Días atrás no era muy apetecible salir a la calle, pues el viento y la lluvia seguían sosteniendo el invierno, que no acaba de irse. En nuestra panadería ecológica, mientras unos hacían el pan, o preparaban masas, otros atendían a los eventuales clientes que llegaban a comprar los productos elaborados.
Yo a veces me pongo a consultar algún libro de técnicas de panadería, para descubrir nuevas recetas o, simplemente, asegurarme que los procesos se desarrollan correctamente. También leo la prensa, o artículos relacionados con el medio ambiente.
Esta panadería es también punto de información del Parque Natural de Sierra Nevada. Y, sobre todo, lugar de encuentro, para charlar sobre temas de sostenibilidad ambiental. Es lo que hacía, sentado frente a la chimenea, cuando entró un cliente algo mayor que yo, de aspecto muy saludable. Venía en bicicleta.
En la puerta se han puesto unos aparca bicis, que son muy usados por los ciclistas. El señor quería comprar pan ecológico y, de paso, conocer la panadería, de la que había tenido buenas referencias recientemente.
Estuvimos un rato charlando acerca de la necesidad de que se extienda el consumo de productos naturales y ecológicos, para así ayudarnos a nosotros mismos en nuestra salud, y también al planeta, cada vez más contaminado.
En un momento de la conversación se quejó, con bastante tristeza, de lo que estaba haciendo el Ayuntamiento de la localidad, al fumigar con herbicidas los jardines que rodeaban la Ermita. Su queja fundamental era debida a que esos productos, según sostenía, se había demostrado que eran perjudiciales para la salud y el medio ambiente.
No entendía cómo en un municipio tan sano como este, que había sabido mantenerse alejado de la voracidad de los especuladores de la construcción, se cometían “atentados medioambientales” de este tipo. Sobre todo, porque era totalmente innecesario.
Yo no era conocedor, en ese momento, de lo que me contaba, pero le prometí informarme y, en su caso, emprender las acciones que fueran necesarias, si es que había algo irregular. Así lo hice. Efectivamente, en todos los jardines y cunetas que rodeaban la Ermita del municipio, habían puesto carteles advirtiendo del uso de herbicidas. Hice algunas fotos y me puse a investigar.
Algunos amigos, más informados que yo, me decían que estos productos eran muy perjudiciales para el medio ambiente y para la salud humana. Por esta razón, había una Directiva europea que limitaba su uso. También me hablaban de informes de los organismos internacionales, advirtiendo del riesgo de su uso. Aunque, como en casi todo lo que tienen que ver grupos de poder importantes, dichos informes son contradictorios. La historia ha demostrado cómo las industrias tabaqueras pagaron a científicos poco éticos la emisión de informes favorables al consumo del tabaco, hasta que las evidencias científicas de que se trataba de un producto altamente cancerígeno no pudieron ocultarse más. En el presente caso, pese a que esté detrás el potente grupo Monsanto, parece que ocurre algo similar.
En 2015, la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC), dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), calificó como probable carcinógeno para los humanos al herbicida glifosato. Este herbicida químico es de amplio uso en el sector agrícola y forestal, en mantenimiento de parques y jardines, carreteras, vías férreas y otras infraestructuras.
Se comercializa bajo la marca Roundup, de la multinacional Monsanto. Países como Francia han prohibido su venta. La Directiva marco para un Uso Sostenible de los Plaguicidas, aprobada por el Parlamento Europeo el 13-1-2009, aconsejaba minimizar o prohibir el uso de plaguicidas a lo largo de carreteras, en los espacios utilizados por público en general, o por grupos vulnerables, como los parques, jardines públicos, campos de deportes y áreas de recreo, recintos escolares y campos de juego y los espacios cercanos a los centros de asistencia sanitaria.
Aunque no está rotundamente demostrado que el glifosato tenga efectos cancerígenos en humanos, sin embargo, los estudios demuestran que hay altas probabilidades de que los tenga, así como evidencias de que tiene unos efectos toxicológicos importantes.
También hay evidencias de que se generan perjuicios importantes al medio ambiente, como muerte de anfibios, o efectos negativos sobre el arbolado joven. Pero lo más importante es que existen alternativas viables a los herbicidas químicos, mediante métodos mecánicos o térmicos. Es lo que dicen los expertos, y los informes de grupos municipales de políticos comprometidos con el medio ambiente, como, por ejemplo, el de Ganemos en Valdemoro.
Estoy seguro de que la actuación del Ayuntamiento de la localidad no es malintencionada. Tampoco la de otros Ayuntamientos, en otras ciudades y municipios, que hacen lo mismo. Pero, también estoy convencido de que una actuación más contundente del Gobierno de la nación, o de la propia Unión Europea, evitaría muchos perjuicios medioambientales futuros.
También pérdidas en salud de la población, que, finalmente, además de en sufrimiento, tienen su traducción en dinero (78 millones de euros anuales es el cálculo de las pérdidas en salud humana a consecuencia del uso de plaguicidas agrarios en Europa, según algunos estudios independientes). La agricultura ecológica ha demostrado que las malas hierbas, bien integradas, pueden ser beneficiosas.
A ver si va a resultar que las malas hierbas no son tan malas, ni los que intentan eliminarlas, tan buenos.