No está la sociedad española sobrada de alegrías, cuando acaba de malograrse la del fútbol. No es grano de anís el asunto. De hecho, el famoso gol de Iniesta, que nos dio el Mundial de 2010 en Sudáfrica, consiguió que las penas con pan fueran menos durante la aguda crisis económica que estaba poniendo al país por aquel entonces al borde del rescate.
No solo eso. Aquel inolvidable momento de subidón en plena crisis supuso un antes y un después en el uso de los símbolos nacionales. El "¡¡Yo soy español, español, español!!" y la desacomplejada hiperventilación de la bandera y el himno de España terminaron con una época de indebida asociación de los colores nacionales al pasado franquista de quienes hasta entonces los habían utilizado de forma sectaria.
Por ahí encuentra al abajo firmante una ocasión perdida con el prematuro pero merecido desahucio internacional de la selección española de fútbol en el Mundial de Rusia. Dicho sea en relación con el insidioso relato de cierta facción política de Cataluña (los partidos independentistas), una de cuyas derivadas es el reiterado desprecio a los símbolos nacionales.
Todo lo demás tiene que ver con las cuestiones técnicas, que no son objeto de este comentario, aunque no es difícil de apreciar el desnortado camino que inició la selección después del brusco cambio de entrenador en vísperas del primer partido del Mundial. Quiero decir que algo relacionado con la gestión acabó afectando al rendimiento y la motivación de los jugadores, que anduvieron moviéndose como pollos sin cabeza antes equipos claramente inferiores a la calidad largamente demostrada por España a lo largo de estos últimos diez años.
Incluso en todos los partidos de preparación, donde se vio la acertada mano de Lopetegui. Hasta que la crisis desencadenada por el anuncio de su marcha al Real Madrid obligó a improvisar a un entrenador, Fernando Hierro, al que pronto se le vio lo grande que le quedaba la tarea.
Dicen los jugadores que es muy difícil jugar contra equipos que frente a España salen dispuestos a tapiar su portería para impedir los habituales arabescos con los que nuestros artistas (Iniesta, Isco, Silva) tratan de llegar hasta el portero contrario después de atravesar una muralla de piernas a la defensiva. Pero eso no es nuevo para una selección habituada a descerrajar esos blindajes. Tampoco debía serlo para un entrenador obligado a estudiar las alternativas. Por ejemplo, con disparos desde fuera del área y el aprovechamiento de los consabidos rebotes.
Los jugadores no estaban prevenidos para hacer tal cosa. Así que se les fue la fuerza en pases horizontales y rondos improductivos, hasta sucumbir en balones parados y errores de nuestro portero. El dato es demoledor ¿Sabían que de los once disparos contra la portería de De Gea, diez fueron gol? Pues eso.