D. Manuel Fraga Iribarne era, de por sí, una figura excepcional, una fuerza de la naturaleza, un manantial de energía. Es ley de vida, pero parece mentira que una persona así haya ido decayendo físicamente hasta extinguirse. Fraga estuvo en Ceuta, en viaje oficial, cuando comenzaban los años 60 del pasado siglo, siendo Ministro de Información y Turismo. Como tal, se había propuesto dotar a esta ciudad de un hotel de primera clase, encargando esa misión a la ya desaparecida “Empresa Nacional de Turismo” (Entursa). El propósito de su visita era recorrer la antigua Maestranza de Artillería, con sus famosas bóvedas, para comprobar ”in situ” la idoneidad del emplazamiento previsto. Por aquel entonces, yo era Teniente de Alcalde de Obras, y como tal formé parte del nutrido séquito que acompañó al Ministro en su citado recorrido. Mi edad rondaría los 28 años, mientras que la de D. Manuel –como todos lo llamaban- apenas habría llegado a los 40. Cuando subimos a la muralla –que tiene una continua, aunque leve cuesta desde el Foso hacia la bahía sur- el grupo iba unido, y en cabeza el Ministro, que pegó la hebra conmigo, interesándose por temas históricos locales y por los problemas que afectaban a Ceuta. Era tal su energía, que solamente yo pude seguir su ritmo, de lo que me dí cuenta cuando llegamos al final de la Muralla, al comprobar que el resto del séquito se encontraba subiendo aún a algo así como cuarenta metros detrás de nosotros. El Hotel se hizo, y eso se lo deberá siempre Ceuta a Fraga.
Luego, en los albores de la transición, vino aquel error garrafal del tristemente famoso “Libro Blanco para la Reforma Democrática”, no escrito por él, pero sí patrocinado y prologado por el propio Fraga. En dicho libro se contenían unas inadmisibles propuestas relativas al futuro de Ceuta y Melilla, que dieron lugar al rechazo de los habitantes de ambas ciudades, hasta el punto de que aquí tuvo lugar una multitudinaria manifestación, reprimida al final, de modo incomprensible y violento, por los todavía “grises”. D. Manuel Fraga procuró salir al paso del referido error declarando su firme voluntad acerca de nuestra españolidad y ofreciendo, si las circunstancias lo demandaban, la presencia en persona del Teniente Fraga para defendernos. Teniente, cuando por aquel entonces los universitarios solían hacer lo que se llamaba “IPS” (Instrucción Premilitar Superior), de la que salían con el grado de Alférez, tras dos veranos de campamento. Pero Fraga, número uno en las oposiciones a Letrado de las Cortes con 23 años; número uno de las oposiciones al Cuerpo Diplomático poco después; Catedrático de Universidad por oposición, y tantas otras cosas más, no se había conformado con ser solamente Alférez. Había llegado, todavía no sé cómo, a Teniente. Siempre destacando.
Su fuerza mental era tal, que –como pude comprobar cuando fui Diputado en la I Legislatura (1979-1983) las ideas le venían a la mente con mayor rapidez que las palabras, de manera que a veces hablaba comiéndose la mitad de éstas. Pero se le entendía. Mi Grupo parlamentario era el Centrista, distinto del suyo, y en determinada ocasión ambos subimos a la tribuna, en un debate sobre temas de Ceuta y Melilla.
Creo que fue el famoso 23-F de 1981, muy de mañana, cuando me encontraba en la biblioteca del Congreso, leyendo el recién publicado Diario de Sesiones, en el cual aparecía una errata que tergiversaba el sentido de cierta frase pronunciada por Calvo-Sotelo la anterior semana, dentro del debate para su investidura. Frente a mí, enfrascado en la lectura de otros documentos, estaba el propio Fraga. Al observar la citada errata, le hice una leve observación al respecto, sin mencionarla expresamente, y D. Manuel me respondió que ya la había visto. La tinta del Diario estaba aún fresca, pero Fraga se lo tenía leído desde bien tempranito. Sus directos colaboradores hablaban siempre de la gran capacidad de trabajo que poseía y de su costumbre de madrugar y hacerlos madrugar a ellos.
Se produjo esa tarde la intentona de golpe de Estado. Tras haber dormido varias horas en mi escaño (algo que pocos lograron), me despertaron precisamente las voces de D. Manuel pidiendo salir de allí, a una temprana hora del día 24 de febrero de 1981, voces por las que Tejero ordenó que se lo llevaran a otro lugar del edificio. “Bueno, me voy, pero que conste que me ha puesto Vd. la mano encima”, dijo Fraga, a lo que Tejero respondió: “La mano no, las dos”. Así andaban las cosas durante el fallido golpe.
Fraga volvió a Ceuta, como Presidente de Alianza Popular, en la campaña electoral de 1983, en la que yo figuraba como candidato por la Coalición “AP-PDP-PL”, una campaña cuyo resultado supuso el triunfo arrollador del socialismo. No puedo olvidar los inmerecidos elogios que me dedicó en público, refiriéndose al hecho de que, siendo miembro del Grupo Centrista (el del Gobierno) había antepuesto mi postura de defensor de los intereses ceutíes, manteniendo en el hemiciclo un enfrentamiento con el entonces Ministro de Hacienda, García-Añoveros, respecto de las negativas repercusiones que sufriría Ceuta en el caso de plasmar en realidad la idea del ejecutivo que presidía Adolfo Suárez con respecto a la apertura de la verja de Gibraltar. Lo cierto es que, “por fas o por nefas”, aquel Gobierno no llegó a abrirla, aunque después lo hizo el de Felipe González, sin adoptar la más mínima compensación para nuestra ciudad.
Al final, y ya como Presidente Honorario del refundado Partido Popular, Fraga tuvo la satisfacción de ver como las candidaturas de su formación política triunfaban ampliamente en Ceuta y en Melilla, tanto en las elecciones generales como en las autonómicas.
Con sus innegables claroscuros, D. Manuel Fraga ha sido una personalidad de las grandes en la política española del siglo XX. Descanse en paz. Aunque eso de descansar no iba precisamente con su manera de ser.