La forma en la que tratamos nuestro patrimonio es directamente proporcional al respeto que tenemos por nuestras generaciones venideras. Somos unos egoístas. Lo demostramos cuando bien poco nos importa perder parte de la historia patrimonial de este pueblo, esa historia que estábamos obligados a conservar.
Las administraciones se mueven en el camino de la más pura especulación, pero los ciudadanos lejos de entregarnos al borreguismo generalizado bien podríamos alzar una respuesta contestataria ante lo que pasa a nuestra vista. En nuestras manos está el exigir mediante la protesta que no se pierda lo poco que todavía conservamos.
El pasado fin de semana les contábamos la pérdida del pabellón de las Heras. Al menos en la hemeroteca quedará constancia de cómo las dos administraciones se dieron la mano para cooperar en su muerte. Ninguna hizo algo por conservar lo que ya no tiene futuro.
Antes les hablábamos del castillo de San Amaro. Tiempo al tiempo, veremos cómo termina desapareciendo. Luego, para calmar conciencias, abogarán por construir lo que ellos mismos dejaron morir, obviando y despreciando parte de la historia que estábamos obligados a mantener y apreciar.
Hay zonas más alejadas de la vista ciudadana que ya se han perdido. Nunca se trabajó por hacer rutas guiadas al objeto de dar a conocer todo lo que tenemos, prefiriéndose la pérdida ya no solo de los bienes materiales sino también de esos rincones paisajísticos que lejos de ser atendidos lucen en el más puro abandono.
Nos rasgamos las vestiduras buscando turismo, ¿pero nos plantemos qué les vamos a enseñar? Si queremos ‘vender’ algo distinto que mueva a peninsulares a hacer el esfuerzo de cruzar el Estrecho tendremos que haber conseguido un gancho medianamente aceptable. Una pata de ese turismo bien podría ser mostrar las riquezas que tenemos. Al contrario de lo correcto, parece que nos empecinamos en hacer desaparecer lo poco que tenemos. ¿Acaso pensamos que cruzarán a estas tierras para ver un puñado de piedras?