Grupos de jóvenes intentaron cruzar a Ceuta durante el día de ayer de cualquier manera. Se echaban al agua con lo puesto: un calzoncillo en algunos casos, un pantalón, un bañador… Y así buscaban bordear un espigón imposible, un espigón que soportaba el choque de las olas sobre un terreno que se cae a pedazos.
La Guardia Civil lo dio todo por salvar vidas, y estas costaron. Los gritos de los jóvenes se escuchaban en un escenario tremendo marcado por fuertes rachas de viento y un mar imposible. Así querían cruzar adultos y menores, braceando para evitar ahogarse.
Un chico desapareció en el mar, nada se sabe de él, fue arrastrado por las olas sumándose a la cadena de desaparecidos de los que nunca más se sabe. Y eso es duro, porque parece que hemos normalizado esas denuncias incluso de niños de corta edad como quien escribe sobre el IPC. Pues lo mismo. Hoy forman parte de una crónica, mañana ya no.
Esas fronteras lo son de Europa, no pueden seguir funcionando como una especie de trincheras en donde pasa de todo sin recursos suficientes.
Ahí tenemos a la vista de cualquiera un espigón que se cae a pedazos. Y por ahí tienen que correr los guardias civiles para prestar ayuda a los nadadores evitando que se ahoguen. La infraestructura se hunde, llevamos años recibiendo anuncios de proyectos y mejoras que no se efectúan. Y mientras tanto, vemos a agentes buscando cómo mantenerse firmes sobre un pavimento que se convierte en una trampa mortal.
No, todo esto no es normal. Y lo realmente triste es que parece que están esperando a que ocurra una desgracia para intervenir en un escenario en el que las tragedias aparecen de imprevisto, en cuestión de minutos, sin margen de perdón.
El problema no es la frontera. Las fronteras, como la puerta de nuestras casas, o las rejas en las ventanas, tienen su finalidad. Se entra por la puerta y con permiso del dueño .. no rompo la reja y me cuelo en tu casa. Tus circunstancias las tienes que arreglar en tu país, no en mi casa.