Hubo un día en el que una ministra de Sanidad prometió mejorar las cosas. Hubo un día en el que la mandamás de Madrid se acordó de que Ceuta y Melilla existían. Y hubo un día en el que se paró todo: la huelga, los anuncios de concentraciones, las protestas… y entonces dejó de hablarse de la sanidad porque se creyó en el poder.
Pero las cosas poco o nada cambiaron. La vida, como quien dice, sigue igual. El sistema parece preparado para que el ciudadano se vea obligado a pasar por el aro, a tener que pagar una sanidad privada cuando ya abona la pública cada vez más deteriorada. Porque no lo olviden, aquí nadie les está regalando nada por mucho que los políticos se llenen la boca hablando y hablando de cómo invierten “sus dineros” que son los de todos.
A base de machacarnos con listas de espera y falta de especialistas te instan a tener que pasar por caja en busca de la tarjetita privada que te garantice que en menos tiempo obtendrás esa atención reclamada aunque, miren la casualidad, te esté atendiendo el mismo doctor.
En áreas clave como la sanidad no sirven anuncios, plazos ni promesas. Solo valen respuestas válidas e inmediatas porque con la salud no se juega.
Madrid tiene un compromiso y una competencia, esto no se arregla difundiendo cifras y datos sobre una gestión falseada.
Es sencillo: queremos atención rápida, que haya medios, especialistas, garantías de que sea ciertamente igual ponerse malo en Ceuta que en Valladolid… Pero eso no se ha conseguido.
Estamos igual o peor. Tendemos a creernos lo que nos cuentan, hablamos de historias, de enfermos y de problemas que no entendemos hasta que las vivimos en nuestras propias carnes. Solo entonces es cuando vemos que la millonada invertida en el hospital no tiene efecto sin recursos, medios y gestión adecuada.
En el momento en el que alguien busca fuera la sanidad que debe recibir en su casa algo falla. Esto está pasando, pero esperemos a la ministra que dicen hará algo más que hablar.