Si nos atenemos estrictamente a la legalidad eclesiástica, yo sería cristiano, pues hace 63 años, mis padres me bautizaron en la Iglesia de mi pueblo (según me han contado, y consta en los registros parroquiales), y más adelante realicé mi Primera Comunión y también aquello de la Confirmación. Pero si nos atenemos a la práctica de los oficios religiosos, habría abandonado mi religión desde hace más de 40 años, dejando aparte hechos puntuales para asistir a funerales de amigos o familiares, o a algún matrimonio religioso, incluyendo el mío, que también lo fue, aunque de otra forma. Y si ahora nos fijamos en las creencias en el más allá, o en un Ser Supremo Superior, pues no sabría dar respuesta. De momento, sigo prefiriendo el razonamiento científico a los principios religiosos inalterables e inexplicables.
Lo que sí tengo clara es la obligación legal, y sobre todo moral, de respetar firmemente las creencias de los demás, así como sus no creencias. También, que pertenezco a un Estado aconfesional (artículo 16.3 de la Constitución Española) y que, si alguna figura ha de presidir los salones oficiales de las Administraciones Públicas, debe ser la del Jefe del Estado. Incluso, aunque ideológicamente seas más proclive a una forma de Estado republicana que a una monárquica. Por tanto, decorar las paredes de Ayuntamientos o de otros edificios oficiales con símbolos religiosos, ya sea de manera permanente, o con ocasión de determinadas festividades, aparte de innecesario, supone una falta de respeto absoluto hacia los ciudadanos, y un incumplimiento de las normas de convivencia constitucionales.
No obstante, he de reconocer que las Navidades son unas fiestas familiares entrañables para la mayoría de los ciudadanos, fundamentalmente en países de tradición cristiana, que en una situación de pandemia como la actual, cobran un significado especial. Quizás, el hecho de que no podamos reunirnos, por razones de seguridad sanitaria, ha hecho que pensemos menos en la fiesta en sí misma y más en determinadas situaciones que se están produciendo. En lo que a mi respecta, me estoy acordando más de aquellas personas que están pasándolo mal a consecuencia de estar enfermas, de haberse quedado parados o estar a punto de ser despedidos, de ser desahuciados de sus viviendas, de no tener donde vivir, de no poder calentarse en los fríos días de invierno a consecuencia de la pobreza energética, de carecer de recursos para comer, o, simplemente, de tener un futuro incierto por ser un “clandestino”.
"A partir del 21 de diciembre, coincidiendo con el solsticio de invierno, se producirá un fenómeno astronómico que sucede en contadas ocasiones y que, según algunas teorías, podría ser la explicación científica del astro extremadamente brillante que vieron los tres Reyes Magos"
De todas estas cosas, que tenemos tan cerca, me acuerdo y me acordé días atrás, durante la celebración de un pleno en el Ayuntamiento de mi pueblo, en el que, pese a la bronca que tuvimos a consecuencia de ciertas cuestiones, que no vienen ahora al caso, decidí despedirme deseando unas Felices Navidades a todos los asistentes al mismo (algunos cristianos y otros no), pero utilizando para ello una noticia que me llamó la atención, y que ha sido publicada en La Voz de Galicia a primeros de este mes (https://www.lavozdegalicia.es/noticia/sociedad/2020/12/05/estrella-belen-podra-verse-navidad-primera-vez-800-anos/00031607199965395352448.htm.)
Resulta que, según el astrónomo Patrick Hartigan, a partir del 21 de diciembre, coincidiendo con el solsticio de invierno, se producirá un fenómeno astronómico que sucede en contadas ocasiones y que, según algunas teorías, podría ser la explicación científica del astro extremadamente brillante que vieron los tres Reyes Magos que, según los evangelios cristianos, los guio hasta el portal de Belén. Según nos cuenta, ese día, Júpiter y Saturno se alinearán en el cielo de modo que, desde la perspectiva de la Tierra, parecerán una única estrella, lo que producirá la ilusión óptica de que es un único astro de gran brillo. La última vez que sucedió esto fue en la Edad Media, en el año 1226. Y la siguiente vez que ocurra, los científicos esperan que sea el 15 de mayo de 2080.
Por tanto, en el hemisferio sur de la Tierra, el 21 de diciembre, y en el hemisferio norte, desde el 16 al 25 de diciembre, se podrá visualizar la “estrella de Belén”. Para algunos, será un maravilloso fenómeno astronómico. Para otros, la confirmación de que Dios existe y es grande. Y para otros, como el astrónomo Johannes Kepler, una rara alineación de planetas.
Sea como sea, y se crea lo que se crea, invito a mis lectores a que comprueben si en estas Navidades vamos a poder disfrutar de esta estrella, deseándoles unas felices fiestas en compañía de los más allegados, pero quedándose en casa. Y también les invito a que reflexionen sobre los problemas que aquejan a muchos de nuestros vecinos, por si podemos hacer algo por ayudarles.
¡Feliz Navidad a todas y a todos!