El Auditorio del Revellín se puso en pie para aplaudir al XVII Premio Convivencia de Ceuta, el obispo de Bangassou Juan José Aguirre, que no dejó indiferente al público presente tras relatar en su discurso la realidad y la crudeza de la situación que se vive en la República Centroafricana, donde dedica su vida como misionero.
Con la humildad que le caracteriza, este obispo quiso dejar claro que este premio no es sólo de él, sino que reconoce la labor de los 11.000 misioneros que dan su vida por ayudar al prójimo en la actualidad. “Me habéis aplaudido y no tenéis que aplaudirme, los misioneros no seríamos nada sin la gracia que nos viene del cielo. Yo soy uno de los 11.000 misioneros españoles que estamos por el planeta dando nuestra vida, gota a gota, pedazo a pedazo, por los más pobres”.
Asimismo, agradeció el apoyo que recibe por parte de la Fundación Bengassou y de todas las organizaciones y personas en particular que mandan su ayuda para que él pueda desarrollar su obra. Una obra difícil de llevar a cabo por las duras condiciones que se viven en el país donde él vive, la República Centroafricana.
En un discurso rotundo, lleno de vivencias, el premiado cumplió con su intención de ser la voz de su pueblo, un pueblo que como él mismo narró, está siendo “pisoteado” por una guerra civil que ha dejado un sinfín de muertos, siendo indiferente para los ojos me más de medio mundo. No suavizó sus palabras, sino que contó en primera persona todas esas imágenes que llenan su pupila.
Habló de la guerra y de sus atrocidades, estremeciendo a todos los presentes con historias que el mismo Aguirre sabe que de no ser por este tipo de ocasiones, por estos eventos, no llegarían a saberse nunca. Con un auditorio en completo silencio, explicó como son las guerras hoy en día, como se usan a las personas como “armas de guerra”, ya no son sólo los soldados, sino la población civil la que está sufriendo, la que ve sus poblados arrasados por el fuego o como se usa la violación como un arma de guerra.
Aguirre lo contó todo, con todo detalle, porque son episodios que él mismo y su congregación han visto con sus propios ojos y además han tenido que intervenir para ponerse del lado de los más necesitados.
Conociendo esa guerra de primera mano, Aguirre habla de la inmigración con conocimiento de causa, detallando que los subsaharianos que logran cruzar nuestras fronteras, que incluso llegan a Ceuta, sólo son el 3% de los que se ven obligados a huir de una situación de guerra. Son “los más fuertes” y los que tienen el dinero para poder cruzar el “gran cementerio” en el que se ha convertido el desierto del Sahara. “Esta historia de la inmigración afecta a todos los continentes”, recuerda el obispo de Bangassou y puso ejemplos de otros países receptores, como Uganda o como Perú, que en vez de cerrar sus fronteras a estas personas que huyen de estas circunstancias, entienden la necesidad de estas personas y no ponen oposición para acogerlos, porque no saben si en unos años ellos se van a ver en la misma situación. “Yo los llamo hermanos, son mis hermanos, yo no los llamaré nunca inmigrantes. Sé que vienen aquí por una necesidad y son mis hermanos”.
Fue crítico con las grandes potencias, con la ONU y con todas esas multinacionales que llegan a África a arrasar con todo, convirtiendo sus mayores riquezas en su mayor maldición.
Toda esta narración de hechos, la descripción a detalle de capítulos espeluznantes, mantuvo un silencio a todo el auditorio, que escuchó las palabras de Aguirre con estremecimiento, abriéndose ante ellos el panorama de la cruda realidad que se vive en la República de Centroáfrica y los países de alrededor, ricos en materias primas, que se convierten en presas de la avaricia.
Con total humildad recibió los aplausos de los presentes y los mandó al cielo, en una gala emotiva, pero a su vez reivindicativa, ya que el mismo premiado reconoció que si no fuera por estos momentos en los que se le da la oportunidad de hablar, la situación en áfrica seguiría siendo invisible para muchos. Y es que las palabras del premiado no dejaron indiferente a nadie y que consiguió lo que anhelaba: ser la voz de su pueblo.
Una vida entera dedicada al continente africano
El jurado del Premio Convivencia valoró la entrega que durante 40 años Juan José Aguirre ha dado a los demás. Entre la labor que lleva a cabo como obispo de Bangassou, se destacó la creación de varios centros hospitalarios, como el del Buen samaritano o San Rafael, donde se da asistencia a los enfermos de sida y también a los ancianos con demencia senil, que como el mismo Aguirre contaba a El Faro, son acusados de brujería, sobre todo los que no tienen hijos que los defiendan. También fundaron un orfanato para dar cabida a más de 500 niños que se quedaron huérfanos tras la muerte de sus padres por la guerra o por las enfermedades endémicas que asedian la región. La asistencia a las mujeres violadas que se quedan embarazadas es otra de las tantas acciones de su obra lleva a cabo.