La Real Academia Española está evidentemente retrasada cuando no incluye en su diccionario unos términos, en la actualidad, muy utilizados por la psicología, sociología y otras ramas del saber. Me refiero a “gerontofobia” – entendida como una repulsión o rechazo a la vejez– o “gerascofobia”, referida al miedo irracional a envejecer. No tan recientemente, se está utilizando el vocablo “edadismo”– derivado del término ageism, que acuñó el gerontólogo y psiquiatra norteamericano Robert Butler, en 1968 – debido a su significación. Definido por la OMS como: "los estereotipos, los prejuicios y la discriminación contra las personas debido a su edad" o incluyendo también la visión que las propias personas de edad manifestaron en un debate:"... acciones directas o indirectas por las cuales alguien es excluido, considerado diferente, ignorado o tratado como si no existiera, por su edad".
El edadismo, al igual que el racismo o el sexismo, es un comportamiento injusto y pernicioso contra el que hay que luchar. Referente a la edad, se basa en actitudes simplistas ligadas a estereotipos alejados, en muchas ocasiones, de la realidad. La población mayor, la más afectada, no presenta homogeneidad en sus condiciones físicas y mentales. La evolución cronológica personal no puede ligarse, de manera general a fragilidad, dependencia o deterioro. El edadismo se sufre en el campo laboral, en la salud, en el campo financiero e incluso en el entorno familiar.
¿Cuándo comienza la vejez? La verdad es que no existe una frontera concreta para definirlo. Es un proceso evolutivo que se manifiesta de diferentes formas, en diferentes individuos. Quizá por comodidad, se estableció en nuestra sociedad el criterio de identificar lo que eufemísticamente se está llamando “tercera edad” o “avanzada edad” con la fecha de jubilación, los 65 años. Sin embargo, el aumento de la esperanza de vida, ligado a las mejores condiciones alimenticias, ambientales y la medicina, ha dejado obsoleta esa cronología para definir el paso a la vejez. Ya se están produciendo acciones para un establecimiento más racional. En Japón sociedades gerontológicas han establecido tres grupos: prevejez, de 65 a 74 años, vejez, 75 a 90 y supervejez para mayores de 90. En España, científicos de CSIC proponen no vincular la vejez a una edad fija, sino a un umbral móvil, relacionado con la esperanza de vida. El DRAE no especifica ninguna cifra y además define la vejez con un toque, sin duda, despreciativo: ”Edad senil, senectud, achaques, manías, actitudes propias de los viejos”. También define el término viejo como: ”Persona de edad avanzada”, pero no se concreta cual es la misma. Habida cuenta que la edad media de los componentes de la RAE ronda los 77 años, pensaron, quizá un poco narcisistas,– cuando definieron el vocablo viejo– que era mejor no entrar en detalles.
A lo largo de la existencia del hombre, la vejez y la muerte han sido una constante preocupación para los seres humanos. Entre las muchas definiciones de envejecimiento cito la de la OMS: "Proceso fisiológico que comienza en la concepción y ocasiona cambios en las características de las especies durante todo el ciclo de la vida; esos cambios producen una limitación de la adaptabilidad del organismo en relación con el medio. Los ritmos a que estos cambios se producen en los diversos órganos de un mismo individuo o en distintos individuos no son iguales". Los científicos abordan cual es la justificación correcta del enigma, aunque no existe una explicación universal de este proceso. Lo cierto es que el envejecimiento se manifiesta en una pérdida o disminución de las facultades físicas y funcionales, en distintos grados. Parece ser que hay coincidencia en referirlo a tres planos: el biológico, el psicológico y el social. En las teorías biológicas se distinguen las orgánicas o sistémicas, las celulares y las moleculares, pero todas sin duda relacionadas con cambios o mutaciones en el ADN que afectan al sistema nervioso, endocrino o inmunológico. Los científicos psicosociales defienden que, además de un proceso fisiológico, intervienen componentes psicológicas y sociales.
En el aspecto físico los cambios se producen en los sistemas: Músculo-esquelético, cardiovascular, respiratorio, nervioso, sensorial, hormonal, inmunológico y en las facultades físicas y motrices. En el aspecto psíquico el envejecimiento va produciendo una disminución de las capacidades intelectuales, en la rapidez y espontaneidad de pensamiento, dificultad en la resolución de problemas, alteraciones de la memoria y en la capacidad de expresión oral. En el aspecto social, el cese de la ocupación laboral y la llegada a la jubilación puede ocasionar pérdida de relaciones sociales habituales en el trabajo, incluso limitaciones de ingresos económicos y si no se encuentran alternativas, como aficiones, actividades o voluntariado, pueden acelerarse fenómenos depresivos.
Un equipo investigador de la Universidad Pompeu Fabra, ha planteado una curiosa teoría sobre la fragilidad que aparece en la vejez. Explican que las mutaciones de ADN en la niñez, juventud y hasta la mediana edad, son positivos para transmisión en la procreación. Después, los cambios son negativos y ocasionan los efectos de la vejez. Lo concluyen manifestando que: "La decadencia física durante la vejez, podría ser el precio evolutivo que tenemos que pagar para llegar sanos a la edad de tener hijos".
A lo largo de la historia, en las diferente épocas y culturas, la vejez ha sido contemplada de diferentes formas. Unas breves referencias pueden ilustrar sobre este aspecto. En la prehistoria alcanzar una edad superior a la usual, daba una gran consideración, prestigio e influencia en las tribus y comunidades. Entre los egipcios, asirios y fenicios eran importantes los consejos de ancianos. Los hebreos valoraban la vejez como sinónimo de sabiduría.
Los griegos con el culto a la belleza, comenzaron a devaluar la vejez y aunque se la siguió considerando transmisora de sabiduría, hay actitudes contrapuestas como en Platón, defensor, y en Aristóteles, negador o escéptico. En Esparta el poder estaba en manos de los ancianos. En la Roma republicana el Senado, constituido por ancianos, era el poder, pero con el Imperio el Senado desaparece y los ancianos comenzaron un declive. La Edad Media tampoco fue una época favorable a la vejez, aunque la Iglesia empezó a crear asistencia a los mayores. El auge de la burguesía en el siglo XI y el comercio, dio cierto respiro. Las epidemias de peste bubónica – que afectaron curiosamente más, a niños y jóvenes– generaron un cambio demográfico en el siglo XIV, con predominio de las personas de edad. Con la recuperación de la juventud a finales del XV y el Renacimiento se produce otra minusvaloración de la vejez, aunque curiosamente muchos ancianos ocuparon espacios en la política, la economía y manifestaciones artísticas.
A finales del XVIII y mediados del XIX se inicia el capitalismo y el paso de una sociedad agrícola a industrial. El envejecimiento de la población llevó progresivamente a la sociedad a establecer sistemas de asistencia social.
Ya ocurrió con la invención de la imprenta, que sorteó la vejez como tradicional fuente de sabiduría. En la actualidad el acelerado avance en la informática, la digitalización y los big data, ha dejado obsoleto el caudal de experiencia de los ahora mayores, que además tienen más dificultad para adaptarse a las nuevas tecnologías.
Parece evidente que las sociedades basadas en la tradición oral y la costumbre son las que más valoran la vejez. En los países asiáticos y de oriente medio: China, India, Japón, Corea, Irán, Irak, Israel, los ancianos gozan de una gran consideración y respeto. Análogamente ocurre en el área latinoamericana: Brasil, México, Ecuador, Perú, Paraguay, Bolivia y otros.
Según un informe de la ONU, en el 2050 las personas de más de 60 años ocuparán el 38,3% de la población en España. A 1 de enero de 2020 la población mayor de 64 años en nuestro país ascendía a 9,28 millones de personas, el 20%, con dos millones más que en 2002. No obstante, los datos habrá que actualizarlos, desgraciadamente, con las consecuencias que deje la pandemia COVID-19. Más del 90% de los fallecidos en España, por esta causa, superan los 60 años.
Evidentemente, con independencia de la protección de los sistemas de previsión y asistencia social reconocidos en la Constitución, no cabe duda que no se trata de una población homogénea, en sus condiciones físicas y mentales. La capacidad de obrar de una persona no debe referirse solamente a su edad, sino a la aptitud y madurez para asumir las consecuencias de sus actos. La edad no debe ser un factor limitante, sino únicamente la enfermedad o la incapacidad. Por citar algún ejemplo: El astronauta John Gleen, viajó en el Discovery con 77 años; la australiana Irene O'Shea se lanzó en paracaídas con casi 103 años; la vietnamita, residente en EEUU, Chau Smith, celebró sus 70 años, corriendo siete maratones, en siete continentes, en una sola semana;Teiichi Igarashi, consiguió escalar la montaña más alta de Japón– el Monte Fuji– con 99 años y Miguel Angel, diseñó los planos de la Basílica de Santa María de los Angeles , en Roma, a los 88 años.
El edadismo o discriminación por edad, en contra de las normativas españolas y europeas, sobre todo en el mercado laboral, está denunciado e impugnado judicialmente en muchos casos. A título de curiosidad, un caso flagrante de edadismo fue el perpetrado– y está recogido en video– en el 2013, por un emergente personaje político. Solo y exclusivamente por su edad– contaba entonces unos 72 años– desautorizó y envió a excrementicio lugar al ahora fallecido Julio Anguita. Con desparpajo e insolencia, no tuvo en cuenta ni que era de su misma cuerda política ni, por supuesto, que le daba sopas con onda intelectual y éticamente. Ahora, cuando el susodicho ha ascendido a Vicepresidente Segundo del Gobierno, protagonizando un esperpento– que supera ampliamente a Valle Inclán –, resulta que es el responsable de las residencias de ancianos. ¿Adónde los mandará?