Ha llegado la hora de la verdad. O se forma un gobierno progresista que intente enderezar nuestra compleja situación territorial, medioambiental, institucional y económica, o las derechas ultranacionalistas españolas (PP, Ciudadanos y Vox), por un lado, y las catalanas (JpC), por otro, se hacen con el control de la situación y acabamos todos en una especie de duelo a garrotazos, como en la pintura de Goya, pero de verdad. Esta es la realidad pura y dura.
Evidentemente, esta situación extrema tiene sus peligros. Pero también sus ventajas. La principal es que, por fin, todos están sacando a la luz sus auténticas cartas. Su verdadera identidad ideológica. Sobre todo, se visualizan con meridiana claridad las dos Españas. No la España de las derechas y de las izquierdas, sino la de los antiguos y recalcitrantes del “Sacro imperio romano germánico”, aunque también de la post verdad y las fake new, frente a los que quieren una España más social y más integradora.
Ya he denunciado con anterioridad los intentos de la extrema derecha española de hacerse con el control de la situación a base de la difusión de noticias falsas (fake news). En el mismo debate electoral de los cinco candidatos principales, se dijeron cosas falsas. Así, el líder de la ultraderecha mintió descaradamente acerca del número de denuncias falsas por agresiones machistas, con los datos respecto al uso del sistema sanitario por parte de los emigrantes, o con la contribución neta que hacen al erario con sus cotizaciones y sus impuestos. Lo siguen haciendo. Lo último ha sido protagonizado por la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ha sostenido, sin ruborizarse, que la contaminación no mataba a nadie. Inmediatamente fue desmentida por la OMS, el CSIC y otros centros de investigación, que hablan de evidencias científicas “abrumadoras” al respecto.
Centrándonos en el debate de investidura, lo que han hecho circular las derechas españolas es que Pedro Sánchez ha vendido España a los catalanes. Sin embargo, cuando se lee con detenimiento el acuerdo al que se ha llegado con los republicanos de ERC, vemos que lo único que hay es un intento de retomar el diálogo, siempre dentro de los límites de la propia Ley. Evidentemente, este tímido intento, muchos más liviano que los históricos pactos de Jordi Pujol con Felipe González o con José María Aznar, de reconducir la situación, no interesa a las derechas. A las de Cataluña, representadas por Junts per Catalunya, porque podrían perder su hegemonía y, de paso, la Generalidad. Entonces peligraría su seguridad jurídica ante la famosa mordida del tres por ciento. A las de España, lideradas por un PP renqueante, de la mano de un líder endeble, Pablo Casado, seguido de cerca por la ultraderecha casposa y antigua de VOX, porque quieren recuperar el poder a toda costa, por si la Justicia los siguiera poniendo sobre las cuerdas a propósito de los múltiples casos de corrupción por financiación ilegal que siguen su curso. En definitiva, no hablamos de unas derechas con sentido de Estado, sino de unas derechas, las catalanas y las españolas, que usan el ultranacionalismo, catalán y español, como excusa, para tapar sus corruptelas y las enormes fortunas personales amasadas por algunos, a costa del erario público.
De momento, nada de esta estrategia les ha resultado, pese a las ayudas con las que han contado. Anécdotas aparte, como las del mediático presidente cántabro negándose a apoyar a Sánchez porque peligra la “unidad” de España, o el exabrupto de la acabada Rosa Díez, llamando “felón” al Presidente lo más llamativo, por ridículo, han sido las famosas “llamadas” telefónicas de una patética Inés Arrimadas intentando animar a los “traidores” de las filas socialistas, que los hay, para que no hagan presidente a Pedro Sánchez, en lugar de facilitar la investidura con sus escasos 10 diputados.
Pero lo más grave ha sido la decisión de la Junta Electoral Central de destituir como miembro del Parlamento a Torra en estos momentos, así como su decisión respecto a la posibilidad de que Oriol Junqueras no pueda recoger su acta de Diputado del Parlamento Europeo; todo ello a instancia de los tres partidos de la derecha española, aunque, por un solo voto de diferencia. Independientemente de la mayor o menor legalidad de la resolución, lo cierto es que se trata de una decisión, bajo mi punto de vista espuria, pues nada tiene que ver con la legalidad electoral, sino que persigue algo distinto, a saber, el entorpecimiento de la investidura del legítimo candidato, Pedro Sánchez, que obtuvo el respaldo mayoritario en las últimas elecciones. Hasta donde mis conocimientos jurídicos llegan, se llama desviación de poder al ejercicio por un órgano de la Administración Pública (la Junta Electoral Central lo es) de sus potestades públicas para fines u objetivos distintos de los que sirvieron de supuesto para otorgarle esa potestad, pero amparándose en la legalidad formal del acto.
Días atrás se informaba de que las 500 mayores fortunas del mundo habían acabado el año siendo mucho más ricas que nunca. Relacionado con esto, y a propósito del origen de las fake news el profesor e intelectual Noam Chomsky decía en una entrevista que le hicieron en el diario El País en marzo de 2018, que “…la concentración aguda de riqueza en manos privadas ha venido acompañada de una pérdida del poder de la población general. La gente se percibe menos representada y lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores. El resultado es una mezcla de enfado, miedo y escapismo. Ya no se confía ni en los mismos hechos. Hay quien le llama populismo, pero en realidad es descrédito de las instituciones.”. Por esto, continuaba, “…la desilusión con las estructuras institucionales ha conducido a un punto donde la gente ya no cree en los hechos. Si no confías en nadie, por qué tienes que confiar en los hechos. Si nadie hace nada por mí, por qué he de creer en nadie.”. Esta sería la causa más importante del tremendo poder que tienen las fake news en la modelación de la opinión pública actual, según Chomsky.
Desafortunadamente, esta situación va a hacer que, durante el debate de investidura, mucha gente de buena voluntad no pueda visualizar con claridad lo que nos estamos jugando en la misma. Ya no se trata de que un resultado fallido de la misma nos abocaría a unas terceras elecciones. Esto, con ser grave, no sería lo peor. Lo realmente peligroso es que hay fuerzas muy poderosas trabajando para que esto ocurra. Su excusa es la unidad de España. Su interés más inmediato es seguir ocultando la corrupción. La que se conoce, y la que se conocerá en los próximos meses, conforme se vayan desarrollando los procedimientos judiciales en marcha. La verdadera razón. Impedir un gobierno progresista, para seguir adelante con los planes de privatización y desmantelamiento del sistema público de bienestar. Sus cómplices, las derechas nacionalistas catalanas y españolas, los sectores de la izquierda radical, utilizadas por la burguesía catalana de derechas, y los “tontos útiles” que, a fuerza de acomodarse al sistema, perdieron hasta su dignidad.
Sin embargo, como digo en el título del artículo, hoy puede ser un gran día. Sobre todo, si somos capaces de darnos cuenta de la operación que hay en marcha y nos mantenemos firmes y unidos en torno a la idea y la intención de conseguir un país mejor para todos. Creo que la alternativa que nos plantea el candidato socialista Pedro Sánchez, en coalición con Unidas Podemos y en acuerdo con otros grupos, es lo más acertado para nuestro país. Subir los impuestos a los más ricos. Mantener el sistema público de pensiones y de sanidad. Seguir siendo un país acogedor y solidario con los más necesitados. Mantener los derechos de los homosexuales y los diferentes. Posibilitar una transición energética justa y sostenible. Regenerar las instituciones. Derogar la injusta reforma laboral de la derecha. Recuperar el diálogo frente a la crispación.
Todo esto es lo que muchos esperamos con ilusión. Y con la certeza de que, si se consigue superar el trámite de la investidura, ayudaremos en la medida de nuestras posibilidades a que nuestro país sea un ejemplo a seguir.