El pasado viernes, José Luis Rodríguez Zapatero presidió su último Consejo de Ministros. Sus asesores electorales diseñaron cuidadosamente la fecha de la última convocatoria para hacerla coincidir con el 20 de noviembre. Un día cargado de simbolismo en nuestro país. Pero más allá de este simbolismo, lo que evidentemente pretendían los dirigentes del partido socialista era aguantar el máximo en el poder y, de paso, dar tiempo a Rubalcaba para que recompusiera la situación de la forma menos perjudicial posible. Aunque ni por esas. Como dicen los chascarrillos populares, él, que tanto busco el límite de velocidad de 110, en este caso lo clavó.
Pero también han conseguido, quizás por coincidencias del destino, que Zapatero salga del gobierno, o al menos presida su último Consejo de Ministros, el mismo día en que las tropas americanas abandonan Irak. Justamente la acción bélica más absurda de los últimos tiempos, que le costó el poder al partido popular y llevó al Gobierno de España a uno de los políticos más inexpertos, inestables, mentirosos e irresponsables de los últimos tiempos, a juicio de muchos comentaristas.
El señor Zapatero, que cuando estaba en la oposición se quedó sentado al paso de la bandera de los EEUU de América, haciendo un alarde de coherencia ideológica, pero que cuando gobernaba no dudó ni un momento en “obedecer” a los mercados financieros y al presidente Obama. Cuentan que fue una llamada de éste último la que le “convenció” para aprobar la salvaje medida de reducción de sueldo a los funcionarios. Ni se inmutó.
Recuerdo aún los últimos días del Gobierno de Aznar, cuando desde las Delegaciones del Gobierno se tuvieron que organizar a toda prisa grandes manifestaciones de repulsa y protesta por los terribles atentados del 11-M en Madrid. Yo entonces estaba en Pamplona. Cuando unos días más tarde se produjo el vuelco electoral que llevó al poder a un partido socialista que aún no había superado su particular “travesía del desierto”, comenzaron a desfilar por las dependencias oficiales los “cachorros socialistas” (de bote), que poco más tarde se convertirían en los representantes del poder central. Es en esos momentos cuando se percibe la miseria humana en su auténtica dimensión. De los que se quedan, que empiezan a recular y a hacer méritos para “demostrar” que ellos siempre han sido de los que vienen. Y de los que van a llegar, que quieren tener coches oficiales antes de que les toque. Supongo que ahora estará pasando algo similar.
Lo que sí está ocurriendo, quizás como consecuencia de las fechas, más propias de festividades que de cambios políticos, o tal vez por la delicada situación económica en la que nos encontramos, es que la agonía del partido socialista y de Zapatero se está haciendo interminable. Pero es que se dice que “donde las dan las toman”. Hay que tener mala leche, ser un retorcido, o ambas cosas a la vez, para haber diseñado un cambio de gobierno en plena Navidad. Sin tiempo para reaccionar. Con los tiburones financieros al acecho de cualquier fallo del mercado. Sin apenas margen para tomarse un respiro con la familia en unas fechas tan señaladas. Es la prueba evidente de que a algunos les importaba un bledo la situación del país.
En una entrevista realizada en el diario El Faro de Ceuta al que pronto dejará de ser, afortunadamente, el Delegado del Gobierno en la ciudad autónoma, éste nos decía que la historia juzgará a Zapatero y lo dejará situado en el lugar que le corresponde.
También que él ha actuado según su conciencia y conforme a lo que interesa en lugares pequeños y complicados como Ceuta y Melilla, en los que hay sensibilidades muy diferentes. Efectivamente. La historia los juzgará a los dos y los dejará en su lugar. Al primero, por haber jugado con la credibilidad y seriedad de un partido centenario como el partido socialista. Al segundo, por haber consentido que Ceuta siga siendo una “ciudad presidio” enchufada a las subvenciones públicas.
Evidentemente, todo ello con el aplauso de la derecha más rancia de este país y de esta ciudad, que han visto así colmadas sus expectativas de mantenerse, o convertirse, en la fuerza hegemónica y única en todos los niveles de poder político de esta vieja nación.
Esperemos que aún estemos a tiempo de reaccionar y podamos enmendar la situación. Es la triste herencia que nos dejan estos aprendices de socialistas.