Inder es el primero de los indios que vivieron en el monte que obtiene el permiso de residencia. Así se siente Contento, ilusionado, satisfecho, encantado, sonriente... feliz, muy feliz. Inder Singh arranca la conversación sacando de su cartera el que, desde hace unos meses, se ha convertido en su mayor tesoro: el permiso de residencia temporal en España. El documento que le ha permitido reencontrarse con su abuela, padres y hermanos después de nueve años de odisea. “He estado dos meses en La India viéndoles por fin”, cuenta. Ahora todo es más fácil para él. Ya puede moverse libremente, sin miedo a que un policía le pida la documentación y todo el camino andado se venga abajo por la más mínima imprudencia.
Gracias a ese pedacito de plástico donde figura su nombre, su foto y su huella dactilar Inder vino el miércoles a visitar “a mi segunda familia”. Al personal del Centro de Inmigrantes de San Antonio, a sus amigos de la Asociación Cardijn y a las decenas de rostros conocidos que le saludan por la calle. “Antes estuve en el Eroski y hubo un momento en que venía tanta gente a preguntarme cómo lo había conseguido, a darme la enhorabuena, a interesarse por cómo me va la vida, que me he puesto hasta un poquito nervioso. Aquí no me siento solo”, asegura el joven.
Con tan solo 24 años su vida da para un libro. Como las de sus más de 50 compatriotas que, engañados por las mafias de su país, se quedaron atrapados durante años en el limbo jurídico de Ceuta. El sueño de Inder era volar a Inglaterra, donde residen sus tíos, para formarse. Siempre con el objetivo en mente de regresar y contribuir a la mejora de La India. Cuando decidió encarar ese objetivo tan solo tenía 16 años y, aunque en su cabeza continúa muy presente su país de origen, empieza a sentirse un poco español y a corto y medio plazo su intención es seguir aquí.
“Ahora mismo estoy trabajando en Marbella como ayudante de cocina en un restaurante indio”, cuenta. Es imposible borrarle la sonrisa de la cara. Una expresión que, si bien siempre le ha caracterizado, ahora está más presente si cabe. Inder está aprovechando su visita al máximo. Un portafolios plagado de currículums lo demuestra. En la primera página los acompaña un listado con los nombres de todos los supermercados, restaurantes de comida rápida, cafeterías y demás empresas que, ya en su día, demostraron interés por ayudar a Inder y sus compatriotas. “Me gustaría poder encontrar un trabajo en Ceuta porque, como aquí conozco a todo el mundo y hay varias asociaciones que ofrecen cursos y formación, puedo aprovechar más el tiempo y seguir estudiando a la vez que trabajo”, explica el inmigrante. La informática o la cocina (comenta entre bromas que los años en que vivió en el monte le sirvieron, entre otras cosas, para aprender a cocinar) están entre sus predilecciones. No duda de que, cuanto más estudie, mayores posibilidades tendrá de encontrar un mejor trabajo.
Inder es el primero pero sabe que, por suerte, no será el último en tener un permiso de residencia como el suyo en el bolsillo. Le da pena, por otro lado, que algunos se rindieran antes de tiempo y decidieran poner fin a un tiempo de penurias que todos llevan grabado a fuego en su memoria. “Algunos están en la península, hay quien regresó a La India o se marchó a Italia o Francia porque tienen allí familiares”, comenta. Y, entre los que están repartidos por todo el territorio nacional (Barcelona, Málaga, Madrid, Sevilla...) hay quienes están a punto de conseguir cerrar el proceso y otros, sin embargo, han visto denegadas sus solicitudes. Pero quienes figuran en este segundo grupo siguen luchando gracias a los diversos apoyos que han ido consiguiendo en los últimos años. “Ahora mismo, por ejemplo, en Marbella vivo con dos de ellos”, cuenta, “uno pronto tendrá el permiso, pero al otro se lo denegaron y lo está volviendo a intentar”.
De uno u otro modo todos siguen en contacto. Por teléfono o gracias a las redes sociales. Al fin y al cabo en el monte se crearon unos lazos de unión que difícilmente se pueden romper. Todos se subieron al mismo barco y remaron en la misma dirección. Una travesía que cuenta con el primer pasajero en tierra. Se llama Inder y, si bien ha abandonado los remos, se ha apoderado de un buen calzado para caminar con la cabeza bien alta siempre acompañado de su más fiel compañera: la sonrisa.