La figura de Juan Donoso Cortés se cree que es poco conocida en España y hasta en su tierra extremeña, quizá por aquello de que tan desconocidos y olvidados son también la propia Extremadura y los extremeños, tal como el 14-01-1872 dijera Vicente Barrantes, poeta y bibliófilo, en su discurso de ingreso en la Real Academia: “Extremadura ha llenado la historia, y luego ni siquiera tiene su propia historia; región cuyos hijos se trasladaron de raíz al Nuevo Mundo, según los tiene el viejo mundo olvidados”. Pero, paradójicamente, si dentro de su propio país y de su misma “patria chica” Donoso no ha sido suficientemente valorado, bien podría decirse que fuera de España fue el español que gozó de más prestigio intelectual en toda Europa en el siglo XIX. Y si no, veámoslo con más detalle.
Ya en 1922, el prestigioso jurisconsulto alemán Carl Schmit expresó: “No me avergüenzo hoy, tras todas mis experiencias con hombres y libros, con discursos y situaciones, de afirmar que el Gran Discurso de Donoso sobre la Dictadura, es el más magnífico discurso de la literatura universal, sin exceptuar a Pericles, Demóstenes, ni a Cicerón, Mirabeu o Burke”. Y parecida aseveración hizo de él quien fuera príncipe y político austriaco Clements de Matternich, artífice del equilibrio europeo: “No tiene rivales más que en los oradores de la antigüedad, y es comparable a Demóstenes y Cicerón”. En Francia fue el intelectual español más querido. Y es que, Donoso en su célebre Discurso sobre la situación de Europa, predijo hechos y acontecimientos que luego sucederían con una exacta precisión, habiendo tenido para ello una visión anticipada de porvenir. El día que falleció en Francia, siendo embajador de España en el país galo, su entierro fue una multitudinaria manifestación oficial y popular de duelo. Asistieron a los actos fúnebres todo el gobierno francés, todo el Cuerpo Diplomático y sendas representaciones de la mayoría de los países. Antes, había sido condecorado con la más alta distinción francesa de la Legión de Honor. Aquí en nuestro país, sólo unos cuantos le hicieron justicia. Menéndez Pelayo dijo de él: “Donoso es la impetuosidad extremeña, y tiene en sus venas todo el ardor de sus patrias dehesas en estío”. Y, más recientemente, el escritor extremeño Pedro de Lorenzo aseveró que: “En Donoso culmina la elocuencia”.
Había nacido Donoso Cortés en el Valle de la Serena (Badajoz), en 1809, aunque existe cierta polémica, porque hay quienes mantienen que fue en la cercana ciudad de Don Benito”. El año pasado se celebró el bicentenario de su nacimiento. Era descendiente lejano de otro grandioso extremeño de la estirpe de sus antepasados: Hernán Cortés, el célebre conquistador de Méjico. En su infancia estudió en Don Benito, y luego cursaría Derecho en la Universidad de Salamanca, donde resultó ser un alumno muy distinguido; devoraba libros de Russeau, Vontaire, Chateaubriand, Maquiavelo, Calderón, etc, forjando ya su posterior condición de gran ensayista y pensador. Terminada la carrera con 19 años, marchó a Madrid, buscando ampliar su horizonte intelectual. Llevaba una carta de recomendación para el poeta Manuel José Quintana, quien se convertiría en su más sólido sostén; pero también tuvo por buenos amigos a Martínez de la Rosa, al Mesonero Romanos, Gallardo, Pacheco, y otros intelectuales de la época.
Con sólo 20 años era catedrático, siendo destinado a Cáceres. Allí, durante un elocuente discurso alucinó al auditorio y más todavía a una bella joven llamada Mª Teresa García Carrasco, con la que contrajo matrimonio en 1830, con sólo 21 años. Los cónyuges parecían haber encontrado el uno en el otro el gran amor de su vida, que al año siguiente le daría por fruto una preciosa hija a la que pusieron por nombre Mª Josefa. En ambas encontró Donoso en principio su mayor felicidad que pronto vería truncada, porque en 1832 falleció su hija, y sólo tres años más tarde también murió la esposa. Nunca, a pesar de su juventud, volvió a tener ya otros amores, porque tan fatídicos y luctuosos hechos le dejaron muy marcado y sumido en el más profundo desconsuelo. Falleció de un ataque al corazón en la flor de su vida ejerciendo de embajador español en Francia, en 1853. Era de carácter reflexivo, independiente y caballeroso, y personificaba las clásicas virtudes de la raza ibérica. Su oratoria era ágil, fastuosa, con gran capacidad de pensamientos, de reflejos instantáneos que frecuentemente solía acompañar con una frondosa prosa poética.
Después marchó de nuevo a Madrid, donde abrazó la política, siendo elegido diputado a Cortes en el partido Moderado por Badajoz y, paralelamente, todo su afán lo ponía en ensanchar su actividad como el intelectual que ya era. Fue persona clave en el marco de la época isabelina; suyas son muchas de las ideas que informaron el doctrinarismo de los liberales decimonónicos. También fue miembro del Consejo Real, Secretario personal de la reina Isabel II, ministro plenipotenciario, embajador de España en Francia y Alemania, Miembro de la Real Academia Española, Grande de España, Marqués de Valdegama y Vizconde del Valle. Pronunciaba vibrantes discursos en el Ateneo de Madrid, conferencias en los círculos culturales más relevantes de la capital madrileña e impartía clases en foros de prestigio, fue director de varios periódicos de la época y articulista muy documentado. Cultivó mucho la oratoria, en su estilo ágil y elevado, con el tono grave de su lenguaje, de elocuencia fastuosa y arrebatadora; tenía una enorme capacidad de convicción, de persuadir, de deleitar y de conmover, llegando a ser un brillantísimo y muy temido parlamentario, hasta el punto de que con su discurso sobre el cobro por el gobierno de excesivas Contribuciones derrocó al todopoderoso general Narváez. “Los gobiernos representativos – dijo en su intervención parlamentaria – viven de discusiones sobrias, y mueren por discusiones interminables”.
Era conocido en el Congreso de los Diputados como “El divino, bajado del cielo”. Y es que por aquellos entonces, la condición de político necesariamente debía llevar aparejada la de ser un buen orador; como lo fueron diputados de la talla de Castelar, Cánovas del Castillo, Argüelles, Balmes, Salmerón, Pí y Margall, Olózaga, Silvela, Maura, Dato, Jovellanos, Azaña, etc, que estando cualquiera de ellos en el uso de la palabra, a los diputados no les quedaba tiempo para el tedio, el bostezo o el absentismo parlamentario, ni para dormirse en el caño, que ahora tan a menudo a algunos parlamentarios se les ve. Además, en su dialéctica parlamentaria, se lanzaban duras acusaciones y en medio de encendidas deliberaciones, pero, eso sí, sólo con mucha ironía, sin perder la compostura, como perfectos caballeros, con elegancia y educación, pero sin insultarse ni entrar en injustas descalificaciones, que ahora algunos políticos tanto suelen utilizar.
Pero también Donoso gustaba mucho de combatir sin piedad dos aspectos de la vida política que hoy son ya consustanciales con un número cada vez más elevado y alarmante de componentes de la representación popular, como son la “demagogia” y la “corrupción”, de las que tan hastiados estamos ya la gran mayoría de los electores. Así, el insigne extremeño argumentaba: “La demagogia es el mayor peligro que acecha a la sociedad, porque es intrínsecamente perversa. La demagogia - decía Donoso - no es un mal, es el mal por excelencia; no es un error, es el error absoluto”. Por eso, él arremetía sin compasión alguna desde su escaño contra los políticos que apelaban a las emociones del pueblo para ganar su apoyo mediante la retórica y la propaganda fácil, utilizando falacias y argumentos engañosos y simplistas con los que no se hacía sino engañar al pueblo a base de trampas dialécticas para convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles, a modo de como también hacían los charlatanes sofistas que en la Grecia clásica denunciaba Protágoras y que lo único que perseguían era la “captura de almas”, como también dijera Platón”.
En su Discurso de 1850 sobre el estado interior de la Nación, decía a los ministros del gobierno, entre otras cosas: “La profesión de ustedes es a la vez una especie de sacerdocio civil y una milicia. El instrumento que ustedes manejan puede ser de salvación o de muerte. La palabra es más cortante que la espada, más pronta que el rayo, más destructora que la guerra. Ministros de la palabra social, no olviden ustedes nunca que la responsabilidad más terrible acompaña siempre a ese terrible ministerio; que no hay sino en la eternidad penas bastantes para castigar a los que ponen la palabra, ese don divino, al servicio del error; así como no hay galardones bastantes sino la eternidad para los que consagran la palabra y sus talentos al servicio de los hombres”.
Y sobre la corrupción, que igualmente como ahora también tanto debió proliferar en su época, Donoso fue también muy crítico y no se cansaba de arremeter sin piedad cuando decía: “La corrupción está en todas partes; la corrupción nos penetra por todos los poros; la corrupción está en la atmósfera que nos envuelve; está en el aire que respiramos”. Y acusaba al gobierno de Narváez de dispendio, de malgastar el dinero público de los españoles, de lujos excesivos, de afán desmedido de gastar y gastar.