Ahora que el frío comienza a instalarse en Ceuta y llega la temporada de abrigos, el armario se convierte en un auténtico rompecabezas. Los jerséis se acumulan, las chaquetas se amontonan y los abrigos más voluminosos parecen comerse todo el espacio disponible.
Sin embargo, el problema no siempre está en la falta de metros, sino en la forma de organizar la ropa. Aquí es donde entra en juego el llamado truco japonés, una filosofía de orden que busca liberar espacio, aportar calma visual y transformar la forma en la que se guarda la ropa de abrigo.
En Japón, donde las viviendas suelen contar con espacios reducidos, la organización no es un simple hábito, sino una manera de vivir. La clave está en dejar a la vista solo lo esencial y guardar lo que no se necesita en ese momento, esperando a que llegue la temporada adecuada para volver a sacarlo.
Este sistema se conoce como rotación y tiene un efecto inmediato: el armario deja de estar abarrotado y cada prenda encuentra su lugar.
Este enfoque, difundido internacionalmente gracias a la japonesa Marie Kondo, parte de una idea sencilla pero poderosa: conservar únicamente lo que se usa de verdad y lo que genera valor.
Aplicado al vestidor, significa crear un armario cápsula estacional, es decir, una selección reducida de prendas básicas y fáciles de combinar que se renueva con cada cambio de estación. El resultado es doble: un armario más funcional y, además, un entorno más ordenado y ligero.
El cambio de estación, y especialmente la llegada del otoño e invierno, se convierte en el momento idóneo para aplicar este truco japonés. No todo tiene que colgarse a la vez.
Dejar a mano las prendas más prácticas
En las primeras semanas de frío, basta con dejar a mano las prendas más prácticas –abrigos ligeros, chaquetas de entretiempo o parkas finas– mientras que las piezas más gruesas, como los plumíferos pesados o los abrigos largos de lana, pueden esperar unas semanas más guardados hasta diciembre o enero. De esta manera, el armario respira, se reduce la saturación y elegir qué ponerse cada día resulta más sencillo.
La esencia de este método está en la revisión periódica. Con cada cambio de estación, conviene abrir el armario, identificar qué prendas no se han usado y guardarlas, reorganizando el resto para darles mayor protagonismo.

No se trata de reducir drásticamente el número de prendas, sino de aprovechar mejor el espacio disponible y evitar la sensación de agobio que produce un vestidor abarrotado.
Una vez hecha la selección de las prendas que se quedarán a mano, llega el momento de optimizar el espacio. Aquí aparecen varios trucos prácticos que marcan la diferencia. El primero es apostar por perchas finas o recubiertas de terciopelo, que ocupan menos espacio y además evitan que los abrigos se resbalen.
Otro consejo es usar perchas en cascada: basta con enganchar una de otra utilizando ganchos o incluso una anilla de lata, lo que permite colgar varias prendas en vertical sin saturar toda la barra.
El orden dentro del armario
El orden dentro del armario también juega un papel clave. Colocar en primer plano los abrigos más finos y dejar al fondo los más voluminosos permite acceder más rápido a lo que se usa con frecuencia. Además, aprovechar la parte superior del armario ayuda a liberar aún más espacio: las prendas que no se usarán hasta pleno invierno pueden guardarse en cajas o fundas de tela, listas para volver a bajar en el momento adecuado.
Aplicar estos ajustes puede liberar hasta un 30% más de espacio útil en el vestidor. No solo se gana hueco, sino que además las prendas se mantienen ventiladas, ordenadas y visibles. La verdadera lección del truco japonés no es tener un armario más grande, sino aprender a vivir mejor con el que ya se tiene: dar aire a la ropa, organizar con intención y, en definitiva, dejar espacio también para la calma.
El método japonés demuestra que guardar abrigos y jerséis en invierno no tiene por qué ser una batalla diaria. Con una mentalidad de rotación y orden, cada estación se convierte en una oportunidad para simplificar la vida y recuperar la armonía incluso en el rincón más caótico de la casa: el armario.






