En la Crítica de la razón pura, para estudiar las condiciones que hacen posible el conocimiento, Immanuel Kant, el célebre filósofo ilustrado prusiano, desarrolla una clasificación de “juicios”, entendiendo por “juicio” toda suerte de “entidad mínima de conocimiento” o “proposición cognoscitiva básica” con estructura sujeto-predicado. Para desarrollar dicha clasificación, el filósofo de Königsberg plantea seis grupos de juicios utilizando, para ello, tres pares de conceptos que toma prestados de la tradición filosófica y que son los pares necesario-contingente, “a priori”-“a posteriori” y analítico-sintético.
Distingue Kant, así, los juicios necesarios, que recogen un hecho que no podría no ser (por ejemplo, “Soy hijo de mi padre” -puesto que, sea quien sea el sujeto implícito de ese juicio, no podría no ser hijo de su padre-) de los juicios contingentes, que recogen un hecho que, eventualmente es, pero podría no haber sido (por ejemplo, “Tengo los ojos verdes” -ya que, incluso si ese es el caso, podría haber tenido los ojos de otro color-).
De igual forma, también distingue los juicios “a priori”, elaborados antes de tener una experiencia del mundo (por ejemplo, “El todo es mayor que sus partes” -puesto que sabemos que algo es mayor que sus partes previamente y sin necesidad de comprobar cada caso-) de los juicios “a posteriori” o empíricos, elaborados después de tener una experiencia del mundo (por ejemplo, “Júpiter es el planeta más grande del Sistema Solar” -ya que hace falta observar y comparar los diferentes planetas para plantear dicho juicio-).
Finalmente, Kant distingue también los juicios analíticos, en los que el predicado está incluido en el concepto del sujeto y, por tanto, no nos dan ninguna información nueva (por ejemplo, “Los calvos no tienen pelo” -ya que ser calvo consiste, justamente, en no tener pelo-) de los juicios sintéticos, aquellos en los que el predicado no está incluido en la noción del sujeto y, por tanto, nos dan información nueva (por ejemplo, “Los calvos son buenos amantes” -puesto que, sea esto cierto o no, en el concepto “calvo” no está incluido tener unas buenas dotes amatorias-).
Pues bien, hecha esta clasificación, nuestro filósofo señala que toda la tradición filosófica había asumido que las clases de juicios son iguales tres a tres, constituyendo dos esferas diferentes: los juicios necesarios son también “a priori” y analíticos; los juicios contingentes son también “a posteriori” y sintéticos. E incluso, más allá, que ambas esferas son incompatibles: si un juicio es analítico, no puede ser contingente ni “a posteriori”; si un juicio es contingente, no puede ser “a priori” ni analítico; etc.
Tomemos dos ejemplos de entre los ya propuestos. “Júpiter es el planeta más grande del Sistema Solar” es, como decíamos, un juicio “a posteriori” porque ha sido elaborado después de haber observado los planetas; pero es también sintético (en el sujeto “Júpiter” no está incluido el hecho de ser el planeta más grande del Sistema Solar) y contingente (Júpiter es el planeta más grande, pero esto podría no haber sido así). De igual forma, “Los calvos no tienen pelo” es, como decíamos, un juicio analítico porque el predicado “no tener pelo” está incluido en el concepto “calvo”, pero es también necesario (no puede ser que los calvos tengan pelo porque entonces no serían clavos) y “a priori” (no hace falta conocer a todos los calvos que existen, han existido y existirán para tener el convencimiento de que todos ellos cumplen el predicado de no tener pelo).
Sin embargo, y esta es una de las grandes contribuciones de Kant a la historia del pensamiento, sí que son posibles los juicios sintéticos “a priori”, esto es, juicios que no dependen de la experiencia y son, por tanto, necesarios, pero que nos brindan nueva información, al no estar su predicado incluido en la noción del sujeto. Y no sólo son posibles sino que, siempre en palabras de Kant, son precisamente los que constituyen los fundamentos de la ciencia, de forma que todo el saber científico descansa sobre ellos. Lo que hace la ciencia, precisamente, es “funcionar” mediante juicios sintéticos (que nos amplían la información sobre la realidad), pero “a priori” (y, por tanto, absolutamente necesarios).
Tomemos el ejemplo que nos brinda el propio filósofo: “La línea recta es la distancia más corta entre dos puntos”. Éste es un juicio “a priori” porque no es necesario medir todos y cada uno de los diversos caminos curvos que podrían unir los dos supuestos puntos para tener el convencimiento de que la distancia más corta entre ellos es la línea recta; pero también es un juicio sintético porque el concepto “línea recta” no contiene el predicado de ser la distancia más corta entre dos puntos. Y por estas características, este juicio sería un principio fundamental de la ciencia geométrica, en este caso. Y ocurriría igual con la aritmética (“Tres más tres es igual a seis”) o con la física (“Todo efecto tiene una causa”).
No son posibles, sin embargo, según Kant, los juicios sintéticos “a priori” sobre cuestiones metafísicas (esto es, asuntos que trascienden la esfera de la experiencia posible y hablan sobre el fundamento de lo real, la existencia de un ser supremo, la libertad humana, etc.) y, por eso, para nuestro filósofo, la metafísica no es una ciencia propiamente dicha, sino un conjunto de antinomias y contradicciones fruto de aplicar las estructuras racionales sobre aquello que, en realidad, las sobrepasa.
Que nos convenza o no el análisis de Kant sobre los juicios y su rechazo del estatus de la metafísica como ciencia no es tan interesante como comprobar que, un par de siglos después, Saul Kripke, otro filósofo (estadounidense, en este caso, y fallecido no hace mucho más de un año -sirvan estas líneas como homenaje-) repitió el gesto kantiano al proponer un nuevo cruce entre los tradicionales grupos de juicios. Si Kant señaló la posibilidad de los juicios sintéticos “a priori” para acabar negando la posibilidad de la metafísica, Kripke señalará la posibilidad de los juicios necesarios “a posteriori” precisamente para lo contrario: plantear la posibilidad de una metafísica modal que hunde sus raíces en la filosofía del lenguaje a partir del estudio sobre las descripciones definidas.
Así, Kripke recupera la icónica sentencia “Héspero es Fósforo” o “El lucero vespertino es el lucero matutino”, que ya utilizara Frege, como ejemplo de juicio necesario “a posteriori”. Sepa el lector o lectora, para entender bien el ejemplo, que, desde tiempos de los antiguos griegos, se distinguió entre dos cuerpos celestes: Héspero, el lucero vespertino (aquella estrella que aparece en primer lugar cuando el sol comienza a ponerse) y Fósforo, el lucero matutino (la última estrella que queda visible cuando despunta el alba). Pues bien, la investigación astronómica demostró que, en realidad, no había dos astros distintos, sino que eran el mismo y único astro (y, dicho de paso, que en realidad no se trataba de una estrella, sino del planeta Venus). Por eso Frege utiliza el ejemplo para distinguir la “referencia” de las expresiones lingüísticas, que sería siempre el mismo objeto (el cuerpo celeste en cuestión, Venus), del “sentido” de dichas expresiones, que sería la forma concreta en que se refiere a ese objeto cada una de ellas (“lucero vespertino”, “Héspero”, “Fósforo”, “Venus”, etc.).
En el seno de estas discusiones filosóficas en torno a las descripciones definidas, Kripke introduce el término “designador rígido”, para hablar de aquellas expresiones lingüísticas que refieren a una misma entidad en todos los mundos posibles (nombres propios, descripciones matemáticas, nombres de clases naturales o de sensacione). Así las cosas, “Venus”, en tanto nombre propio, refiere, según Kripke, al mismo ente en todos los mundos posibles, puesto que tiene un alcance “de re” (de la cosa): la expresión refiere siempre a Venus, sea o no el lucero vespertino. La descripción “el lucero vespertino” no lo hace en aquellos mundos en los que Venus no sea el cuerpo celeste que primero luce al caer la noche, porque tiene un alcance “de dicto” (de lo dicho): la expresión se refiere al objeto que satisfaga el hecho de lucir en primer lugar al caer la noche, sea éste Venus, Marte o cualquier otro.
Pues bien, desde aquí, Kripke señala que el juicio “Héspero es Fósforo” es un juicio “a posteriori”, es decir, empírico, puesto que ha hecho falta la observación astronómica para plantear esta identidad; pero es también un juicio necesario porque, al final, lo que este juicio está predicando es la identidad de una cosa consigo misma (a saber, que Venus es Venus) y la identidad de cada cosa consigo misma es una propiedad necesaria (ninguna cosa podría no ser idéntica a sí misma). Kripke demuestra, así, que no es verdad que los juicios necesarios solo puedan conocerse “a priori”, como la tradición filosófica, incluido Kant, había asumido.
Quedaría, por tanto, intentar el tercer cruce no explorado por Kant ni por Kripke: la posibilidad de los juicios analíticos contingentes. Un posible ejemplo que siempre me ha rondado la cabeza es el juicio “El tiempo pasa”, por cuanto podemos entender que el predicado “pasar” está, de alguna manera, incluido ya en el concepto “tiempo” (¿qué es el tiempo sino la constatación del incesable pasar mismo?); pero, a la vez, este hecho podría no haber sido así, dado que el tiempo, en su naturaleza fenomenológica, realmente no existe más que como la experiencia de lo que la conciencia retiene y anticipa, de forma que su pasar es solo una proyección que podría no haberse producido (o no en los mismos términos). Quede aquí la invitación al lector o lectora para proponer un ejemplo más logrado de juicio analítico contingente (si es que tal cosa es posible).
Víctor Teba de la Fuente
Doctor en Filosofía por la Universidad de Granada (2020)
Funcionaro miembro del cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaría y Bachillerato de Andalucía
Profesor de Filosofía del IES José Navarro y Alba, en Archidona