Sin duda la muerte siempre acechante hasta el ultísimo segundo de nuestra vida para destruir en un instante todo lo que habíamos construido, es algo que nos preocupa a todos. Es el postrer papel de nuestra muerte donde, como decía Aristóteles, la máscara se quita y solo queda el hombre. Solo en ese momento sabremos si la persona vivió de forma necesaria o no. ¡Todo lo demás son bagatelas temporales que nos inventamos los vivos! Sobre ella, la muerte, decía Cicerón que filosofar no es sino preparase a morir… ¡Vaya pérdida de tiempo supone entonces filosofar! Es por ello que las personas debemos vivir lo que podamos, pero no pensar cuanto ni con cuanto, sino cómo, porque a fin de cuentas son dos noches, más o menos placenteras. Porque la muerte es una razón por la que hay que dejarse llevar, pero… ¡Nada más! Y yo siempre he pensado que es mejor alargar la vida que no la muerte.
Toda esta reflexión, sobre el más allá, ahora que estoy en el más acá y dado que cuando llegue allá no volveré nunca al más acá, me la ha producido la lectura de un prospecto farmacéutico, ese papelito profuso, difuso y confuso adjunto a toda caja de medicamentos que nos venden en las farmacias. Papelito, que me ha dejado asustado por sus efectos adversos. Es decir y para hacerlo breve, se sectorializa, después de las advertencias y precauciones, en tres apartados: “frecuentes: 1 de cada 10 pacientes (no son graves); Poco frecuentes: de cada 100 pacientes (hay que empezar a tomarlos en cuenta); Muy raros (no imposibles) 1 de cada 1000 pacientes; Muy raros (eso habría que decírselo al que los sufrió sin aún está vivo) 1 de cada 10.000 pacientes”. Bien…para hacerlo breve, si se toma el medicamento es posible que se solucione un pequeño problema, pero te avisan que te puedes ir al otro barrio entre grandes dolores y problemas. Y con eso ya estamos todos avisados… ¡Pobre del que no haya hecho caso a sus advertencias!
Claro, ante ello y después de su lectura, uno bastante asustado se dirige al médico que se lo ha recetado y le expone sus dudas. Y entonces el medico te dice… ¡Ni caso! Y todos ya más… ¿tranquilos?... ¡Je, je! En mi caso… ¡Y un cuerno!, a quien hago caso ¿al médico o al prospecto? Es entonces que sigo con la siguiente reflexión. Primero, el papelito del fármaco, me avisa de lo que me puede pasar y por ello es bajo mi responsabilidad; segundo, el medico de que vive, de las personas sanas o de los enfermos, luego su bienestar proviene de la enfermedad no de la salud, lo cual da que pensar que a lo mejor, lo que quiere es ampliar el número de clientes y vivir mejor a su costa. ¡No nos engañemos…sin enfermedades no habría médicos! Más… ¡la misma reflexión es sobre los farmacéuticos y sus laboratorios! Y la duda de nuevo revuelve mi corazoncito, más cuando es mi salud la que está en juego. Por cierto, después de leerlo empiezo a encontrarme mucho mejor sin tomar nada. Pero la reflexión sigue aquí conmigo… ¡Que hago lo tomo o no lo tomo! Verdaderamente no sé qué hacer. Yo por si acaso muchas veces después de tan sabrosa lectura, dejo la caja del medicamento en un lugar visible y todos los días lo miro con miedo y oigan… ¡Sin tomarlo, me encuentro mucho mejor!
Y estas son las cosas cotidianas que todos padecemos y sufrimos. Decidir qué hacer en cada momento. Vivir el presente sin pensar en el futuro incierto de males y enfermedades o intentar mantenernos el mayor tiempo posible para llegar al mismo lugar. Yo que le voy a hacer, sino fuera por mi esposa, no lo tomaría a pesar de lo que dijese el médico, pero me conformo y los ingiero a pesar de mis recelos. ¡Porque mi esposa es todo el continuo presente que quiero y lo demás son tonterías inevitables de pensamientos! Y por ello me los tomo, pero…acongojado.
Pero… ¡Nadie me negara que tomarse un medicamento después de leer el prospecto no deja de ser un deporte de riesgo!