La Historia, esa que solemos escribir con h mayúscula, en el transcurrir del tiempo y en sus diferentes ámbitos territoriales, la hemos convertido, en la mayoría de las ocasiones, en un relato oficial de hechos consecuencia de la acción de una élite minoritaria, a la que solemos adjudicar un papel exclusivo de protagonistas, con el pretexto de aquello que consideramos “importante”, o añadiendo que fueron ellos, y no los otros, los que dirigieron y justificaron los destinos de una mayoría anónima y silenciosa, a la que incomprensiblemente se le ha despojado de voz y de relevancia en su propio devenir, y en el de su respectivo grupo social de referencia.
Sin embargo, en la actualidad, cada día se reivindica más la idea de que no es posible comprender el pasado, y en consecuencia el presente y también lo que vendrá, sin la suma de miles de historias individuales que complementan y justifican esa otra Historia que denominamos oficial. Si además, estos fragmentos únicos rebosan de relaciones y lazos afectivos con algunos de los que por ahora seguimos estando aquí, y a los que el destino ha seleccionado de forma caprichosa para contar lo sucedido, entonces el caso particular va más allá de lo estrictamente histórico, para verse inundado de humanidad, de sentimientos y de intimidad. Y eso es lo que me propongo precisamente en estas líneas: sacar a la luz el relato vital de uno más de esa mayoría ignorada, pero que para mí y otros que lo conocieron ejerció una influencia primordial en nuestras vidas, precisamente por la ejemplaridad de su trayectoria, con el valor añadido de habernos regalado con su amistad.
Juan José García Valero falleció el pasado sábado 24 de abril en un centro de diálisis de Sevilla, después de haber mantenido una lucha de muchos años contra un cuadro médico, inicialmente originado por una diabetes, que con el transcurrir del tiempo se iba complicado más y más, a pesar de su infinita voluntad por sobrevivir hasta el último momento. Nació en 1959, en nuestra ciudad. Tuve la suerte y el placer de conocerlo desde que ambos éramos unos adolescentes, cuando cursábamos Bachillerato y COU en el actual IES Siete Colinas. Su domicilio en aquella época estaba en un edificio de varias plantas para empleados de la banca, al final de la calle Real y un poco antes de llegar a la plaza de la Maestranza.
Su padre, Emilio, que trabajaba en el antiguo banco Central, fue un destacado deportista de la esgrima y fundó la asociación de diabéticos de Ceuta. Aún lo recuerdo visitando a los colegios de la localidad para reclamar apoyos a los alumnos con esta patología, o paseando por la calle Real, saludando a no pocos conocidos. Cada vez que me veía me regalaba con un cariño y un respeto que me hacía recordar a mi propio padre, al que había perdido para siempre con poco más de doce años. Su madre, a la que llamábamos Betina, me trataba como a uno más de la familia en las múltiples ocasiones que iba a estudiar a su casa en compañía de su hijo. Amor, su hermana, desempeñó su trabajo como doctora durante bastantes años en Ceuta, siendo muy conocida en la ciudad por su entrega a su profesión. Cuando en la última etapa de la vida de mi amigo he vuelto a contactar con ella por teléfono, siempre me ha recordado el especial vínculo que mantenía su hermano conmigo. Y es que fue mucho lo que compartí con él, de forma continuada y en las diferentes etapas de nuestras vidas: la música, la lectura, los amigos, las experiencias vitales, la ideología social y política, el arraigo con la ciudad, el sentimiento especial que te produce el mar de Ceuta o la sonrisa mágica que se dibujaba en su rostro cuando aparecía la comida en la mesa.
Juanjo realizó su formación universitaria en Sevilla, concretamente en el campo de la Química, donde conoció a su compañera de estudios y de vida, Mariló. En esta capital estableció su hogar, trabajando inicialmente en Dragados y Construcciones como analista de materiales y experto en estudios de suelos, tanto en obras de Ceuta como de Andalucía. Con el transcurrir del tiempo llegó a constituir una empresa en su tierra de nacimiento dedicada a las anteriores actividades, desarrollando su labor profesional entre ambas localidades. Su saber sobre estos aspectos de la construcción era de tal magnitud que no había edificio o suelo de Ceuta de reciente construcción del que Juanjo no pudiera darte una información pormenorizada y al detalle.
Si está nefasta pandemia que estamos padeciendo no me hubiera imposibilitado estar presente en el entierro del amigo en Sevilla y si alguien me hubiera preguntado qué es lo más importante que aportó en mi vida que pudiera servir de ejemplo a las generaciones futuras, no hubiera tenido la menor duda: el inmenso placer y satisfacción de haber conocido a una persona en la que se había reencarnado, con exactitud precisa y perfecta, ese espíritu del saber como totalidad que caracterizaba al hombre de ciencia del Renacimiento. Movido por una curiosidad sin límites, un afán por aprender inquebrantable y un sobresaliente hábito lector; dominaba prácticamente todas las parcelas del conocimiento: matemáticas, física, química, historia, geografía, música, literatura, educación, economía e incluso medicina. Y lo que es mejor, en su cabeza, estas disciplinas tan dispares estaban perfectamente interconectadas y enlazadas, haciendo realidad en su persona ese enfoque interdisciplinar como camino más efectivo y eficiente para afrontar y resolver los retos de nuestra existencia, tantos colectivos como individuales.
Ahora que Juanjo se ha marchado y ya no sé dónde está, faltaría a la verdad si dijera que tengo esperanza de volver a encontrarlo algún día en el cielo, entre otras cosas porque ni él, ni tampoco yo, estamos sobrados de fé en ello. Sin embargo, quizás el caos aparente de su física cuántica pueda algún día unir los átomos resultantes de la descomposición de nuestras materias, y yo tenga el regalo de volver a ver su sonrisa comiéndose una paella de bogavantes, en la terraza de un restaurante y acompañados por la brisa del mar, y le diga alguna tontería, otra vez más, porque se ha manchado la camisa mientras saboreaba la misma. Descansa en paz, amigo mío. Siempre te llevaré en la mochila de mis recuerdos.
Una gran faena morirse, sin duda...
La memoria de los que quedan es el único lugar en el que encontrar a quienes se van.
Muy poco comparado con la intensidad de los momentos compartidos.
Es lo que hay. No nos queda otra que resignarnos en esta espera que nos llevará a todos al mismo punto.
Que la tierra nos sea leve.
Pues creo que debe estar en el cielo, aunque la relación que teníamos era principalmente profesional, junto a su cuñado Pellicer, siempre nos asesoraban con la pericia que precisábamos los técnicos del Ayuntamiento, y cuando recibíamos los magníficos informes de su laboratorio, Juanjo siempre los “arropaba” entregándolos en persona, añadiendo consejos y detalles en los que se había basado su dictamen, poniendo de manifiesto su grandeza profesional y personal, con esa sonrisa de buena persona que acompañaba, la de los “grandes”.
Amigo Juanjo descansa en paz y mi más sentido pésame a tu familia.
D.E.P. JUANJO