Los vecinos de Sidi Embarek celebraron ayer que ya disponen de un polideportivo. Montaron una especie de inauguración y aprovecharon para reconocer a residentes que lo dieron todo por el barrio, algunos de ellos ya no están desgraciadamente entre nosotros. Me alegro por Abdellah, por su lucha y la de todos los que han peleado por disponer de estas instalaciones deportivas. Pero ese sentimiento no oculta la cruda realidad de un pueblo que tiene que celebrar, en pleno 2023, que dispone de este espacio después de pelear más de 12 años por disfrutarlo. Esto es indignante y dice mucho del orden de preferencias que se da a las inversiones, del destino que prevalece en el fin último de los impuestos.
Ceuta en pleno 2023 no puede celebrar tener un polideportivo, unos contenedores soterrados o cuatro marquesinas. Celebrar eso a estas alturas es un fracaso con la de dinero que se ha manejado a nivel local y la lluvia de fondos europeos que tantos festejos producen en la clase política. Aún así asistimos a inauguraciones oficiales ridículas a las que además asiste no solo el alcalde y su comitiva sino el vicario, los mandos de las fuerzas de seguridad y el comandante general, que últimamente se apunta a casi todas.
Si queremos que nuestros niños estén más en los parques y en el deporte que fumando porros o buscando las esquinas donde beber y echarse a perder, tendremos que tener como prioridad darles las alternativas básicas que hoy no tienen. Y esta no es una crítica gratuita porque en cualquier pueblo perdido de España hay un mínimo espacio deportivo.
Aquí en Ceuta para que un barrio transmita valores a sus chicos, valores alejados de las drogas o la delincuencia y asociados al deporte, tienen que esperar 12 años y festejar una inauguración que tenía que provocar sonrojo entre nuestros dirigentes políticos.
A mí me daría vergüenza, pero quizás el nivel de lo asumible no sea igual para todos.