Los ojos que vigilan el perímetro fronterizo visten de negro, portan boina y lucen en la manga del uniforme, bajo el emblema de la Guardia Civil, las siglas GRS.
El acrónimo marca la pertenencia a los Grupos de Reserva y Seguridad, la unidad que Interior alumbró en junio de 1988 para hacer frente a escenarios especialmente complicados en los que se hace necesario controlar masas o restablecer el orden público. En el caso de Ceuta la misión encomendada es clara: apoyar a la Comandancia en la vigilancia e impermeabilización del perímetro fronterizo, la valla que dibuja el límite entre Marruecos y el suelo español que cada día ansían pisar de forma ilegal cientos de inmigrantes.
No tienen base permanente en Ceuta. Los 54 efectivos desplazados a día de hoy hasta la ciudad llegan desde Sevilla, se agrupan en tres pelotones y se van relevando por quincenas. Podrían cumplir cualquier servicio en Andalucía, Melilla, zonas de Extremadura o el sur de la Comunidad Valenciana –el área geográfica que controla el Grupo 2 en el que están encuadrados– pero hace poco más de un año recibieron el encargo de intentar frenar, en la medida de sus posibilidades, la presión inmigratoria que apretaba desde África y que marcaría las cotas de máxima tensión durante el fatídico 6 de febrero y el posterior intento frustrado de salto masivo de marzo.
El escenario dibuja ahora una aparente calma, en las antípodas de las amenazas de avalanchas de principios de año. Pero calma no es para la Guardia Civil sinónimo de relajación. Los GRS se despliegan a diario, en grupos de cuatro o cinco efectivos, a lo largo del perímetro, desde el Tarajal a Benzú. Vehículos y agentes 24 horas con la vista fija en kilómetros de malla metálica para que, como en los últimos meses, los intentos de salto continúen reducidos a su mínima expresión. “Últimamente la inmigración está siendo más esporádica. Ya no llegan por miles como hasta hace poco. Los intentos de entrada siguen siendo frecuentes, pero en mucha menor escala”. Quienes reconstruyen las claves de su trabajo diario son el teniente y el alférez al frente de los GRS. Las identidades se ocultan por motivos de seguridad. Ambos coinciden en que su despliegue se ha adaptado a las nuevas circunstancias: “Hace unos meses se daban casos de saltos masivos, con intentos de mil y pico inmigrantes y todos concentrados por el Tarajal. Ahora está siendo más esporádico y el despliegue se extiende a todo el vallado, donde seguimos teniendo una presencia continua”.
Aunque en la mayoría de los casos Ceuta es ya destino frecuente, para otros GRS la primera experiencia en la frontera sur de Europa requiere un grado añadido de especialización. “Este punto tiene su propia idiosincrasia. Nuestra especificidad abarca un buen número de operaciones, desde controles a registros o entradas en domicilios, pero aquí la misión es diferente, es una impermeabilización de la frontera ante una presencia elevada de inmigrantes”, relatan. Un trabajo, asumen, “duro” porque está salpicado por un “drama humano que suele generar una situación tensa y delicada para ambas partes”, al coincidir sobre un mismo metro cuadrado las aspiraciones de quien quiere entrar con la misión de quien no puede dejar que se acceda. “Es cierto que no es igual trabajar en Almería que en Ceuta porque estamos en un punto caliente a nivel nacional. Eso sí, trabajamos con un respeto escrupuloso a todos los protocolos establecidos, a la normativa nacional y de la UE y a los procedimientos internos de la propia Comandancia de Ceuta”, subraya el teniente.
Aunque huyen de la etiqueta de cuerpo de élite – “cada guardia civil en su campo lo es, no tiene por qué serlo un GRS o un integrante de cualquier otro cuerpo”, aclaran– a los de negro, el sobrenombre que ellos mismos utilizan, se les exige un escalón más de capacitación. “Se requiere un poco más, sobre todo en el plano físico, con unas pruebas que son más exigentes, y superar un curso que últimamente se imparte en el Centro de Adiestramiento de Logroño. También se requiere un poco más de preparación psicológica para afrontar las situaciones diarias”, detallan.
Sobre el terreno, el trabajo no cesa. El miércoles, a media mañana, los mandos supervisaban como cada jornada el trabajo de los agentes del grupo a lo largo del perímetro, del Tarajal a Benzú, separados por unos cientos de metros. Tranquilidad absoluta. En caso de avistamiento darían la voz de alarma y se activarían protocolos y refuerzos. Son los centinelas del perímetro y esa condición, creen, es valorada por el conjunto de la población. “Algunas veces ni siquiera la familia o los amigos nos identifica con los GRS. A todos los guardias civiles no suelen confundir con agentes de Tráfico, con los que ponen multas”, bromean. “Pero quienes nos conocen, como ocurre en Ceuta, y nos ven vestidos de negro saben que hacemos algo diferente, importante, y que nuestro trabajo diario redunda en su beneficio”, aseguran satisfechos.
Un despliegue las 24 horas del día pese a la momentánea sensación de tranquilidad
La línea que circunda el límite entre Ceuta y Marruecos es vigilada las 24 horas del día por la Guardia Civil. Los GRS se reparten los kilómetros de valla para garantizar que, pese a la aparente calma que reina en el perímetro en los últimos meses, la entrada ilegal de inmigrantes se reduzca a mínimos.
Refuerzo clave durante el 6-F y en el intento de entrada masivo del 4 de marzo
La fatídica madrugada del 6 de febrero convirtió a los GRS en una de las principales fuerzas de contención frente a la avalancha que se dejó caer desde Marruecos sobre la frontera del Tarajal. Su intervención, arropando de nuevo al resto de agentes de la Guardia Civil, volvería a ser clave cuando el 4 de marzo, casi un mes después de la muerte de los 15 subsarianos, formaron un cordón con los mehanis que detuvo a otra multitud de casi 1.200 inmigrantes.