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Jesús visita a su tío Alfeo

Cuando voy con Myriam por Jerusalem, siempre nos suceden situaciones curiosas. Dentro del  conjunto del Gólgota nos hemos encontrado con dos judíos religiosos, cosa que en otros momentos nunca nos había pasado, que buscaban según su mapa, todos los lugares que querían visitar. Nunca antes los judíos habían entrado en este Recinto Sagrado. A mí personalmente me gustó esta nueva situación, antes más bien parecía que quisieran apartar de su vista una realidad candente. Hoy somos todos más libres  de actuar, o de entrar y salir  por donde se nos antoje. Al rato, sentadas ante el cuadro donde se muestra Jesús resucitado ante María Magdalena, pasaron unos señores muy altos, árabe-palestinos, que también intentaban localizar los lugares emblemáticos y preguntaban todo a Myriam con suma cortesía. Al salir de los aseos unas jovencitas que se reían mucho entre ellas, que eran también árabes y con las que nos hicimos unas fotos, estuvieron interesándose por todo lo que ocurrió cuando crucificaron a Jesús en aquellos días. Cuando ya nos marchábamos, pues era algo tarde, un joven argentino explicaba a un pequeño grupo hispano en la iglesia ortodoxa griega, el por qué de todo lo que ocurrió allí. Nos acercamos a escuchar, pues era muy grato  atender a las explicaciones en nuestra lengua. Se veía muy preparado en el tema. Cuando hubo terminado nos preguntó si nosotras éramos judías, pues según él, lo parecía. Myriam dijo que sí, pero que teníamos hecho “el doctorado”. El muchacho lo comprendió enseguida y nos contestó con sorna: “¡pues a sus órdenes!”. Le preguntamos si él era judío y contestó: “¡Sí, pero converso!”. Y es que sus conocimientos sobre Jesús de Nazaret lo delataban.
Lo más importante de nuestra incursión por aquellas dependencias esa tarde fue poder orar ante la que fue la tumba de Jesús, hasta el tercer día en que resucitó. Una tumba nueva que pertenecía a José de Arimatea, que la cedió para el enterramiento del Señor. Ese día, al no haber casi peregrinos en el lugar, no tuvimos que hacer cola, como es lo habitual. Muy próximos están enterrados Nicodemo y el mismo José de Arimatea.
Hace más de treinta años se podía bajar a la Cueva del Enterramiento, como hicimos nosotras, pero hoy está sellada para los visitantes por temor a deterioros…
Entonces Tiberíades romana era una ciudad de mucho dinero, muy rica. El trazado de sus calles estaba ordenado según el método de cuadrícula. No sólo el trazado y el sistema de drenajes indican su modernidad; también las amplias plazas con fuentes que aún existen, con mármoles traídos de Italia, y sobre todo, los palacios y casas suntuosas, con jardín en el interior y plantas exóticas. Ellos solían dejar abiertos los amplios portalones, dando vista a los vestíbulos ricos en decoración, por lo que pasear por aquella zona adinerada era un lujo para la vista. Construcciones que se prolongaban hasta la orilla del Lago. Abajo ya, se ven las barquitas con adornos, que sirven para los transportes y paseos de esta nobleza romana.
Próximo a esta orilla, hay un suburbio en donde Pedro ha dejado su barca y va andando junto al Maestro y convienen que esta ciudad es un área de descanso y veraneo, y que también hay casas palestinenses. Pedro se queja de que los romanos no sólo han traído las grandes diferencias sociales, sino que han apagado la fe de los judíos, que se han contaminado con las pompas y los lujos.
Jesús está de acuerdo en que ellos, los judíos, han querido corromperse. Entre tanto, la casa que buscaban del mayordomo del Herodes, está ahí, según José el pastor que los conduce.
Es una casa preciosa, con jardín lleno de flores. “Es de Cusa, que no es malo, es honrado”. A Jesús lo había mandado llamar Jonatás, marido de Juana de Cusa, (a la que veremos entre las mujeres al pie de la Cruz), pues ella se moría y él quería que el Rabí la salvase. Como no llegó a tiempo, Cusa tuvo que llevarla a los Altos del Líbano, a casa de unos amigos, para tomar nuevos aires que la sanasen. Han llamado a la puerta y ha salido un criado que habla con José, luego mira a Jesús y al grupo, y enseguida les pide que entren. Una mujer llora en un rincón. Es la nodriza y cuidadora de Juana, que la crió cuando ella se quedó huérfana. En la casa todos quieren mucho a su ama, por la bondad que tiene con todos.
Reconocen a Jesús como el Mesías de Dios, y creen que Él sanará a Juana, aunque la nodriza no deja de llorar por su señora. “No llores más, madre. Ven cerca de Mí. Si tanta fe tienes, ella sanará, ya lo verás. Aunque tenga la fiebre muy alta, sanará”. Juana había tenido un hijito, que murió enseguida, y esto la había dejado muy entristecida y enferma. “Voy a Nazaret unos días. Si Jonatás regresa pronto, mándalo hasta allí. Si no se acerca él, vendré Yo”. Y se despide de ellos con bendiciones especiales.
Su primo Santiago, hermano de Judas, siente que en Nazaret no pueda hablar del Señor. Pero Jesús los reconforta y les dice que ellos serán fuertes, que un día predicarán a su Mesías. “Vamos a Nazaret, pero primero pasaremos por Caná”. Y ellos se ponen muy contentos, pues así Susana les dará huevos, fruta y miel para su padre enfermo. Los primos suspiran con tristeza, sabiendo que su padre no cambiará su corazón con respecto a Jesús… En esos momentos se encuentran en las colinas que se aproximan a Galilea, y lo que tienen alrededor son muchos campos de olivos. Tanto Jesús como sus primos están muy felices por estar tan cerca de Nazaret. Jesús distribuye misiones a los discípulos. Judas Tadeo y Santiago irán a casa de sus padres. Pedro y Juan llevarán dinero a los pobres de cerca de la fuente. Y los demás irán con Él a Su casa, cenarán y descansarán. Con Mateo quieren estar muy solícitos, sobre todo Felipe, que le cede su lecho, porque considera que el nuevo discípulo no está hecho aún a las incomodidades que padecen ellos. Pero Mateo no cede, dice que se encuentra tan feliz como si estuviera ya gozando de las delicias del Cielo. Tomás se impone entre ellos:”yo soy más joven, por tanto, me es más fácil el suelo duro”.
A la entrada de Nazaret Judas y Santiago se aligeran para ir a ver a su padre. Conforme están viendo a Jesús pasar de largo por las calles, quien Lo ve, Lo saluda con agrado, pero sin acaloramientos, no lo consideran más que un vecino del pueblo. Cuando llegan a la plazoleta donde está la fuente, (Que en la actualidad sigue igual, sin alteración urbanística), un hombre mayor ve a Jesús y se apresura a saludarlo:”¡Bienvenido seas, Jesús! Mira mi nietecito, que se llama José. Bendícelo”. El hombre lo sostiene en sus brazos, pues es pequeño aún. “Tengo otros, Anna y Joaquín, como los padres de María. Despues tengo también a mi pequeña María, ¡tan hermosa! Un angelito del Cielo. Si hubiese sabido que venías, habrías circuncidado a José”. Jesús se deshace en sonrisas y atenciones con el abuelo y el nieto. El hombre quiere hablar con el Rabí sobre los asuntos de Su familia, así que mientras caminan hacia la casa de Su tío Alfeo, le va contando lo que se dice en Nazaret sobre Él. “Yo sé que Tú eres el Mesías, aunque aquí digan que no. Piensan que estás enfermo y que has arruinado la casa de Tu tío Alfeo. Yo estaba allí cuando Judas y Santiago Te defendieron y dijeron que Te seguirían. Fue terrible, y violenta la postura del padre. La madre sufría mucho”. El hombre piensa que Alfeo ha puesto en peligro su alma. El Maestro se despide del anciano; tiene prisa por llegar a la casa, verlos a todos y abrazar a Su Madre.
Pasa veloz por el huerto de Alfeo y enseguida ve a Su Madre. La alegría entre ambos es inmensa. Ella no quiere que entre en la alcoba del enfermo, pero Jesús, muy tranquilo, sigue adelante sin detenerse. Al pasar por la cocina tiene que sortear el suelo viscoso de los huevos rotos que trajeron los hijos de Caná. Se oyen lamentos y quejas por el dolor que sufre el anciano en todo su cuerpo. “¡Aquí estoy con el corazón herido, roto, por culpa de un loco que me ha quitado a mis hijos y ha deshonrado mi casa!”. María de Alfeo, llora, lo intenta tranquilizar, pero de nada sirve, pues él no quiere que la esposa lo toque ni le hable. Pide que venga María, su cuñada, según él, Ella si sabe cuidarlo. Jesús va a entrar, aunque la tía se lo impida. Cuando el hombre ve a Jesús, Le recrimina que haya venido a burlarse. “¡Vete!”, le grita. Jesús hace oídos sordos, y por el contrario, lo recoloca en la cama, lo acaricia y Le habla con palabras delicadas. Alfeo se sorprende por las atenciones del Maestro. “¿Por qué eres bueno conmigo? Antes Te quería, pero ahora no”, y se retuerce de dolores. Jesús le dice que lo quiere mucho. Y aunque él ahora no comprenda, luego…lo amará. Alfeo sigue en sus trece, no comprende. Cree que es el hazme reír  de Nazaret, y que Jesús va por el mundo atrayendo burlas y odios. Se queja incluso que su hermano José se hubiera casado con María. “¡Por culpa de la Ley de huérfanas herederas! Maldigo aquellas bodas!” María entra con un líquido a tiempo para oír los agravios del enfermo, y con una dulce sonrisa, intenta ayudarle a beber. Jesús le levanta la cabeza, mientras dice al tío que es injusto al decir eso, pero lo perdona porque está enfermo. El anciano le exige que haga un milagro con él y lo cure. Como no lo consigue, se enfurece más y ordena a Jesús que se vaya. El Rabí hace un último intento, invitándolo a aceptar y a perdonar a sus hijos, pero el hombre recrudece su postura. “¡Y diles a esas dos serpientes que su viejo padre se muere sin perdonarlos”. Jesús le dice que aunque no crea en Él como Mesías, que cuide su alma y no odie. “Si quieres burlarte de Mí, dime loco, pero no pierdas tu alma”. El tío se extraña de que Jesús no se enfade con él. Jesús sale tranquilo, sin rencor, y se despide de Su Madre, que Le espera fuera llena de lágrimas. Ella irá a casa más tarde. A la tía le pide que se tranquilice, pues su pena y la de sus hijos servirán para mitigar su resistencia a la Gracia de Dios. Pedro y Juan están esperando en la calle a su Maestro. “No os preocupéis, todo finalizará en breve”. Iscariote también ha llegado, piensa que Jesús pueda estar en peligro y dice que Le ayudará en Galilea, lo mismo que hizo en Judea. Sin embargo, Pedro recrimina la arrogancia de Judas, y le informa que ellos, los galileos, son buenos para defender al Maestro. “¿Te hicieron algún mal, Señor?”, pregunta Pedro. “No, Pedro Mío, todo va bien. Tranquilo”. Se aligeran hasta llegar a la carpintería de Jesús, donde, en silencio, se encuentran Judas Tadeo y Santiago. Jesús sonríe al verlos y desea ante todo que sean felices, que Él los ama mucho, y su padre pronto estará en la Paz de Dios. Ellos preguntan por sus otros dos hermanos, que en realidad, no quisieron dejarse ver, y comentan a Jesús el desprecio de su padre con los alimentos que habían traído de Caná. Tadeo agacha la cabeza y llora sentado en el banco. Santiago aguanta el dolor porque es más fuerte. “¡Oh, Jesús, nos ha maldecido porque somos Tuyos. Pero no daremos un paso atrás, Rabí!” Jesús lo acaricia y lo anima: “¿Ves como eres un héroe fiel hasta la muerte?” Pedro contempla la escena, y aunque con dolor, les dice que tiene una esposa y ella siempre le comenta que parece una repudiada, “¡feliz repudio! Yo elijo a Dios. Vosotros también, aunque tengáis un padre”. Allí están todos los discípulos. Andrés guarda silencio en medio de su timidez. Los demás permanecen callados, respetando el dolor que se cierne en el ambiente. Simón Zelote se acerca a los hermanos, pone una mano en la cabeza de Judas, y la otra sobre el hombro de Santiago.”Aquí tenéis un padre y os ruego que me aceptéis, por favor. Aunque soy viejo, siempre me gustó ser padre”. Los dos hermanos lloran libremente, mientras Iscariote, al verlos, se ríe de ellos, por lo que Pedro, al no poder aguantar más, lo coge del brazo y lo saca a la calle sin palabras. Como quiera que Jesús le pregunta lo que ha pasado, Pedro responde:”ni siquiera con la ayuda de Dios se hará bueno. Ni una piedra en agosto es tan seca como él. No sabe distinguir que aquí hay una Madre del Cielo, un Maestro más bueno que todo el Paraíso, y unos corazones honrados y sinceros que sufren”. Cuando todos se han recogido ya a descansar, Madre e Hijo se sientan solos en la cocina, sobre un banco de piedra. Hace calor, cogen higos del árbol que está en el huerto y comen al hablar. Jesús aprovecha para preguntar a Su Madre el parecer sobre los discípulos. Ella se sorprende en un principio, pero luego va desgranando las virtudes de cada uno, incluso piensa que cuando pase más tiempo en su Apostolado, serán mejores. “¡Pero Judas Iscariote! Judas es otra cosa. Tiene una mirada maliciosa, y piensa en ser alguien importante en un Reino terrenal a Tu lado. Perdona si falto a la caridad, pero Iscariote Me da miedo”. Jesús no dice nada, sólo suspira triste y resignado, pues Él sabe muy bien todo lo que ocurrirá en poco tiempo. Ambos se despiden con un cariño especial y se van a descansar como ya hacen los otros. BIBLIOGRAFÍA:”El Evangelio tal como me ha sido revelado”, M. Valtorta. T. II; Núm.26, 23;27,1-11; Jos. 17,34; Mat. 5,43-48; Mac. 6, 1-6; Lc.&,27-35      

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