Madrid se me hace cerca. Empiezo a perder de vista las veces que he desembarcado en la estación de Atocha con el objeto de reunirme con mis compañeros de fatiga. Un momento fugaz por el bullicio de la Puerta del Sol y por la Plaza Mayor, y ya me encuentro en el hospitalario hotel, preparando las ideas del orden del día.
Representantes de todas las federaciones de España nos damos la mano, en una ceremonia que debiera ser universal y gratuita. Mis compañeros de fatiga tienen vida en los ojos, pero su piel está marcada con el estigma de la desazón. Así, cada episodio, cada imagen, contienen la crudeza de la realidad; si bien, el mañana viene a cuenta, y así, hemos de invocar a nuestras fuerzas y rehuir la rendición, que es animal que siempre acecha.
Irene, asesora jurídica de la Confederación, nos recuerda que la conquista de los derechos fundamentales es una carrera de fondo, con caídas, con subidas y bajadas. Hemos de vestir nuestro espíritu con el disfraz del que lucha.
Durante la reunión mi libreta echa humo. Cada vez estoy más cómodo con mi discurso sobre la enfermedad mental. En este orden de cosas, una idea condiciona al resto: no todo el margen de mejora responde a un criterio económico. Es conveniente discernir esto como fundamental, porque siendo el apartado presupuestario absolutamente necesario para el modelo social que proponemos, el entendimiento de nuestra dignidad también lo es. Hablo de nuestra capacidad de obrar y del consentimiento informado previo a un ingreso involuntario.
Como regla general, el paciente debe sentirse como un individuo depositario de unos derechos, y debe ganar protagonismo en su proceso de curación.
Eso sí, el sistema debe intervenir con premura cuando se detecte un indicio de una descompensación grave (siempre respetuoso y sin excederse en la tutela). Una vez más aparece la prevención como principìo de todas las cosas, y con ella el modelo asertivo comunitario.
En relación al tema económico, este modelo asertivo comunitario está en pañales, comparando sus recursos con países como Holanda. Entonces, no hay que perderse; cuanto antes nos convenzamos de que es el único mecanismo de inclusión y normalización, antes llegaremos a la meta, que no puede ser otra que una humanidad accesible y sin fronteras.