Después de ver lo que ha ocurrido esta semana en la política española, de contemplar impotente el espectáculo que se montaba en el Congreso de los Diputados para tumbar unos buenos Presupuestos Generales del Estado, y escuchar las declaraciones de unos y de otros, no me queda más que decir que es bochornoso que la política española esté en manos de auténticos “gamberros institucionales”.
Para mí este término se le puede aplicar a aquellos que no les importa el bienestar de sus conciudadanos, sino sus propios intereses partidarios y particulares. Lo importante era hundir a Pedro Sánchez y sus Presupuestos. Ni siquiera al Partido Socialista. El objetivo era Pedro Sánchez. Para ello, algunos, fundamentalmente la derecha, han practicado el filibusterismo parlamentario. Otros, los separatistas catalanes, han intentado sacar partido, además de monetario, como siempre han hecho, ahora, también judicial y político.
En los EEUU de América del actual presidente Trump, se practica mucho el filibusterismo. Incluso se cierra la Administración, o se decreta el Estado de Emergencia Nacional con tal de construir a toda costa el muro de la vergüenza. En nuestro país hemos aprendido a toda prisa. Aunque, vamos más allá. Algunos se dedican, simplemente, a insultar de forma gratuita e innecesaria al Presidente del Gobierno. Sí, al Presidente del Gobierno. Porque, Pedro Sánchez, objetivo de los insultos de todos los de derechas y de determinados poderes fácticos del pasado, sigue siendo el presidente legítimo del Gobierno de España y, por tanto, de todos los españoles. No lo olvidemos. Todos buscan el rédito electoral, sin importarles las formas. La frivolidad, la ignorancia y la estupidez dominan todo el espectro político español. También la “mala leche”. Es el esperpento elevado a la máxima potencia.
Pero, con lo que me he quedado más perplejo han sido con las declaraciones de algunos de los acusados en el famoso “procés”. Y de otros, que de momento no lo están (imputados), pero que representan a las instituciones estatales en Cataluña. Me refiero al “Honorable” Torra. Quizás, cuando algún día lleguen estos casos a las universidades del futuro, los chavales no saldrán de su asombro. No es posible ser más cínicos, ni más perversos. Justamente cuando escribía estas líneas, venían unos amigos de muchos años a vernos y me comentaban, entre lágrimas, cómo su hija, inmunóloga en un hospital catalán, había tenido que renunciar a su plaza allí, a consecuencia del boicot que le habían hecho de las instituciones catalanas a cuenta del idioma. Esta situación, que ya la viví en mi paso laboral por Navarra, es terrible. Y mis amigos han sido y son unos luchadores de izquierdas de toda la vida.
Como digo, me he quedado estupefacto al escuchar a Oriol Junqueras en su famoso “monólogo del hombre bueno”. No quiso responder a las incómodas preguntas del Fiscal. Se mostró como pacifista, estudioso, temeroso de Dios, incapaz de ejercer cualquier violencia, como un “amante de España”. Y después de todo esto, volvió a decir, una vez más, “Votar no es un delito”. ¡Claro!. Votar no es un delito. Hacerlo forzando las instituciones, consultando lo que no se puede, preguntando a unos (los catalanes) y no a otros (el resto de las partes interesadas) sobre la independencia, sí lo es. El problema es que ellos lo saben. Conocen perfectamente la Constitución Española, con todos sus defectos y virtudes. Saben que los gobernantes no pueden saltarse sus normas, salvo que quieran acabar en la cárcel como ellos. Y, pese a ello, insisten. Es una estrategia que los lleva a ninguna parte, pero que es letal y nociva para todos, pues nos conduce al hastío, al aburrimiento, al abandono de la política como ciencia para solucionar los problemas de los ciudadanos. Son conscientes de que están dinamitando todo el Estado de Derecho y que nos están conduciendo a la radicalidad, al enfrentamiento, al oscurantismo. Esto es lo auténticamente grave. Ni siquiera las urnas ilegales que colocaron.
Después llegó el turno de Forn, el jefe de los Mossos. Su defensa fue más estudiada y profesional. No me lo creí. Como no se lo creyeron, supongo, los miembros del Tribunal, ni los miles, quizás millones, de españoles que le escucharon. Lo suyo en el famoso día del referéndum independentista fue una auténtica pantomima y chapuza legal. Efectivamente fue el papel más difícil de todos. Querer que se celebrara el referéndum, pero ser el jefe de la policía que había de impedirlo, debió de ser complicado. Digno de estudio por los expertos en esquizofrenia.
Si estos independentistas buscaran conquistar la independencia mediante el uso de la fuerza, posiblemente tendría una explicación. Una lógica. Pero, pretender hacerlo desde las instituciones de un Estado de Derecho que está construido para que no se produzca, es una osadía, además de una temeridad. Y sobre todo un abuso de la paciencia y la buena fe de los ciudadanos, que asisten como rehenes de un espectáculo endiablado que nos está conduciendo a la desestabilización y al desastre. Esta es la auténtica responsabilidad de todos los que han diseñado esta estrategia, que la Historia debería de juzgar.
Como en otras ocasiones, prefiero proclamar desde estas páginas mi confianza en el pueblo español. Estoy plenamente convencido de que la decisión que tomen no nos llevará a una situación de la que tengamos que arrepentirnos. Por mi parte, voy a pelear para que triunfe la razón frente a la involución. La democracia, frente a la barbarie. La solidaridad, frente al egoísmo. Y, ante todo, para que prime el dialogo frente a la crispación. Para ello, las opciones son muy pocas.