definidos.
Un colega propuso redactar y consensuar un escrito para proponer cambios radicales en la prueba. Nuestra esperanza es que los sordos recuperen el oído y tengan a bien hablar con los interfectos.
“La claridad es la cortesía del filósofo” es una frase del filósofo español José Ortega y Gasset. La escribió en su obra ¿Qué es filosofía? (1929).
Ortega consideraba que la claridad era una muestra de cortesía y que la filosofía debía estar abierta a todas las mentes.
Creía que el filósofo debía hacer un esfuerzo para que todos, incluso los que no tienen formación previa, puedan entender lo que dice.
Apelaba a que se pueden plantear cuestiones importantes en filosofía sin caer en un lenguaje oscuro, intrincado.