Los casos de corrupción no paran. No hay semana en la que no se nos ofrezca un nuevo episodio de esta escandalera a la que, parece, nos estamos acostumbrando. En una sociedad normal, debería producirse una condena unánime hacia la conducta de nuestros gestores. Conducta que podrá luego ser penada o no por un tribunal, pero que ya debería haber recibido una condena moral por parte de todos. Pero ahí está el problema, en que nos vemos abocados a desenvolvernos en una sociedad en la que la moralidad hace cola en una esquina. Los partidos, mientras, negocian la forma de repartirse el pastel, haciendo oídos sordos a los trabajos de una Guardia Civil que investiga sin disponer casi de medios pero machacada a presiones. Siendo uno de los Cuerpos que mejores servicios de Información y Judicial tiene, sería obligado que la dejaran trabajar con todos los recursos posibles. Desgraciadamente no es así. Hemos llegado a una situación extrema, en la que los límites nunca terminan de ser suficientes, en la que todo vale, todo se permite, cada escándalo es asumido como uno más en una lista que carece de punto y final. Y nada pasa. Y la clase política sigue hablando de lo mismo, como si todo esto no fuera con ellos, como si los medios de comunicación se inventaran lo que está pasando, como si cada actitud demostrada nunca fuera lo suficientemente grave. Urge un proceso de reflexión de tal calado que, creo, esta sociedad no está a la altura de forzar un cambio, de exigir un giro radical, de contestar a los que apuestan por un sistema continuista que simplemente oculta la imperiosa necesidad que tienen algunos de que el ‘negocio’ no se agote. Sorprende que la clase política local no haya siquiera valorado los últimos escándalos políticos, ni tan siquiera haya hecho una mínima mención a lo que está sucediendo. Su único mensaje se centra en una actitud plañidera que se resume en un único objetivo: que nos sigan mandando el mismo dinero de Madrid. Parece que el resto importa bien poco, parece que las formas estiladas, los ruidos generados por una clase política a todas luces inmoral no importe. Ni tan siquiera el desfile de imputados o los ahora rebautizados ‘investigados’ parecen tener el peso suficiente. ¿Qué más nos queda por tragar?, ¿en el espejo de quién nos debemos mirar? Nada pasa, todo es Carnaval o lo parece.