Del Diario de Virginia Albox
…Un un barco de pasajeros, el Concordia, fue declarado en cuarentena y quedó fondeado en las aguas próximas señaladas por las autoridades portuarias que insistían en que, según las medidas tomadas, no existía riesgo alguno para la población. Sin embargo, el temor era palpable porque no en balde la gente conservaba los fúnebres recuerdos del cólera morbo.
El Concordia era un crucero que llevaba a bordo 78 tripulantes y 305 pasajeros. El barco salió del puerto de Plymouth el pasado 5 de julio efectuando diversas escalas hasta presentarse dos semanas después ante nuestro puerto con gran número de contagiados a bordo. El buque Ciudad de Algeciras ancló junto a él y los pasajeros que no presentaban síntomas fueron transbordados, ingresando en loss camarotes que se les asigno hasta finalizar la cuarentena…
Lisboa, 6 de Septiembre de 1939
Del Diario de Virginia Albox
Dijo la gente que desde el lado del fuerte de San Antonio se veía cómo arrojaban los cuerpos durante la marea baja con el fin de que las corrientes se los llevaran.
Las autoridades daban cifras sobre el número de fallecidos que tenían lugar en el Concordia. El miércoles fueron 2, el jueves 3, el viernes 7. Esas cifras me hicieron consciente de que no era sencillo sobrevivir la semana. Durante uno de nuestros paseos por el puerto, vimos como el padre Catsr y don Ramón el médico se alejaban en una barca en dirección al Concordia ,que era meterse en la boca del lobo por hallarse la epidemia en la fase más virulenta. Incluso uno de los cadáveres arrojados por la borda apareció flotando en la dársena envuelto en el sudario de los marineros…
Lisboa, 17 de Septiembre de 1939
Del Diario de Virginia Albox
...La acerva enfermedad causó cuarenta y ocho fallecidos. Al finalizar la cuarentena, los menos temerosos acudieron al puerto para vitorear a los pasajeros y tripulantes supervivientes. Cuando el cura y el médico aparecieron por la pasarela, estalló una salva de aplausos y vivas. El padre Caster estaba casi irreconocible, vestido de paisano y prieto como un estibador, que sólo la tonsura indicaba que era sacerdote. Cambió de aspecto, pero en realidad, no cambió tanto prosiguiendo con su rutina litúrgica y frecuentando el Templo con idéntica asiduidad. Alguien le preguntó dónde había dejado la sotana pues solía ir de paisano. Irritado ya por tanta broma, repuso que la llevaba en los bajos.
-Arréglate que vamos a Misa del padre Caster -me dijo mi madre el domingo- Está de moda.
Fuimos a la iglesia con tanto tiempo que conseguimos asiento pues poco más tatrde la gente tuvo que congregarse fuera.
Dijo la gente que desde el lado del fuerte de San Antonio se veía cómo arrojaban los cuerpos durante la marea baja con el fin de que las corrientes se los llevaran
El cura habló de la necesidad del perdón, de tender la mano tanto al amigo como al enemigo. Sobre todo al enemigo, ¿porque qué mérito había en tendérsela al amigo? Oído el sermón, salí de la iglesia embargada por el remordimiento y ,después de titubear mucho, me dirigí al Templo. Frente a la dicha ventana se encontraba aquel cura, vestido de paisano, discutiendo y aporreando las fichas. Temerosa, le tendí la mano sin que me viera o me hiciera caso, subiéndome los colores por el desaire. Uno de los jugadores le hizo señal, entonces el padre Caster me lanzó una mirada , estrechándome con el menor apretón un par de dedos. Bastante turbada , recuerdo que sentí el alivio por haber salido del trance y entonces vi en mi mano dos relucientes monedas de a peseta. ¡Dos pesetas! El azúcar rosa y algodonoso se mezcló con la satisfacción de haber sido perdonada. Así que sentados en un banco de los jardines de San Bartolomé dimos cuenta de galletas y chocolatinas. Ya en casa, mi hermano Pablo, Antonio y yo jugamos a las damás. A través de la ventana contemplé a mi madre en el patio eligiendo los jazmines recién abiertos. Hacía con ellos una biznaga que solía llevar en el pecho o dejaba como ofrenda al pie de las fotos de los familiares difuntos . Después lei a la luz del quinqué el Ijtisar al-Ajbar del sabio al-Ansari hasta la hora de la cena.
Echo de menos aquellos años de la infancia y , en especial ,claro está, a todos aquellos que me hicieron feliz…
Lisboa, 18 de Septiembre de 1939