De un tiempo a esta parte la clase política está echando mano de forma excesivamente recurrente a todo lo relacionado con la diversidad. Se llevan propuestas plenarias, se hacen ruedas de prensa, se habla de ejecutar acciones que fomenten la interculturalidad, que encuentren la cabida de todas las culturas.
Dichos planteamientos no estarían de más si realmente existiera un poso, un fundamento, una base que los soportara para, cuando menos, conseguir que el resto de la ciudadanía creyera en ellos.
Resulta cuando menos cuestionable que alguien se convierta en adalid del respeto a otras culturas y quiera adueñarse de esa diversidad mientras que en su ámbito privado no juega las mismas cartas. Se convierten de cara a la galería y por una mera búsqueda de votos en defensores de la diversidad cultural mientras que en su ámbito privado contradicen con esa labor pedagógica intentando, por ejemplo, que sus propios hijos no estudien en determinados colegios para no tener que compartir aulas con demasiados musulmanes. ¿Se puede ser defensor a ultranza de todos los colectivos mientras que en tu propia casa pretendes tener a tus propios hijos en una burbuja? No es que sea una actitud hipócrita, es algo más, hechos así demuestran la cobardía mayor que uno puede representar.
Cobardía que va de un lado a otro. Queremos apostar por la diversidad, por la interculturalidad, porque los jóvenes se empapen del conocimiento de las demás culturas... ¿pero sin miedos, sin prejuicios, sin vetos? La hemeroteca reciente nos muestra valoraciones demasiado suaves en torno a las míticas frases de las mujeres perfumadas, de igual forma nos muestra silencios absolutos en torno a la penetración de radicalismos. Y no se trata de mezclar cultura y religión, se trata de ser valientes en torno a lo que está pasando en Ceuta con nuestros jóvenes que son los mismos a los que dirigimos estas mismas políticas de interculturalidad, diversidad y demás.
Estamos llevando la política a unos extremos tales que una piensa que detrás de todo esto solo hay fachada, una burda excusa para seguir colocándonos la etiqueta de la multiculturalidad que no luego no aplicamos en nuestra vida diaria. Esa etiqueta vale para buscar votos, para nada más, porque a los políticos nunca les ha interesado hablar con claridad, nunca han querido dar un paso al frente y posicionarse de forma valiente sobre lo que está pasando en Ceuta, eternamente dividida y separada por sus clasismos.