A pesar de que el tiempo es una realidad continua que fluye sin necesidad de atravesar fronteras, su sucesión y su división en días y en noches, en semanas, en meses y en años nos ayudan para que revisemos nuestras personales trayectorias y reorientemos nuestros, a veces, despistados pasos. Lo primero que se me ocurre al empezar este nuevo curso es reconocer que el presente y el futuro no lo improvisamos ni lo creamos de la nada sino que, en gran medida, lo hemos gestado en cada uno de los hechos realizados anteriormente. Cada uno de los pasos deja una huella en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, en el cerebro y en las emociones.
Es así cómo se va formando lo que llamamos “carácter”, esa personal manera de pensar, de sentir y de hacer que “caracteriza” nuestra personalidad, ese estilo que impregna todas nuestras actitudes y nuestros comportamientos. Por eso decimos que lo que hacemos hoy condiciona lo que haremos mañana y, por eso podemos afirmar que nuestra vida humana consiste en recoger, en saborear los frutos y en sembrar semillas.
Al empezar este nuevo curso nos encontramos con serios problemas generados por la pandemia del Coronavirus. ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros? En esta ocasión lo primero que se me viene a la cabeza es que, en vez de forjar sueños y fabricar ilusiones, pensemos, trabajemos, dialoguemos con seriedad y realismo. Por lo pronto me conformo con evitar la tentación de hacer responsables únicos de todas nuestras desdichas al demonio, al sistema, a la globalización, al gobierno o a la oposición. Se me ocurre que lo mínimo que podríamos hacer es que cada uno de nosotros nos preguntemos qué hemos aprendido tras considerar todos esos sufrimientos que en nosotros y en las personas más próximas ha causado la pandemia. A lo mejor hasta es posible que tengamos que cambiar de dirección algunos de nuestros pasos.