Se repitió la barbarie y la sin razón de matar por matar, apoyándose en unos ideales políticos y empujado por la demencia que arrastra a asesinar a inocentes. En un país como Noruega, declarado en el 2007 la nación más pacífica y segura del mundo tras un estudio de Global Peace, donde nadie podía imaginarlo. Los países escandinavos se encuentran fuera de las corrientes migratorias europeas y pasan por ser una de las primeras economías a nivel mundial, excluyéndolos de la crisis gracias a su riqueza petrolífera y a una industria líder en todos los sectores más competitivos. En definitiva, el lugar más remoto donde podríamos pensar que sucederían unos hechos de ese tipo, la quinta esencia del bienestar occidental que vive en una realidad apacible y sin contratiempos.
Pero una vez más, un desquiciado se encargó de despertar el horror en un estado acostumbrado a la paz, acribillando a sangre fría a decenas de inocentes con la excusa de unos pensamientos distorsionados.
Nadie en Noruega sospechó de un acto así, pese a ser la ultraderecha un movimiento creciente, alejándose de la posición conservadora tradicionalista y encasillándose en corrientes extremistas cercanas al fascismo más despiadado. Fórmulas de expresar las ideas políticas que deberían estar abolidas en la vieja Europa, pero que sin embargo, toman por momentos más fuerza y consiguen un número mayor de adictos. En la actualidad, son muchos los países del primer mundo donde el poder de extrema derecha se abre paso, defendiendo valores sectarios, despertando el odio y el rencor en sociedades que alcanzaron su mayoría de edad a base de democracia y principios de igualdad.
Ni la documentación encontrada al asesino noruego, ni ciertas coincidencias con razonamientos considerados normales pueden justificar la acción, desechando el contexto político actual como defensa ante un delito infame. Ojalá sirva para abrirnos los ojos, avisándonos de la intolerancia de sectores ciegos ante la necesidad de una diversidad integrada. Sin duda, la bestialidad de lo acontecido además de un toque de atención debe servirnos como un ejemplo de actuación de una nación ante un hecho sin precedentes, reinando la colaboración, mostrándose unidos y dando una lección de saber estar ante el fuerte revés. Una reacción tan civilizada que no me cabe más remedio que compararla con los crueles atentados del 11-M en Madrid, donde el interés político se impuso a la sangre caliente de las víctimas, acusando y señalando a un gobierno afectado por la brutalidad despiadada de unos terroristas. Al final, un acto contra un país sólo determinó un cambio en el poder y nos hizo separarnos cuando más necesitábamos sentirnos uno. Debilidades de una nación que dejó al aire sus vergüenzas, tras demostrar que eran mucho más importante nuestras rencillas y nuestros complejos históricos que el ataque frontal a nuestras libertades.
Definitivamente nos han dado una lección de cómo afrontar una situación puntual de crisis, actuando con templanza y honrando a los fallecidos. Mientras, paralelamente la policía se ocupa de destripar el origen y la trama del suceso sin presiones ni condicionantes que alteren la enorme amargura que colma a los noruegos en estos momentos.