Ignoro si, como repiten los humoristas, es más fácil hacer llorar que hacer reír, pero sí me atrevo a afirmar que, para que un texto oral o escrito sea literario no es suficiente con que provoque la risa. Recordaría algunas obras clásicas como, por ejemplo, Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, una parodia contra el dogmatismo, o El Quijote que, como es sabido, es una caricatura de las historias de los libros de caballerías. En sus relatos orales y escritos –que también son denuncias amables de la seriedad postiza y solemne- Rosario nos muestra su habilidad para usar los procedimientos literarios aplicados por los autores citados y, también, por escritores ingleses durante el siglo XVII, franceses y alemanes durante el XVIII y XIX, y españoles durante el siglo XX.
Yayo, al tratar los asuntos en clave de humor, los desdramatiza y nos descubre la irracionalidad, la vaciedad o la frivolidad de algunos de nuestros comportamientos convencionales actuales que, aunque parecen que son serios, a veces son hábitos sin importancia o costumbres vacías de significados. Sus relatos, en apariencias frívolos, poseen un notable poder social y una importante lucidez desmitificadora porque empequeñecen el volumen de los episodios, desinflan las hinchazones de algunos personajes y restablecen las dimensiones reales de sucesos banales que, ingenuamente, juzgábamos como trascendentales.
Sus críticas, sus comparaciones, sus ironías, sus paradojas, sus hipérboles y sus caricaturas son unos espejos en los que se reflejan nuestros rostros y nuestros gestos, nuestras aspiraciones y nuestras frustraciones, y, además de hacernos reír, nos descubren la realidad elemental y profunda de los comportamientos delirantes de algunas personas que nos creemos serias y respetables y que, en el fondo, son meras apariencias.
Sus ocurrentes relatos, aparentemente ingenuos y a veces protagonizados por nosotros mismos, nos enfrentan con episodios cotidianos que, además de reír nos hacen pensar porque nos descubren la importancia y la eficacia estética del humorismo. Es posible que sus destrezas pedagógicas como profesora de contabilidad, esa ciencia y ese arte para “contar” las ganancias y las pérdidas, sea una de las claves de la agudeza de su mirada para descubrir y para explicar las contradicciones de nuestros comportamientos cotidianos.