Es curioso observar las primeras páginas de los principales diarios nacionales e internacionales. El viernes se anunciaba que “La cumbre del euro se fractura”. Al día siguiente “Nace una nueva Europa sin Londres”, “Europa avanza”, “Europa avanza sin Reino Unido” o “Europa sienta las bases para salir de la crisis”. Aunque para algunos, los diarios más a la izquierda, “Europa se somete a la disciplina alemana” y “Cameron se rinde a los intereses de la City”. Creo que estos últimos titulares son los que más se ajustan a la realidad. Por el momento Europa sigue siendo la Europa de los mercaderes, como ya se criticaba en España en la década de los ochenta del pasado siglo, a propósito de nuestra integración en la Unión Europea.
En un magnífico artículo rubricado por los responsables de los principales sindicatos europeos el pasado miércoles, 7 de diciembre, titulado “Por un nuevo contrato social europeo”, se hacía una llamada para acabar con los mecanismos de la especulación y asegurar la capacidad financiera de todos los Estados miembros. Para justificar esta propuesta reflexionaban en voz alta y exclamaban: ¡Cómo es posible que Estados Unidos, con los principales indicadores peores que los del conjunto de la UE, y Japón, con una deuda pública del 225% de su PIB, pueda emitir sus bonos a 10 años a intereses inferiores al 2% y algunas naciones de la zona euro deban pagarlos al 7%!. La respuesta es evidente y sencilla, pero no por ello menos complicada de llevar a la práctica. En Europa no se actúa como una verdadera Unión. Es decir, se carece de instrumentos para combatir los ataques especulativos de los mercados, como la capacidad de emisión de eurobonos y la conversión del Banco Central Europeo en garante de último recurso en el rescate a los países en apuros. Lo que ahora se ha hecho es avanzar en esta línea, aunque no de forma contundente, ni tampoco en el contrato social europeo que reclaman las fuerzas sindicales. También algunos prestigiosos economistas.
Lo que en realidad se ha hecho en la última cumbre europea es un pacto fiscal, aunque fundamentalmente orientado al control presupuestario, que obliga a incluir en las constituciones de cada país unos límites de déficit (3% del PIB) y de endeudamiento (60% del PIB), por encima de los cuales habrá severas sanciones. Asimismo se articula un nuevo mecanismo de rescate de los países en apuros, con un nuevo fondo de 500.000 millones de euros y una aportación de los bancos centrales al Fondo Monetario Internacional de 200.000 millones de euros para ser utilizados en rescates si ello fuese necesario. Sin embargo, sigue sin quedar clara una cuestión clave, como es el hecho de que el Banco Centro Europeo pueda acudir en ayuda de un país necesitado, como le ocurre ahora a España e Italia, comprando deuda en los mercados secundarios, para así evitar que la prima de riesgo siga subiendo. Tampoco se acepta la petición de creación de los eurobonos, que sería una forma de gestionar la deuda de todos los países de forma conjunta. Alemania se opone a ello desde el primer momento, pues esto ocasionaría una rebaja de los tipos de interés que tienen que pagar estos países, a costa de una subida de lo que tendría que pagar Alemania. Es decir, la “locomotora” de Europa, que tanto se benefició de la mano de obra extranjera, sobre todo española e italiana, en los años sesenta, ahora no quiere sacrificar unos puntos en el tipo de interés a pagar por su deuda, aunque ello suponga que siga el sufrimiento de miles de personas en España e Italia, que de esta forma ven sus economías cada vez más arruinadas y su futuro más negro.
Una de las críticas más recurrentes que reciben los economistas es su incapacidad para aportar soluciones a la crisis económica, o para predecirlas. A mí no me preocupa, pues hace tiempo que renuncié a la idea de que la teoría económica me pudiera alumbrar una salida a la situación económica actual, ya que detrás de la ciencia económica hay mucha ideología, muchas veces con visiones del mundo contrapuestas. Sin embargo, si me produce escalofríos que haya colegas que piensen que la economía es una ciencia exacta y, por tanto, capaz de resolver los conflictos económicos, exclusivamente con la intervención de la “mano invisible” en el mercado.
El Nobel Stiglitz nos ilustra este pensamiento en un reciente artículo titulado ¿Qué puede salvar al euro?. Nos advierte de cómo después de cada crisis surgen explicaciones que resultan equivocadas, o inadecuadas, para la crisis siguiente. Así, la deuda latinoamericana de los 80 fue causada por un endeudamiento excesivo. Sin embargo, la mexicana de los 90 se debió a una insuficiencia de ahorro. Poco después, la crisis asiática se produjo pese a sus altas tasas de ahorro. La explicación fue la falta de gobernanza y transparencia. Sin embargo, los países escandinavos, con altos índices de gobernanza y transparencia, también han sufrido una crisis pocos años después. La constante de todas las crisis, también en la actual, nos dice, es que “los sectores financieros se comportaron inadecuadamente y no lograron evaluar solvencias ni administrar los riesgos como se suponía que debían hacerlo”.
Para entender por qué Europa no se va a dejar caer, sólo es necesario viajar a algún país nórdico y ver cómo en sus vuelos diarios a la costa del sol embarcan grupos de europeos, ya sesentones, con sus palos de golf a la espalda, o ya con el bañador puesto. Somos el complemento perfecto para sus vacaciones, o para sus segundas residencias. También para las residencias de sus mayores, o para el turismo sanitario. Sin embargo, como reclaman los sindicatos europeos, “ante el riesgo de recesión, los gobernantes europeos no proponen nada para el crecimiento y el empleo”. Pensar, como hacen algunos, que la política de restricción presupuestaria, en exclusiva, va a solucionar los problemas de los europeos es de ilusos. Por el contrario, a lo que nos está conduciendo esta política es a una mayor recesión y a un importante riesgo de fractura social. Y por supuesto, a un estado de postración y sumisión permanente de algunos países, como España, a otros, como Alemania. En estas circunstancias, lo que menos convenía a España era que el nuevo Presidente del Gobierno tomara posesión en Navidad. Pero el amigo Zapatero, que no acaba de marcharse, parece que estaba más interesado en estar presente en nuestros pensamientos, también en estas fiestas navideñas.