A la entrada de la ciudad marroquí de Castillejos, fronteriza con Ceuta, cinco autobuses aparcados junto a una gasolinera esperan a ir llenándose con jóvenes para ser alejados de allí. "Esto es lo normal, la novedad es que ahora son marroquíes", comenta un empleado manguera en mano, acostumbrado al goteo constante de inmigrantes persiguiendo el sueño español.
Dos semanas después de que miles de jóvenes, la mayoría marroquíes, trataran de cruzar a Ceuta siguiendo una llamada por internet, Castillejos vive en un estado social de tensión marcado por un verano en el que ha visto a miles más lanzarse al agua para intentar llegar al otro lado de la frontera.
Desde la pandemia, el consiguiente cierre de la frontera con Ceuta y su reapertura en 2021 sin consentir ya el contrabando de productos con España -del que vivía gran parte de la población de Castillejos-, los vecinos de esta ciudad han ido viendo cómo sus jóvenes pasaban de llevar una vida desahogada a no llegar a fin de mes.
A ellos se sumaron el pasado 15 de septiembre al menos 3.000 venidos de todo Marruecos para intentar cruzar a España, un intento que fue reprimido por las autoridades, que ahora refuerzan la frontera ante posibles nuevas intentonas como una, con escasa repercusión, convocada para este 30 de septiembre.
"La emigración es un fenómenos estructural en la historia de Castillejos, pero la novedad es que hasta los vecinos participan ahora en ella. El mar nos trae los cadáveres de los que se lanzan al agua e intentan nadar ese kilómetro para llegar a Ceuta", explica Mohamed Azuz, portavoz del Ayuntamiento de Castillejos.
Azuz recuerda cómo el día 15 se produjeron altercados entre los inmigrantes y las fuerzas de seguridad, que han creado, dice, "un ambiente de tensión, miedo e inestabilidad".
"No es aceptable que Castillejos se convierta en una base internacional de la emigración de marroquíes, subsaharianos y argelinos, que la ciudad tenga que estar rodeada", añade en referencia a las filas de cientos de metros de vallas que, desde agosto, forman una barrera a lo largo del paseo marítimo para impedir que nadie llegue al mar.
Ese mes, la ciudad fronteriza vivió episodios de emigración masiva cuando cientos de jóvenes, algunos menores, se echaron al mar para nadar hasta Ceuta. Según datos del Ministerio del Interior marroquí, las fuerzas del país magrebí impidieron en agosto a 11.323 emigrantes entrar en la ciudad española.
Aunque este verano ha cobrado una nueva dimensión por los llegados de otras partes de Marruecos, la emigración de los vecinos de Castillejos se ha convertido en habitual desde la supresión del contrabando y los visados especiales que les permitían entrar y salir en Ceuta y trabajar allí, muchas veces en la economía sumergida. "Antes íbamos a Ceuta dos o tres veces al día y ahora los jóvenes se tiran al mar para llegar", se queja Azuz.
Uno de los que pasó de vivir del contrabando a querer emigrar es Karim Naser, joven de 26 años que tiene desde 2017 un pequeño puesto de galletas y chocolates en el mercadillo de Castillejos. Con el contrabando, explica, ganaba 5 dirhams (46 céntimos de euro) por cada caja de galletas que vendía, pero ahora solo gana uno. Cobraba entre 200 y 300 dirhams al día (18 y 27 euros) y ahora, se queja, 70 (6,5 euros).
En 2020 resolvió emigrar y trató de hacerlo en patera con otros diez vecinos, pero una mafia estafó 2.000 euros a cada uno. "Estuvieron a punto de matarme con unos machetes", relata. En 2021 y 2022 lo volvió a intentar, pero le arrestaron. "Si surge una oportunidad, no la voy a dejar escapar", asegura.
En Marruecos, un 55% de los jóvenes de entre 18 y 29 años ha pensado en emigrar, según una reciente encuesta del Barómetro Árabe, y el paro juvenil es del 48,8%, dice el banco central marroquí. Hay 1,5 millones de jóvenes que no tienen ni estudios, ni trabajo, ni formación.
"Antes emigraban los subsaharianos, pero ahora son mayoría los marroquíes", constata Zakaria Zarrouki, que ha fundado en Castillejos la asociación Irtiqa para concienciar a los niños de que no abandonen el colegio ni recurran a la emigración.
En la gasolinera, un autobús alberga ya a una veintena de jóvenes en espera de ser alejados. Según los agentes que los custodian, son todos mayores de edad y todos marroquíes sin contar a un bangladesí. Fueron detenidos cerca de la frontera por intentar cruzarla, pero su presencia en Castillejos no es algo fuera de lo normal. Lo nuevo es el color de su piel.
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