Este es un viejo dilema. También una pregunta que alguien dejó escrita en un grafiti en el metro de New York, que Eduardo Punset ha recuperado para nosotros en uno de los capítulos de su libro “Excusas para no pensar”. Es una discrepancia que yo siempre he mantenido con los practicantes de distintas religiones. ¿Por qué hemos de preocuparnos por el más allá, mientras que en este mundo se suceden las desgracias ante nuestros ojos sin que reaccionemos de ninguna forma?.
He aprovechado las fiestas navideñas para quedarme en casa y leer buenos libros. Uno de ellos es el que menciono anteriormente, en el que se narran una serie de itinerarios básicos de nuestras vidas, con la ayuda de innumerables experimentos científicos. Del mismo se pueden sacar algunas reflexiones que considero interesantes. La verdad es que la gripe me ha impedido hacer mucho más. Pero con ser poco, ha sido mucho. Apartarse de la rutina diaria. Quedarse simplemente sentado en la chimenea escuchando música, o mirando cómo se consume la madera, es gratificante. En una de estas ocasiones estaba con mi nieta, que también andaba algo molesta con sus primeros dientecitos. Durante largo rato se quedó en mis brazos mirando fijamente el fuego. Para ella era algo nuevo. Sin duda se trataba de la curiosidad que sienten los bebés por casi todo lo que les rodea. Como nos enseñan los descubrimientos científicos que Punset nos muestra en su libro, durante los primeros cuatro o cinco años de la vida de una persona se decide lo que serán después. Para que un ser humano sea independiente, primero ha de ser dependiente. Es decir, sentirse cuidado y querido. Ambientes familiares desestructurados son el caldo de cultivo ideal para crear sociedades estresadas y sin futuro. Por esta razón es un deber moral de las sociedades modernas atender estos problemas.
Pero volviendo a la frase del principio. Como dice la científica Susana Martínez-Conde, efectivamente hay vida antes de la muerte. Pero ni la soledad ni el aislamiento son las situaciones ideales para innovar pensando. Si no hay acción, si no hay movimiento, el cerebro se encoge y el cuerpo se reduce. Sin embargo, cuando un cerebro se relaciona con otro, nace la inteligencia social, las interrelaciones que sustentan la complejidad necesaria para que se produzca la innovación. La frontera entre la ceguera y la visión la perfila el movimiento. Por eso las ranas, cuyos ojos carecen de algunas de las propiedades de los nuestros, no perciben una mosca pegada a la pared, a menos que se mueva. Basándose en este estudio, el autor lanza un mensaje claro a los que ni estudian, ni trabajan (ninis), que podría extenderse al resto de la sociedad. Sobre todo la ceutí. Nos puede ocurrir como a las ranas a fuerza de no movernos. Que no veamos los “moscardones”, pegados al poder, que impiden nuestro desarrollo. Relacionado con esto, también nos habla de otros experimentos científicos que han evidenciado la correlación existente, incluso a nivel individual, entre el esfuerzo y el éxito. Nos estamos moviendo hacia sociedades que requieren mayores dosis de innovación y esfuerzo individual. El no saber captar este cambio quizás sea el origen del desconcierto en el que nos encontramos en la actualidad.
Enlazando con lo anterior surge el tema de la educación, punto intermedio entre las primeras edades de la persona y la situación posterior. Para científicos como Goleman y Linda Lantieri, la mejor inversión que se puede hacer en la escuela es el desarrollo de técnicas de aprendizaje social y emocional. Enseñar a identificar los sentimientos de los demás para aprender a ponerse en su lugar (el desarrollo de la empatía permite construir sociedades cohesionadas). Diseñar, ejecutar y evaluar soluciones responsables a los problemas, y no adoptar posicionamientos dogmáticos. Rechazar decisiones que impliquen violencia o agresión. Las pruebas científicas disponibles muestran que los niños educados bajo estas premisas son más felices, confían más en sí mismos y son más competentes socialmente.
Parafraseando al biólogo y monje budista Matthieu Ricard, nos lanza un mensaje total. Necesitamos una sociedad más compasiva. Y por supuesto, ver la vida como una aventura, en absoluto fácil, pero en la que el centro se encuentre en el proceso mismo, no en el objetivo final. Sólo de esta forma podremos vivir con el sentimiento de que cada día es nuevo. Sólo así podremos descubrir que hay vida antes de la muerte. Es lo que necesita urgentemente esta sociedad. Lo que necesitamos todos nosotros.