El Jueves Santo, de mañana, se realiza habitualmente el retranqueo del paso del Sagrado Misterio del Traslado en el Oratorio de la Santa Cruz. Día para la última quedada de la cuadrilla, tiempo de reconocimientos y agradecimientos para el capataz, sus segundos y costaleros.
N.H.D. Antonio Vallejo Escribano es el capataz de la Hermandad del Sagrado Descendimiento (“el Silencio”), con treinta y cinco años en el oficio y de ellos veintitrés al frente del paso del Sagrado Misterio; motivo más que suficiente para mostrarle la debida gratitud, al tiempo que reconocerle su buena labor y desvelos al frente de las numerosas cuadrillas que ha dispuesto para nuestra Hermandad, así como para otras de la ciudad. En este buen número de años, que dan para mucho, el Descendimiento no se ha caracterizado por ser pródigo en capataces, prueba de ello es que desde 1982 (fecha de la reorganización de la Hdad.) sólo tres están en su nómina: Torrado, Gutiérrez y Vallejo, este último desde 2003.
Si ser costalero de una hermandad de silencio tiene su dificultad añadida por aquello del peculiar estilo, ser capataz en ellas lo es más por lo que conlleva de singular, y no sólo en las formas, también en el fondo. Conseguir una cuadrilla solvente no es tarea fácil en nuestra tierra, donde con frecuencia estamos a la última, o lo que es lo mismo al borde del colapso costaleril cada semana santa, dicho sea con carácter general y librando de la afirmación a los pasos (que no cofradías) que todos conocemos.
Tener una cuadrilla de costaleros con relevos en una hermandad de silencio se hace complicado, y seguimos comprobando como las nuevas generaciones gustan de los pasos a la música, entre otras razones porque los encuentran más entretenidos y llevaderos (al margen de lo que puedan pesar), pues la música mejora el estado de ánimo, reduce la sensación de cansancio y dolor, aumenta la motivación, ayuda a evocar recuerdos... y un sinfín de etcéteras que hacen más “disfrutona la chicotá”; asunto que no es novedoso pues de todos es conocido ya los beneficios de la música en relación con la actividad humana, a lo que no es ajena esta de cargar pasos. A todo ello hay que añadir (en su caso) la devoción por un Titular determinado, la identificación con el estilo de la hermandad elegida, o la relación costalero-capataz. Así, de forma consciente -o, inconscientemente- los costaleros(as) toman su decisión, y no son precisamente las cuadrillas de silencio las más preferidas por el momento... y no digamos para los que se inician en este duro trabajo. Aunque bien es verdad que cada año contamos con aquellos que lo tienen claro y dicen «encontrar en el silencio del trabajo de abajo su motivación y compensación espiritual», en el caso del Descendimiento sólo hombres hasta ahora.
Los tiempos cofrades que están por venir no son para tirar cohetes, y el ocio en sus diversas facetas va ganando terreno, frente al compromiso y la renuncia que representa vivir las hermandades con una fe actualizada y una tradición de más de seiscientos años. Por ello, todos los que contribuyen a su mantenimiento son dignos acreedores de reconocimiento, aunque hoy sólo lo hagamos de un sector dentro de estas.
La junta de gobierno de cualquier hermandad de la ciudad no puede dejar de mostrar más que agradecimiento a sus capataces y costaleros, como no podría ser de otra manera. Y la junta de gobierno del Descendimiento (la de cualquier tiempo) quizá aún más, reconociéndoles junto a los nazarenos y servidores el mérito que tiene afrontar la dificultad de su estación penitencial, por el reto que supone asumir cierta soledad, aunque siempre sintiendo el afecto y respeto de quien la espera o sigue.
Nos sentimos orgullosos por lo tanto de cuantos se han esforzado acompañando el Sagrado Misterio del Traslado (sin atisbo de arrogancia, más bien con la sencillez de quien es consciente de que sólo somos una parte del todo), y mostramos sincera satisfacción por haber contado con costaleros y capataces que han contribuido desinteresadamente a que la madrugada de Viernes Santo sea lo que es hoy en Ceuta, desde aquella andadura incierta de la primera madrugá que fuera la de 1987.