La reforma laboral que ha sufrido el mercado de trabajo español, primero de la mano del Partido Socialista de Zapatero, y más tarde de la del Partido Popular de Rajoy, está teniendo un efecto muy nocivo sobre la sociedad española. Ha conseguido profundizar en la división de los ciudadanos hasta límites insospechados. También ha logrado que mensajes contradictorios y peligrosos calen en amplias capas de la población. Parece como que los propagandistas oficiales, entre los que se cuentan algunos periodistas a sueldo del poder, han decidido que todo valga, con tal de que la gente acepte sus propuestas como las verdaderas y buenas. También ha pasado con las valoraciones acerca del mayor o menor éxito de la convocatoria de huelga general.
Yo he participado en la huelga general. También en las concentraciones que se han llevado a cabo para informar a los trabajadores del por qué de la huelga. Creo que tengo derecho a ello. He visto de todo. Desde comercios que cerraban sus puertas y las volvían a abrir una vez pasada la manifestación, hasta otros que, con el dueño en la puerta, contemplaban la marcha sin inmutarse. En ningún caso ha habido violencia o coacción. Al menos yo no lo he visto. Sí he escuchado insultos de algunas personas hacia los manifestantes. Sinvergüenzas, vividores, chorizos. Estos han sido algunos de los menos graves para mí. Sobre todo si las cosas las valoras en razón de quien vienen. En muchos casos, pobres gentes sin criterio propio para opinar. Otros han sido más graves. Especialmente me ha dolido el de un conocido, al que tengo gran aprecio, que me echaba en cara ir acompañando a toda esta “gente” que no representaba a nadie, a pesar de la preparación que él presuponía en mí. Su razón fundamental era que la difícil situación por la que estaban pasando las pequeñas empresas se agudizaría con la huelga general. También echaba la culpa del paro y de la crisis a los sindicatos y a sus “liberados”. Evidentemente, sus mayores loas lo eran para el actual gobierno de Rajoy. Sin embargo no me dijo nada acerca de la enorme cantidad de deuda pendiente de pago que tenía el Ayuntamiento, también con su empresa, o de las enormes restricciones crediticias de los bancos. Estos dos argumentos son suficientes para que cualquier pequeño empresario con sentido común se dé cuenta de que la crisis no la han provocado los sindicatos. Pero el mensaje oficial y la tremenda campaña de acoso y derribo a las organizaciones de trabajadores está siendo tan salvaje, que no deja un mínimo resquicio para el raciocinio.
A pesar de lo anterior y de los intentos oficiales por ocultar la realidad, la huelga general ha sido un éxito. Aunque la noticia más repetida ha sido la de los 60 detenidos por actos violentos. No los miles de actos pacíficos que se han desarrollado. A pesar de las salidas de tono que ha tenido Esperanza Aguirre con lo de los “liberados” sindicales (no de la patronal), y de la provocación de la Ministra de Trabajo, Fátima Báñez (a la que no se le conocen cotizaciones, ni trabajo, en ninguna empresa), con eso de que no van a tocar las partes troncales de la reforma aprobada.
Creo que ha acertado plenamente Enrique Gil Calvo con su artículo de hoy titulado “La política de la intimidación punitiva”. Contrapone el autor la denominada política de la fobia, basada en la xenofobia y el populismo sectario de odio y eliminación del adversario (la que aplicaron los nazis) con la más actual política del amedrentamiento, empleada por la canciller Merkel para imponer la austeridad fiscal como terapia contra la crisis, infundiendo en nosotros, no el miedo a los otros, a los “enemigos” inventados, sino el temor a nosotros mismos y a algún “pecado común”. En este caso se trata de hacernos creer que “todos somos culpables de haber vivido por encima de nuestras posibilidades”. No los banqueros que nos facilitaron los créditos, ni los especuladores que generaron una enorme burbuja sin base económica alguna. De ahí la exigencia de sacrificio y penitencia colectiva, según el autor. Cuando se mezclan ambas políticas, como ocurre en la actualidad, se buscan enemigos ficticios a los que hay que castigar: inmigrantes, sindicatos…Y también se nos culpa a todos por igual y se nos castiga mediante una política de austeridad punitiva, que pretenden que todos consintamos.
Pero la realidad está siendo otra. Parece que no todo el mundo está dispuesto a dejarse convencer. Intelectuales y pensadores que escriben y estudian la situación con seriedad y que nos dicen que Rajoy está profundamente equivocado, pues su reforma no va a generar empleo. Economistas que nos ilustran de por qué EEUU se recupera más rápidamente que la eurozona, a pesar de estar allí el origen de la crisis financiera.