Lo del indigente muerto al relente va a traer cola, porque las leyendas urbanas se nutren de la vulgaridad y el miedo. Tenemos miedo a la muerte y a morir solos y nos parece que parcheamos el susto si tenemos seguridad social o seguro privado que nos avalen sábanas limpias y enfermeros bien dispuestos.
Luego la vida se impone y la seguridad social se queda en patera, el niño inglés se va a la República Checa para curarse y hay muchos que aún teniéndola no pueden comprar los medicamentos porque no les llegan los céntimos a los muchos euros que cuestan.
El indigente cuando vivía era de una cotidianidad que asustaba, paseante sin camino, mareante de supermercados cerrados a cal y canto y filibustero de pies cansados, aparcados en cualquier sitio. Te cruzaste con él, no tengo ninguna duda, porque yo también me lo crucé, lo que pasa es que ninguno de los dos lo vimos. Nadie lo vio hasta que murió, porque sin resucitar se hizo presente y fue vivo de unas páginas de periódicos y de alguna colaboradora cutre que le da por novelar lo que se refleja en su pupila. Pero estos aspavientos pasarán como esperan los que nos gobiernan que pasen los eres y los pujoles, los Matas y sus castas y todo lo que pueda no llevarles a la cárcel a esos, sino quitarle de las poltronas a sus señoreadas nalgas. Y así es todo en la vida, el buen árbol al que te arrimas, siempre te da a ganar, sino cuéntenselo a Urdangarín o que la niña no sepa elegir bien donde poner el tálamo, cuéntenselo en este caso al Rey despojado e ido, que por no estropear la institución anda más perdido que el cacareado barco del arroz.
La vulgaridad y el miedo aúnan y los hipócritas se convencen de que con ellos nunca fue, porque son plañideras en el funeral, acosadores de famosetes y nalgas agarradas a urnas que son de cartón piedra y que expelen más que reflujan aires de victorismos. Política que no da de comer más que a los que viven de ella, pero que no acarrean trabajo para parados, ni beneficio para pequeños empresarios, ni bancos para indigentes para poder morir y que las ONG se queden tranquilas. Los colgados de los perros abandonados, ésos de las causas perdidas, me dan más miedo que los de nalgas agarradas a sillones parlamentarios, porque los primeros son insalvables, incuestionables y con los mismos ojos de héroes idos que los de la mitología romana o los primeros mártires del cristianismo. Los buitres como yo, bautizados por nuestras mejores amigas, nos dedicamos a comer gachas de actualidad, secadero de huesos de indigente, apalabrado en las noticias, cuarteado y seco para su exposición, porque cuando caes todo los asnos se te convierten en pulgas. No se desmelenará una sola cana rubia por mis palabras en forma de saeta, ni por los gritos de manifestaciones muy sentidas, ni por ninguna protesta, porque nacieron teñidas y vueltas a teñir, en un salón ovalado con aires perfumados por ostiones y mamellas.
Lo del indigente muerto no va a traer nada, más que la nada de no ver nunca nada, de no sentir nada y de pasear con los niños con el cochecito de Jané más caro, bien ensoñereado y quieto , para salir bien en la foto y que te vean los deudos. Porque delante de Atela siempre hay morral de indigentes acartonados, venidos a menos de tener que mendigar y a más de sacarte unos centimillos que gastarse en la china del portal de al lado, con los bártulos a cuestas en un carrillo lleno de maritatas.
Y serán invisibles hasta que no se encuentren muertos y estirados, las patas encalladas y quietas, y el cielo, esperando por ellos, que se sabe que los de arriba gustan de locos, idos y volanderos. Los colgados entonces aplaudirán y se manifestarán con pancartas y ensalmos, los hipócritas no les harán ni caso y los buitres como yo, nos conformaremos con dar parte en nuestra publicación, rascándonos el cedazo y buscando palabras cortantes y famélicas que hagan revivir al muerto aunque sea por un rato.