-Te ruego -amigo José Antonio- que, en esta ocasión, no interpretes mis palabras como un ejercicio literario ni como una reflexión ascética. Créeme si te digo que las expresiones que utilizo no son metáforas ya gastadas ni mucho menos pensamientos piadosos de un converso, sino la expresión realista de las sensaciones y de los sentimientos que he experimentado durante las dos larguísimas semanas que he permanecido recluido en la UCI. A pesar de mi dilatada experiencia como médico, esta ha sido la primera vez que he sentido el horror de quien contempla la oscuridad del abismo que es la muerte y la fragilidad de la débil cuerda que nos ata a la vida. He experimentado, segundo a segundo, la ansiosa angustia de quien no puede respirar y, sobre todo, he padecido el desconsuelo de la tenebrosa soledad.
Quizás demasiado tarde, he descubierto que las enfermedades humanas tienen poco que ver con las averías mecánicas o, incluso, con las patologías animales. Creo que este principio teórico tan elemental lo he olvidado con frecuencia en la práctica. Es cierto que la especialización y la tecnificación de los diagnósticos y de los tratamientos han implicado en muchos casos que los médicos hayamos fijado nuestra atención más en las enfermedades que en las personas enfermas. He llegado a la conclusión de que la humanización de la sanidad exige que estemos más atentos y que seamos más comprensivos con los sufrimientos de los pacientes y con las inquietudes de sus familiares. Pero también he adquirido conciencia de que, para lograr esa humanización de las consultas y de los tratamientos, tienen que cambiar muchas de las normas y de las pautas administrativas de las instituciones sanitarias.
-Te agradezco -querido amigo- tu confianza y la claridad con la que expresas cómo la sanidad humanitaria es la que, además de curar, se ha de esforzar por hacer lo menos doloroso posible el proceso de sanación reconociendo la dignidad de la persona humana. Estoy muy de acuerdo contigo cuando me confiesas que el corona-virus está poniendo de manifiesto la importancia de la compasión, de la gratuidad y de la solidaridad, esos valores del verdadero humanismo. Todos hemos podido comprobar cómo el personal sanitario ha arriesgado su propia seguridad para disminuir el sufrimiento de los pacientes y para que sigan viviendo. Tengo fundadas esperanzas de que esos cambios a los que tú te refieres ya se están produciendo. En mi opinión también deberíamos aprovechar esta ocasión para proponernos humanizar la vida social e, incluso, la política. ¿No crees que esta puede ser una oportunidad para recuperar esos valores humanos tan importantes como, por ejemplo, la generosidad gratuita, el servicio desinteresado, la abnegación altruista, el reconocimiento sereno de los propios errores, el trabajo oculto, la comprensión de las conductas ajenas, la paciencia sosegada, la sencillez sin fingimiento, la modestia recatada, la prudencia sensata, la humildad sincera, el sufrimiento callado e, incluso, la resignación serena ante los males irremediables? Un abrazo y me alegro de que estés bien.
Yo tampoco tengo dudas de que es necesario que humanicemos todos los ámbitos de la vida; mi duda es si, incluso tras esta experiencia tan clara, seremos capaces de hacerlo
Me conformo, por ahora, con que tú y yo nos lo propongamos.