Ayer tuvo lugar en el Patio de Armas de las Murallas Reales el descubrimiento de una placa en recuerdo del Soldado Indígena dentro del programa de actos organizados por la Comandancia General de Ceuta.
A continuación, y haciéndome eco de la crónica de la prensa de la época, como La Correspondencia de España, El diario El Globo, La Voz y el ABC del día 28 de mayo de 1923, repasaré el acto solemne de entrega de la Enseña Nacional al Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Ceuta núm. 3, en el Parque del Retiro de Madrid por su brillante actuación en el “Socorro de Melilla” tras el “desastre de Anual”:
Solemne entrega de la Bandera a los Regulares: La fiesta de la entrega de la bandera, donada por suscripción popular al Grupo de las Fuerzas Regulares indígenas de Ceuta, que se celebró ayer por la mañana en el Retiro, resultó muy brillante. Un día espléndido, el uniforme de gran gala de las tropas que tomaron parte en el desfile y la presencia de un público muy numeroso, fueron factores que contribuyeron a esta brillantez.
El acto revistió la mayor solemnidad: Asistieron Sus Majestades, el Gobierno, personalidades palatinas, Cuerpo diplomático, representaciones de la Diputación y del Ayuntamiento y, como decimos, mucho público.
Aspecto de Retiro: El hermoso parque madrileño, en la espléndida mañana de ayer, estaba hermosísimo. En el Paseo de Coches se alineaban las tropas, y los brillantes colores de los uniformes formaban intensos contrastes con el verde claro del arbolado. A la altura del jardincillo donde está situada la estatua de Campoamor se hallaba la tribuna regia, adornada con reposteros y tapices. A ambos lados de ésta algunas guirnaldas verdes acotaban trozos del paseo, donde se hallaban las tribunas del Congreso, del Senado, Cuerpo diplomático, etc.
"Un día espléndido, el uniforme de gran gala de las tropas que tomaron parte en el desfile"
El Pueblo de Madrid ovaciona a los Regulares: Algún ciudadano de espíritu propenso a la contradicción y al enojo, habrá sentido recelos de que, a la larga, los que ayer vieron con simpatía el honroso galardón concedido a los Regulares de Ceuta, se sintieran decepcionados y lamentasen haberse sumado con entusiasmo al homenaje. En la mente de los tales malhumorados estaría fija la idea de que era un peligro posible entregar la bandera española a las contingencias de una posible deslealtad, que estas posibilidades, aunque no tenga esta vez fundamento lógico, pueden existir, por ser muy humanas.
Pero en el caso presente, el recelo de esos espíritus maliciosos no tiene fundamento; no lo tiene, porque esos Regulares son los que han dejado escrito con su sangre en tierras de Melilla el recuerdo honroso y perdurable de su sacrificio por España; no lo tiene porque en las cicatrices que deforman sus rostros y marcan su cuerpo, ostentan para siempre la prueba dolorosa de su sacrificio; no lo tiene, porque las cruces que lucen y los grados que consiguieron certifican que quienes pudieron otorgarles esos premios fueron testigos de su valor y de su abnegación.
Así lo comprendió el pueblo de Madrid, que saludó con ovaciones clamorosas a los bravos Regulares, que desfilaban orgullosos, sonrientes, comprendiendo todo el valor del homenaje que se les tributaba, que les habrá compensado largamente de las cruentas jornadas, plenas de peligros, en que fue para ellos prodiga la campaña.
Llegan los Reyes: Su Majestad el Rey llegó, precedido y seguido del escuadrón de la Escolta Real, a las diez de la mañana. Había hecho el recorrido desde Palacio al Retiro a caballo y al frente de su Estado Mayor. Vestía uniforme de capitán general de gran gala, con la banda del Mérito Militar, la insignia del Toisón de Oro y la venera de las Ordenes militares.
Durante todo el recorrido había sido entusiásticamente ovacionado, y al llegar al paseo de coches fue saludado por el capitán general de la región, D. Gabriel de Orozco, y el gobernador militar, general duque de Tetuán. Formaban grupo con Su Majestad, y a sus órdenes, el jefe de la Casa Militar del Rey, general Milans del Bosch, el segundo jefe de la Casa Militar, general Rodríguez Mourelo, ayudante del Monarca; el general jefe de Estado Mayor de la Capitanía, Fernández Heredia, con su Estado Mayor, el coronel de la Escolta, Sr. García Benítez, el ayudante de servicio, marques de Zarco y otros jefes, a caballo.
El nuevo ministro de la Guerra, general Aizpuru, también de uniforme y a caballo, marchaba a la derecha de Su Majestad. Al llegar el Rey, las bandas tocaron la Marcha Real. El grupo de jinetes, con los brillantes uniformes, los penachos blancos y azules de los cascos y las fulgurantes corazas de la Escolta Real, heridas por el Sol, formaban, al avanzar por el paseo de coches. El cuadro más brillante que se puede imaginar. Al llegar frente a la tribuna regia hizo alto el grupo. Poco después llegaba Su Majestad la Reina.
Ocupaba nuestra Soberana un coche a la gran d’Aumont, con postillones y correo de gabinete. El carruaje, descubierto, naturalmente, tirado por cuatro caballos castaños, iba seguido de una sección de la Escolta Real. Con la Reina iba la duquesa de San Carlos. A uno de los lados del coche, y a caballo, iba el caballerizo Sr. Gómez Acebo. La Soberana vestía una toilette completamente blanca. Vestido de seda, con capa, también de seda, y adornada en la espalda con encajes. El sombrero de paja, también blanco, adornado con sencillez.
"Vestía uniforme de capitán general de gran gala, con la banda del Mérito Militar, la insignia del Toisón de Oro y la venera de las Ordenes militares"
La figura elegante y esbeltísima de la Reina y su bello rostro atraían todas las miradas, y el público no se recataba de demostrar su admiración. En otros coches que seguían al de Su Majestad la Reina llegaron los ayudantes de Marina del Rey, la dama de guardia en Palacio, condesa de Almodóvar; el Grande de España, marqués de Riscal, también de guardia, marques de Campo Alange, el marqués de Bendaña y el mayordomo conde de Arcentales y el gentil-hombre de guardia.
La Tribuna Regia: Todas estas personas ocuparon la tribuna regia, donde tomaron asiento S.M. la Reina Doña Cristina, la Infanta Doña Isabel, las damas de ambas, marquesa de Hoyos y Margot Bertrán de Lis; el Presidente del Consejo, los ministros del Estado y de la Gobernación –los tres de levita-, el presidente del Congreso, D. Melquiades Álvarez; el vicepresidente del Senado, marques de Pilares, el alcalde, el gobernador y algunas otras personalidades. A continuación de esta tribuna estaban las de las clases de etiqueta, grandes de España, damas de la Reina, mayordomos de semana y gentileshombres de casa y boca, destacándose, en primer término, las Comisiones de las mismas que asistían oficialmente.
Entre los mayordomos figuraba el ex ministro Sr. Prado y Palacio y entre las damas, la duquesa de la Victoria, que con motivo de su humanitaria actuación en Melilla al frente de la Cruz Roja, tan de cerca pudo apreciar el heroico sacrificio de los Regulares de Ceuta. También se hallaban los Jefes de Palacio, marqueses de la Torrecilla y de Viana. Al lado de la Tribuna, pero ya en el paseo, se colocaron el director de Seguridad, don Carlos Blanco; el subsecretario de Guerra, los generales Barrera, Ardanaz, Aznar y Zubia –éste con el uniforme de coronel honorario de la Guardia Civil-, Policía, periodistas y un zaguanete de Alabarderos.
"El obispo de Salamanca y vicario general castrense estuvo asistido por el Sr. Irigoyen y el asesor del vicariato, Sr. Prat. En la celebración de la misa ofició un capellán"
Otras tribunas: En la tribuna del Cuerpo diplomático se hallaban los embajadores de Francia, Inglaterra y Alemania con sus señoras; varios ministros plenipotenciarios y casi todos los agregados militares de las Embajadas extranjeras, de uniforme. En ella se hallaban el primer y segundo introductor de embajadores, conde de Velle y duque de Vistahermosa. En las tribunas del Congreso y Senado, Ayuntamiento y Diputación, se hallaban representantes de dichas Corporaciones. A las personas que han contribuido a la suscripción para adquirir la bandera se les reservó un lugar preferente, a la derecha de la tribuna regia.
La Bendición y Entrega de la Bandera: Su Majestad el Rey y su Estado Mayor se adelantaron hasta el altar, donde el obispo de Salamanca y vicario general castrense, D. Julián de Diego y Alcolea, revestido de pontifical, con mitra y báculo, bendijo la bandera, que se entregó al grupo de Regulares de Ceuta. El momento fue solemne. Las fuerzas Regulares no estaban frente al altar, sino al final del paseo, porque se juzgó, con muy buen acuerdo, que era improcedente obligarles a presenciar una ceremonia religiosa en pugna con sus creencias; mas al pie del altar se hallaba toda la oficialidad, con el teniente coronel del grupo, Álvarez Arenas, a la cabeza.
El duque del Infantado, que vestía como presidente del Capítulo de las órdenes militares, uniforme de coronel honorario de este regimiento, con el collar del Capitulo y la banda de Carlos III, en nombre de la Comisión que ha recaudado los fondos para la bandera, entregó ésta, después de bendecida, al jefe de los Regulares. Se hallaban con el duque del Infantado, el capitán ayudante Sr. Martinez Zaldívar, y en representación de los donantes el duque de Tetuán, el capitán don Telesforo Montejo y el marqués de Tenorio. Conocida es la intervención de este último en los trabajos para la adquisición de la asta de la bandera, que es de un trabajo artístico muy notable y valioso. El obispo de Salamanca y vicario general castrense estuvo asistido por el Sr. Irigoyen y el asesor del vicariato, Sr. Prat. En la celebración de la misa ofició un capellán.
"Y así lo hicieron estos leales al lado de sus compañeros españoles mandados por sus heroicos jefes y oficiales"
Palabras de Álvarez Arenas: Al recibir la bandera el teniente coronel del grupo, Sr. Álvarez Arenas, que sustituyó en el mando al heroico González Tablas a la gloriosa muerte de éste, dijo a las tropas Regulares, a cuyo encuentro marchó, en unión del capitán ayudante Sr. Zaldívar: “Soldado: España nos entrega esta bandera, y nosotros habremos de defenderla hasta derramar la última gota de nuestra sangre. ¡Viva España!”. En aquel momento hicieron salvas de fuego los batidores de Caballería y los gastadores de Infantería.
Discurso del Duque del Infantado: “Con la venia de V. M. : En los días de julio de 1921, los más aciagos quizás de nuestra historia militar, en que un huracán de desgracias y cobardías esterilizo el fruto de doce años de esfuerzos y sacrificios en Melilla, todo se hubiera perdido hasta el honor, si la divina Providencia, que en los momentos críticos parece adoptar la ciudadanía española, no hubiera inspirado al alto mando la en apariencia peligrosa pero necesaria resolución de llamar en su auxilio al grupo de Regulares de Ceuta.
La mayor parte, en efecto, de sus tropas moras habíanse reclutado en las kabilas y adurares que era necesario castigar y recobrar y contra sus conciudadanos y parientes habían de combatir. Y así lo hicieron estos leales al lado de sus compañeros españoles mandados por sus heroicos jefes y oficiales, con tal brío, que merced a él y al de otras fuerzas expedicionarias, renació en España la esperanza; con ella la fe tan quebrantada y al soplo de valor colectivamente desaparecido en julio y que felizmente se contagia al igual que el pánico, volvió en breve a ondear la bandera de la patria en casi todos los lugares donde fue arriada por el desastre.
Mas a qué precio; 651 soldados salieron de Ceuta y a su regreso 481 habían sido muertos o heridos; 83 jefes y oficiales les mandaban, y 46 cayeron en los campos de batalla, volviendo solo tres ilesos a Ceuta. Proporción trágicamente gloriosa que acaso no haya alcanzado ningún otro Cuerpo y en la que éste supero su propio pasado con el que sumó en toda la campaña 1.750 bajas de tropa y 99 de jefes y oficiales, de los cuales tres, Real, Pacheco y González Tablas, laureados.
Tales hazañas exigían premio proporcional, y S.M. el Rey, interpretando como siempre el sentir nacional concedió por vez primera a “Fuerzas indígenas” a este grupo la bandera de España, cuyos colores había estos bravos ya bordado en la suya con el oro finísimo de su valor y lealtad, con rojo encendido de su sangre generosamente vertida. Pero era preciso que no solo en sus colores fuera nacional esta bandera, y así no vaciló en atender al heroico teniente coronel Sr. González Tablas cuando convaleciente aun de gloriosas heridas, me requirió para que pidiera al pueblo español que la costeara.
Disposición que su muerte convirtió en testamentaria y que por ello con doble fervor me creo en el deber de solicitar en este momento sintiendo que la insignificancia de mi persona, mayor aún que la de mi voz, impida que ésta llegue a todos los ámbitos de la Península, no para pedir a los españoles su óbolo, que no se necesita para el regalo de esta enseña, sino para cumplir del mejor modo una deuda de gratitud, porque así de ésta tendrán testimonio en este acto todos los jefes, oficiales, clases y soldados del grupo aquí presentes, en su casi totalidad heridos, muchos varias veces, así los de hoy como los de ayer que hoy desempeñan otros mandos; en cambio, los que duermen el sueño de los justos, sepultados algunos, abandonados otros para vergüenza nuestra en tierra enemiga, exigen desde sus tumbas gloriosas un homenaje de cuantos se precien de patriotas y de cristianos.
"Los donantes ponen en regias manos las banderas para avalorarlas y engrandecer la merced recibida"
Para tributarlo a la memoria de vuestro llorado teniente coronel González Tablas, de quien tanto esperaba la patria, y demás jefes y oficiales del grupo, muertos en campaña, yo requiero nuevamente el concurso, por modesto que sea, de todos los buenos ciudadanos así militares como paisanos. Entre tanto, os pido a los que porque vivís habéis de enarbolar con orgullo esta bandera, que, al llegar a tierra africana, la inclinéis respetuosos ante las tumbas de vuestros compañeros, cual corona más bien de laurel que funeraria que España les envía en prenda de ulteriores y más duraderas demostraciones de nacional agradecimiento.
En actos análogos, los donantes ponen en regias manos las banderas para avalorarlas y engrandecer la merced recibida; en el presente, S. M. el Rey, sin duda reconociendo que no os ha dado nada a que no tuvierais derecho, ganado con sangre cuando os ha permitido cobijaros bajo la misma bandera que cubre a todas las fuerzas del Ejército, me ordena que la representación que ostento, os entregue directamente, como lo hago, señor teniente coronel, esta bandera que para vuestro grupo de Regulares de Ceuta ha labrado el agradecimiento nacional y el amor al Ejercito y a la patria que sentimos seguramente todos los presentes tanto más hondamente, cuanto del amor y del sacrificio de sus hijos está más necesitada.”
Discurso del Jefe de los Regulares: A este discurso contestó el teniente coronel Álvarez Arenas con estas palabras: “Yo, que conozco estas fuerzas desde hace muchos años, su labor y su lealtad, ofrezco a Vuestra Majestad que esta bandera tremolará siempre victoriosa en campos africanos y no será jamás abandonada, porque los oficiales españoles inculcaran en sus tropas el amor a los Reyes y a España. Mi mando seguirá el camino marcado por el glorioso González Tablas. El honor que Vuestra Majestad nos concede no le olvidaremos nunca, porque las tropas de mi mando acreditarán siempre su valor y su lealtad. Permitidme, Señor, que en vuestra real presencia dé gracias al duque del Infantado y demás señores de la Comisión.”
"Muchos ostentan cicatrices en el rostro y llevan la barba cortada de una manera muy típica, según la fantasía de cada cual"
El desfile de los Regulares: Colocado el Rey, con su Estado Mayor, a la izquierda de la tribuna, comenzó el desfile. El primero en desfilar fue el capitán general de la región, con su Estado Mayor; después el tabor de las fuerzas de Regulares, primero la Infantería, la sección que daba escolta a la bandera, el oficial moro Dris-Ben Josain.
Fue muy interesante este desfile. Tras los gastadores –cuatro soberbios negros- de gran tipo, con blancos turbantes y grandes escaras o bolsas para las municiones-, desfiló la bandera de trompetas, integrada por españoles y algunos indígenas. Los tambores, cuyos instrumentos van recubiertos de telas bordadas en oro, de muy pintoresco aspecto, también son españoles e indígenas. La banda o nuba está compuesta únicamente de gaitas, según la denominación árabe, que no tiene la misma acepción que en castellano, pues, aunque el sonido es análogo, estos instrumentos se tocan como la flauta. Nuestra denominación es la de chirimía.
Las fuerzas que componen el grupo son unos cuatrocientos soldados. Entre éstos casi todos son blancos, pero también los hay negros. Es muy curioso ver desfilar a estas tropas, que ya conocía Madrid, por haber asistido a una jura de la bandera que hace años se celebró en la Castellana. Son hombres de todas las edades, pero jóvenes por lo regular. Muchos ostentan cicatrices en el rostro y llevan la barba cortada de una manera muy típica, según la fantasía de cada cual.
El aspecto de estas tropas es extraordinariamente marcial. El Grupo de Caballería resulta muy interesante, desde el punto de vista pintoresco. Desfilaron los jinetes –montados en caballos árabes, pequeñitos y de largas colas--, con blancos turbantes y capas o albornoces, el brazo derecho extendido, sosteniendo con la mano la carabina, en sus sillas árabes, parecidas a las vaqueras, y con grandes estribos. El aspecto de los rostros, encuadrados por la capucha del albornoz, no podía ser más guerrero, y todo el del grupo de jinetes tenía un poco de ferocidad. Pues bien, al mando de tales gentes desfilaban los heroicos oficiales, casi todos ellos voluntarios, muchachos imberbes en su mayoría, que, llevados de un espíritu admirable, dan a diario en África ejemplos de heroísmo incomparable.
"El aspecto de los rostros, encuadrados por la capucha del albornoz, no podía ser más guerrero"
El desfile: Tras las fuerzas indígenas desfilaron los soldados peninsulares, según el orden que ocupaban en la formación. Las tropas formaban dos divisiones, una Infantería, mandada por el general D. Pío Suarez Inclán, y otra de Caballería, que mandaba el general Cavalcanti, y una brigada mixta mandada por el general Sr. Moreno Gil de Borja.
Desfilaron a las órdenes de los generales de brigada Saro, Berenguer y Dabán, Achay Cabanellas, las brigadas compuestas por los regimientos del Rey, León, Saboya, Wad Ras, Covadonga, segundo de Zapadores, y batallón de Instrucción, con la sección ciclista y con las unidades auxiliares correspondientes, que formaban una brigada mixta formada por el primer regimiento de Ferrocarriles, batallón de Radiotelegrafía de campaña que desfilo a pie, primera Comandancia de Intendencia, Sanidad Militar y Brigadas Obreras y Topográficas.
Desfiló después la división de Caballería, con las fuerzas de Húsares de la Princesa y Pavía, Lanceros de la Reina, Primer Tercio de Caballería de la Guardia Civil y grupo de Instrucción de Caballería. También desfilaron fuerzas de Artillería ligera mandada por el comandante general de Artillería Sr. Hachaw, Ingenieros, 14 Tercio de la Guardia Civil, Brigada Obrera de Estado Mayor. El desfile duró una hora y terminó a la una menos cuarto de la tarde.
"Fueron ovacionados por el público con gran entusiasmo al desfilar, de uniforme, con las fuerzas, los generales Cabanellas y Cavalcanti"
El regreso: En la misma forma, a caballo el Rey y en coche con escolta la Reina, regresaron los Soberanos a Palacio, siendo ovacionados durante el trayecto. También los Regulares, al dirigirse a la Cuesta de la Vega, para marchar a Carabanchel, en cuyo campamento se alojan, fueron muy ovacionados.
El Fakir de Regulares: Por habérsele inutilizado estos días el caballo, no pudo desfilar el faquir –equiparado en su cargo a nuestro clero castrense–. Si Ahmed, que es primer teniente.
Caída del caballo: El oficial de Regulares Mohan Den-el-Ludia, considerado como el mejor jinete marroquí y que es un estupendo corredor de pólvora, sufrió una caída del caballo, pero no recibió daño alguno. No había contado con el asfalto. El caballo, que escapó a galope, fue cogido al final del paseo.
Ovación para los generales Cabanellas, Cavalcanti y Sanjurjo: Fueron ovacionados por el público con gran entusiasmo al desfilar, de uniforme, con las fuerzas, los generales Cabanellas y Cavalcanti, cuya presencia fue acogida con gran simpatía en todo el trayecto. El general Sanjurjo que iba de paisano, también fue ovacionado al ser reconocido por el público.
Los heridos: En un camión militar llegaron al Retiro, donde presenciaron el desfile, los soldados de Regulares y de otros Cuerpos peninsulares, heridos en África y que se hallan en Madrid.
Banquete en Palacio: A las nueve de la noche se celebró ayer en el comedor de gala del Palacio Real un banquete en honor de los jefes y oficiales de las fuerzas de Regulares Indígenas. Los primeros puestos a la derecha e izquierda de los Soberanos fueron ocupados según el orden siguiente.
Derecha de S. M. el Rey, S. M. la Reina Cristina, capitán general Sr. Orozco, condesa de Almodóvar, coronel D. Emilio Conis, duquesa de la Victoria, Stra. Beltrán de Lis, general Barrera, comandante D. Gabriel de Benito, capitán D. Casto González, conde de Campo Alange, capitán D. Sebastián Pardini, capitán D. Máximo Bartomeu, conde de Aybar.
Izquierda de S. M. el Rey, Infanta doña Isabel, subsecretario de Guerra, marquesa de Hoyos, teniente coronel Sr. Carrasco marqués de Urquijo, teniente coronel D. Pedro Poderoso, enfermera Srta. María Benavente, duquesa del Infantado, comandante D. Emilio Pineda, capitán D. Pablo Martin, marques de la Laguna, capitán Sr. Peñalosa y D. Emilio María Torres.
Derecha de S. M. la Reina, Infante D. Alfonso, duquesa de Talavera, marquesa de Viana, teniente coronel Sr. Núñez de Prado, dama particular de S. M. la Reina Doña Victoria, teniente coronel Sr. Ruano, comandante Sr. Delgado, marqués de Bendaña, capitán Sr. Amador de los Ríos, marquesa de Urquijo y capitán Sr. Mendoza.
"A las once entraron los Regulares de Infantería y Caballería, con la bandera que les fue ayer entregada"
Izquierda de S. M. la Reina, duquesa de San Carlos, jefe del grupo de Regulares de Ceuta, Sr. Álvarez Arenas; marquesa de Bendaña, teniente coronel Pareja, dama particular de la Reina Cristina, comandante señor García Martínez, capitán Sr. Martínez (D. Pablo), general Sr. Milans del Bosch, capitán Sr. Vierna y procapellán mayor de Palacio.
Las cabeceras fueron ocupadas por los jefes de Palacio, marqueses de Viana y de Torrecilla.
Después de la comida pasaron Sus Majestades e invitados a tomar café al salón donde esperaban las Comisiones nombradas por el capitán general, compuestas de todos los generales con mando y jefes de Cuerpo, un jefe, un capitán y un subalterno por Cuerpo de guarnición, toda la oficialidad de Alabarderos y Escolta Real y los de la Casa militar, que no habían asistido a la comida. La música del Real Cuerpo de Alabarderos tocó durante el banquete. El acto terminó a las doce.
Después de la Ceremonia, los Regulares dan Guardia en Palacio: Inmenso gentío se reunió hoy en la plaza de la Armería y alrededores de Palacio para presenciar la entrada de los Regulares de Ceuta, que hoy dan guardia exterior en el Alcázar. A las once entraron los Regulares de Infantería y Caballería, con la bandera que les fue ayer entregada. Presenciaron el relevo los Reyes, con los infantes hijos de los Reyes, y del infante D. Fernando y el presidente del Consejo.
¿Por qué ahora Felipe VI, no nos visita?
Debería venir por Ceuta.