Las palabras son de oro cuando el vacío aprieta. Desde cierto punto de vista, la mente es un órgano en constante creación, una fuente inagotable de pensamientos, imágenes, y emociones. La experiencia sensitiva pone en marcha un engranaje que tiene como fin hacer una interpretación de la realidad, y partir de ahí, elaboramos un juicio y elegimos un comportamiento.
Gracias al lenguaje hemos hecho una apropiación simbólica de nuestro entorno, y, en su devenir, hemos podido modificar este entorno, hasta llegar a convertirlo en un espacio habitable. En una primera lectura, la vida es la lucha por la supervivencia.
Por lo tanto, esta es la gravedad de exhibir un buen tono en la comunicación y en la calidad del lenguaje.
Pero, ¿qué ocurre con la expresión lingüística cuando está condicionada por un problema de salud mental?
Pues sucede en un primer momento, y lo digo como testimonio en primera persona, que esa fuerza creadora se pierde, la fuente no encuentra el cauce de las palabras, y el silencio se convierte en un doloroso vacío que paraliza la función mental. En efecto, uno de los rasgos a la hora de padecer un problema de salud mental es la alteración en la habilidad comunicativa.
¿Qué hacemos entonces? ¿De qué se trata?
Siguiendo con mi consejo, diré que la mente tiene la elasticidad de un músculo, de tal forma que el ensayo y la práctica pueden fortalecer las fibras de la mente, y devolverla a un óptimo estado de forma.
Entonces, y para ello, se trata de estimular la expresión, y siendo la expresión la unidad mínima de lenguaje.
Al romperse esa barrera que es la incomunicación, y al restablecerse el vínculo entre nuestro “mundo interior” y nuestro “mundo alrededor”, la salud mental echa raíces, evoluciona, y ya solo es cuestión de atreverse, de vencer ese espejismo que son las limitaciones. Poner en valor nuestras opiniones y nuestro lenguaje dentro de un grupo se presenta como una tarea titánica, pero necesaria para la mejoría.
A esto nos dedicamos en el taller de narrativa que coordino en Acefep durante años. Favoreciendo la expresión de los usuarios y usuarias, alumbramos aspectos de nuestro interior que permanecían dormidos, y es seguro que solo a través de la expresión y la participación conocemos nuestro talento. En este otro sentido, la vida sería el descubrimiento de nuestro potencial.
Hay días que trabajamos esos territorios que son los conceptos, y los señalizamos con palabras. Y hay días que nos atrevemos con la expresión literaria.
En este caso, introducimos algunos elementos narrativos, y a continuación, se produce una asociación de ideas, que según la imaginación de cada cual, nos deparan pasajes de cierto valor. (hay que ver los rostros de sorpresa cuando aparece alguna metáfora, un epíteto, o cualquier otra figura).
El taller de narrativa de Acefep es una excusa para canalizar esa fuente inagotable de creatividad que es la mente.
Escribo esto ya que el otro día la radio televisión de Ceuta se interesó por esta labor, y por detallar este interés.