Me sorprendía días atrás una noticia, a la que no presté atención en principio, pero que cuando la leí detenidamente me di cuenta de la envergadura de la misma. Hablaban de la hamburguesa más cara del mundo, que se estaba sirviendo en un establecimiento de Málaga. Cuesta 1.950 euros y está formada de “chuletón de rubia gallega con el sello de Discarlux, al que sumar wagyu auténtico de Kobe, rebanadas de foie Lafitte de oca de Montaut, lascas de trufa negra de invierno, caviar imperial beluga, queso payoyo con tempura en Moët Chandon Rosé, pan brioche con semillas de amapola y oro fino comestible de 22 quilates. Y para ensartar todo este lujoso emparedado, un palo con incrustaciones de Swaroski, para que nada se desmorone.”, según consta en la página del establecimiento, situado en el paseo marítimo de Málaga.
Si estuviéramos en un mundo en el que sobrara de todo, no hubiera desigualdades ni hambrunas, tampoco pandemias. Si no hubiera guerras, refugiados, crisis climáticas, …, podría tener algún sentido que algunos millonarios se gastaran casi dos mil euros en una hamburguesa. Pero en una situación como la actual, con una crisis económica galopante a consecuencia de la pandemia, miles de personas en las colas de los comedores sociales y riesgo de nuevo confinamiento, ofrecer este tipo de productos considero que es una ofensa a la dignidad humana y denota, como mínimo, una falta de pudor irritante. En estos momentos no vale todo para relanzar la economía. Usar la publicidad para esto es simplemente inaceptable, pues humilla a miles de necesitados.
En el informe del Relator Especial sobre la extrema pobreza de la ONU sobre su visita a España realizada en febrero de 2020, presentado al Consejo de Derechos Humanos en su 44º periodos de sesiones del 15 de junio al 3 de julio de este año, se indicaba que la economía española (antes de la crisis del COVID-19), cuarta de la Unión Europea, había experimentado un crecimiento constante desde la crisis, propiciando una disminución del desempleo y un aumento de los salarios y las exportaciones. Sin embargo, la recuperación había beneficiado principalmente al estrato más rico de la sociedad y, en gran medida, los poderes públicos habían fallado a las personas que viven en la pobreza.
Los datos anteriores a la crisis por la actual pandemia nos decían que los indicadores relacionados con la pobreza, estaban entre los más altos de Europa, y eran alarmantes: el 26,1 % de la población y el 29,5 % de las niñas y niños se encontraban en riesgo de pobreza o exclusión social en 2018 . Más del 55 % de la población tenía alguna dificultad para llegar a fin de mes y el 5,4 % sufría de carencia material severa. La tasa de desempleo del 13,78 % representaba más del doble del promedio de la Unión Europea, y la situación de la población joven era particularmente dramática, puesto que el porcentaje de las personas menores de 25 años que no tenían empleo alcanzaba el 30,51 % . Las alzas publicadas en las cifras de empleo ocultaban también una de las tasas más altas de personas en riesgo de pobreza con empleo de la Unión Europea, ya que muchas personas tenían un puesto mal remunerado, a tiempo parcial o temporal y percibían un sueldo insuficiente a todas luces para atender sus necesidades básicas. Los índices de desigualdad eran terriblemente altos, y los correspondientes indicadores se situaban muy por encima del promedio de la Unión Europea.
A consecuencia del COVID-19, la situación se ha agravado aún más. Así, el 48% de los españoles tienen problemas para llegar a fin de mes y un 34% no cuenta con capacidad para hacer frente a los imprevistos. Las personas atendidas por Cáritas por la crisis sanitaria crecen un 57%, y el número de peticiones de ayuda a dicha organización se han incrementado un 77%. Solo 1 de cada 4 hogares se puede sostener del empleo. Pero no es sólo Cáritas. También desde Oxfam Intermon alertan de las enormes consecuencias sociales de los rebrotes y reclaman una reforma fiscal donde los ricos, especialmente los que han ganado dinero durante la pandemia, paguen más impuestos, para así reforzar los servicios públicos y los cuidados a terceras personas.
Con este panorama y una clase política empeñada en entorpecer aún más la situación, como es el caso de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que parece que no le importa que su comunidad pueda contaminar al resto de España, la pregunta que habría que hacerse es si queda algún millonario con ganas de comerse una hamburguesa de 2.000 euros.
Yo espero que no. Pero si lo hay, evidentemente será una persona que tenga el corazón más endurecido que el oro fino comestible de 22 quilates con el que le van a adobar el chuletón de rubia gallega de su asqueroso manjar. Y luego nos quejamos de que los desamparados de la tierra ocupen las viviendas de los grandes bancos y de las grandes fortunas. Poco sucede para lo que tendría que acontecer si los pobres del mundo no estuvieran tan adormecidos y adoctrinados por la sistemática propaganda “antisistema” fabricada por el propio “sistema”.
Desgraciadamente, le vamos a tener que dar la razón al sabio Einstein y aceptar que el problema del hombre no está en la bomba atómica, ni en otras armas de destrucción masiva, sino en su propio corazón. Quizás la actual enfermedad del mundo no sea el coronavirus, sino la falta de compasión hacia los problemas de los demás.
Eso mismo pienso yo . El problema no es tanto la estupidez humana a la hora de comer como la miopía egoísta a la hora de compartir. Creo que estos espacios de comida son un lugar magnífico de identificación de ciudadanos con una alta capacidad adquisitiva, como los estadios de fútbol,ahora vacíos, con entradas a 500€.Que mejores sitios para ver qué declaraciones de la renta hacen estos señores?. Sobre el daño medio ambiental ,que conllevan estos excesos, también debería ir un impuesto con el que reparar el disparate.
Gracias por tan inteligente y honesto artículo. Si solo una mínima parte de quienes tienen dinero para atragantarse con una hamburguesa asi pagarán los impuestos que deben, no habría necesidad de comedores socisles