Opinión

Hace un siglo: la Bauhaus

A lo largo de su existencia, el hombre – bien para guarecerse, resolver sus necesidades o establecer lugares de culto– ha realizado edificaciones o instalaciones bajo distintos parámetros de diseño.

Las diferentes épocas y culturas han plasmado en sus obras sus características diferenciales. En todas ellas cabe preguntarse: ¿Qué criterios han motivado las ejecuciones de las mismas?, ¿Han existido criterios de diseño que han llevado a los realizadores a hacer las obras de una u otra manera o imprimir unas singularidades al proyecto de las mismas? Hace años, en mi tesis doctoral, hice un análisis crítico de las teorías de diseño.

Limitándonos a la cultura occidental y partiendo del mundo clásico de Grecia y Roma, puede comprobarse que en la arquitectura griega se perciben algunas reglas objetivas, con analogía a las leyes de la naturaleza y particularmente a los conceptos de módulo y de proporción. En la arquitectura romana domina la estandarización en la construcción de las ciudades y de los edificios, así como la significativa triada de Vitruvio: firmitatis, utilitatis, venustatis, que pueden traducirse por solidez, comodidad o adaptación y belleza.

En lo medieval se proyecta de acuerdo con ciertas reglas dictadas por un “modelo divino” y con el entusiasmo que los constructores góticos sienten por la verticalidad.

En el Renacimiento, la figura humana se considera que representa el paradigma de la relación ideal entre las partes y el todo. Al tener conciencia de que el hombre está hecho a imagen de Dios, se infería que las proporciones de la forma humana eran reflejo de un orden divino y cósmico.

Pasando por el manierismo, el barroco y el clasicismo, llegamos a la segunda mitad del siglo XVIII con el Neoclasicismo, el Historicismo y los Rigoristas. La tendencia rigorista estaba caracterizada por el objetivo de la eficiencia estructural, al que siguió el de la eficiencia funcional. Supone el funcionalismo una ruptura con la tónica prerracional de adaptación a un modelo absoluto y también con la fijación de la armonía tan solo referida a la estabilidad. Esta teoría racionalista en el diseño se basa esencialmente en la idea de que la forma se subordina a la función.

La manifestación más significativa de las teorías de diseño basadas en la eficiencia funcional, tuvo su auge más notable en lo que se ha dado en llamar Movimiento Moderno o Estilo Internacional. En este contexto es apropiado realizar un homenaje a la emblemática Bauhaus, en el centenario de su creación, por su carácter pionero en la formación de diseño técnico y por la aureola mítica que la acompañó.

La fábrica educativa e investigadora del Movimiento Moderno nació en 1919 con el nombre de Staatliches Bauhaus de Weimar. La denominación de Bauhaus deriva del alemán bau, igual a construcción y haus, igual a casa.

Tuvo una corta vida – de solo catorce años– ya que en 1933 fue clausurada por las autoridades del nacional-socialismo hitleriano. Aparte de sus localizaciones geográficas, inicialmente en Weimar (1919-1924), después en Dessau (1924-1930) y finalmente en Berlín Steglitz (1930-1933) su andadura estuvo ligada esencialmente a las personalidades de sus tres directores: Gropius (de 1919 a 1928), Meyer (de 1928 a 1930) y Mies van der Rohe (de 1930 a 1933).

En abril de 1919, Gropius publica el Manifiesto Fundacional y un programa detallado, en forma de folleto de cuatro páginas. En el mismo se hace la aseveración: “… el último fin de toda actividad plástica es la arquitectura”.Como objetivos preconiza reunificar todas las disciplinas artesanales y crear la obra de arte unitaria. Es ciertamente el Manifiesto un texto expresionista, con características corporativistas-medievalistas, si cabe de inspiración masónica. No podemos entrar en una descripción pormenorizada de sus planes de enseñanza, únicamente puntualizar que impusieron un curso preliminar, tres niveles de formación y una coexistencia de la formación teórica y los talleres prácticos.

Durante el periodo de Gropius conviene distinguir por sus diferentes enfoques, la etapa de Itten, de 1919 a 1923, con tendencia místico oriental expresionista y la etapa de 1923 a 1928 con Moholy–Nagy inicialmente, al que algunos consideran el creador del “estilo Bauhaus”, y después con la inclusión de J.Albers, influida por la estética del constructivismo.

Con la dimisión de Gropius en febrero de 1928, se cierra una etapa de la Bauhaus – quizá la que ha sido más mitificada – y empieza una nueva de corta duración, de 1928 a 1930, bajo la dirección de Meyer. Esta época supone el paso del constructivismo al funcionalismo y, a juicio de muchos autores, el único periodo en que se empezó a impartir una enseñanza científica aunque, curiosamente, no está suficientemente valorada.

En 1930 los nazis cerraron la sede de Dessau y se trasladó a Berlín. Meyer fue sustituido por Mies van der Rohe hasta la clausura definitiva del centro en 1933. Dio un mayor contenido teórico a los cursos pero su etapa supuso un periodo de escasas contribuciones, tanto teóricas como prácticas, volviéndose a una concepción puramente formalista del diseño.

La heterogeneidad de la Bauhaus en sus planteamientos es criticada por muchos en cuanto a su función como escuela de diseño racional, pero para otros adquiere visos de leyenda y de mito.

De cara a su importancia para la enseñanza del diseño – ya sea para proyectos de ingeniería, de arquitectura, industrial o gráfico– debemos limitar la experiencia Bauhaus, quizá, a sus características de antiacademicismo y actitud real-utópica, además de la confianza y el optimismo en las posibilidades humanas racionales de diseño.

No cabe duda que – con independencia de las opiniones que se tengan sobre la Bauhaus– la institución marcó un hito revolucionario en la enseñanza del diseño, la arquitectura y el arte. Aunque solo sea por ello, merece el reconocimiento a los cien años de su nacimiento. No en balde la UNESCO, en 1996, la declaró, junto con sus sedes de Weimar y Dessau, Patrimonio de la Humanidad.

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