Días atrás alguien me preguntó por qué Francia y Alemania insistían tanto en mantener las políticas de austeridad presupuestaria, que nos estaban conduciendo a la depresión, a pesar de que países como Inglaterra, España o Italia ya se habían posicionado a favor de combinar la rigidez presupuestaria con otras políticas de estímulo del consumo. Como casi todo en economía, la respuesta es muy variada y depende, fundamentalmente, de la ideología que haya detrás de cada experto.
Una de las explicaciones que más me ha hecho pensar es la formulada por Josep Ramoneda, en su artículo “La decadencia europea”. Nos dice que, desde una perspectiva socioeconómica, se podría estar aprovechando la crisis para hacer un nuevo traje legal a la medida del nuevo capitalismo. El objetivo sería aprovechar la coyuntura para conseguir una sociedad más desregulada, con salarios más bajos, con menos derechos ciudadanos y con la mayoría de servicios públicos privatizados. Son las exigencias de la globalización, según los neoliberales, para poder competir con los países emergentes, cuyos ciudadanos y trabajadores no conocen el Estado de Bienestar como nosotros lo disfrutamos. Efectivamente, la reforma emprendida por el Partido Popular en España, que hubiera sido imposible realizar en una situación de expansión económica, parece que va en ese sentido.
Abundando en esta teoría, el economista Vicenç Navarro nos hace un repaso de las similitudes entre la Gran Depresión y la situación actual. Para ello recurre a un artículo del profesor Yiannis Kitromilides, en el que muestra cómo la enorme concentración de riqueza y de las rentas en sectores muy minoritarios de la población, la desregulación de los mercados financieros, la gran regresividad fiscal, al alto desempleo y los salarios bajos, caracterizaron la situación pre-Gran Depresión del 29.
Esta situación la corrobora en España el reciente estudio de la pobreza realizado por Cáritas. Según esta ONG de la Iglesia Católica, la pobreza en España es “más extensa, más intensa y más crónica que nunca”. Un dato. La proporción de hogares españoles que viven por debajo de la pobreza es de casi un 22 por ciento y otro 25 por ciento está en situación de riesgo. De hecho, según Cáritas, España es de hecho uno de los países europeos con mayor tasa de pobreza, sólo superado ligeramente por Rumanía y Letonia. Lo más grave. El aumento constante de la desigualdad y la brecha salarial entre ricos y pobres, se ensanchó drásticamente al principio de la crisis y amenaza seguir haciéndolo con la reducción de la inversión social del Estado.
Datos parecidos a estos los expone Enrique Negueruela, en un artículo en el que sostiene que tanto Merkel como Sarkozy encabezan una cruzada para disminuir los costes salariales en países con una proporción PIB/coste menor que en el suyo. Esto respondería, según el autor, a la necesidad de establecer un cinturón en el sur de la UE que frene los incrementos salariales en Alemania y Francia. De hecho, mientras en 2010 la renta per cápita española era muy similar a la media de la UE (24.500 euros frente a 24.400 euros), el coste/hora de un trabajador en la industria alemana era un 39% superior a uno de España, a pesar de que su renta era solamente un 18% superior. Asimismo, la distribución de rentas de 2011 nos muestra que, por primera vez desde que hay series estadísticas, la proporción de rentas de los asalariados es inferior al excedente bruto empresarial. Es decir, según este autor, desde que se produjo el giro en la política social y económica en España en el segundo trimestre de 2010, las rentas salariales han operado un importante trasvase a los excedentes brutos empresariales.
Los profesores británicos Richard Wilkinson y Kate Pickett, publicaron en 2009 un excelente libro: “Desigualdad: Un análisis de la infelicidad colectiva”. En él se contiene el fruto de sus investigaciones sociales de más de 30 años y se dan datos espectaculares. Por ejemplo, que la desigualdad es garantía de infelicidad en las sociedades avanzadas, no solo para el pobre, sino también para el rico, pues los problemas de ansiedad, depresión, soledad, obesidad o drogadicción se incrementan. Para ellos, la cuestión no es cuánto se tiene, sino cómo se reparte. Otro interesante resultado es que el rápido incremento de rentas ocurrido a partir de 1980 se debió, en parte, al declive del poder de los sindicatos. En su estudio de tendencias en los índices de desigualdad desde entonces en países como Australia, Canadá, EEUU, Japón, Suecia o el Reino Unido, el factor más importante para calibrar estos índices era la pertenencia a un sindicato. Pero no sólo el nivel de filiación sindical, también la presencia de los trabajadores en los comités de empresa afecta al nivel de salarios, según los autores. No es casual que los países de mayores índices de desigualdad, como EEUU o el Reino Unido, sean los que tengan unos menores porcentajes de salarios protegidos por Convenios Colectivos (15% y 33%, respectivamente, frente a un 70% en la Unión Europea).
En los EEUU la economía posterior a la Gran Depresión comenzó a recuperarse cuando el Presidente Roosevelt expulsó de su gobierno a los talibanes del déficit cero y comenzó su política de expansión del gasto público. Hoy la situación es distinta, pero ya se está pidiendo, en parte, políticas expansivas del gasto público, aunque combinadas con otras de austeridad presupuestaria. Como nos dice Vicenç Navarro en su artículo, el problema es que el poder de la banca es hoy mayor que el de aquellos años. Y estos son los que aún sostienen la “fantasía de que las políticas de austeridad estimulan la economía”, parafraseando a Wolfgang Munchau en The Financial Times, a pesar de la abrumadora evidencia científica en contra de tal afirmación.