La primera imagen que se proyecta sobre los militares es la de la batalla o el desfile. Sin embargo, en los entresijos de las operaciones, existe un lado humano que pasa desapercibido. Las instantáneas tomadas por José Camacho rompen con esa fotografía. Este miércoles las ha enseñado en Ceuta en la sala polifuncional Teniente Ruiz.
La exposición recoge momentos cotidianos conjuntos durante una misión en Afganistán en 2011. A pesar de ser meros desconocidos y de las diferencias iniciales, pronto surgió la camaradería entre ellos. “Éramos uña y carne”, ha comentado el autor de la muestra.
Su lente no quería recoger escenas bélicas o castrenses. Pretendía captar los almuerzos, las charlas y esos momentos de cercanía. “Allí salió, en paralelo, nuestra vida”, ha mencionado. “Estábamos allí con ellos. A mis compañeros, les decía, pero ¿habéis estado con un afgano? ¿lo habéis olido?”, ha manifestado como indicador de la proximidad que los conectaba. Convivían en muchos ámbitos y se amoldaban los unos a los otros.
Durante el acto de inauguración, ha trasladado los aspectos más llamativos que todavía permanecen en su memoria. Presentado por Rafael Pasamar, coronel y director del Centro de Historia Militar, Camacho, teniente coronel del Ejército de Tierra en situación de reserva, ha explicado diferentes detalles de cada toma. Verticales u horizontales, en blanco y negro, han dibujado unas facetas más desconocidas por la ciudadanía.

Sentimiento compartido
Ha relatado que, a pesar de tener diferentes formas de vida, en ese viaje se percató de que las personas comparten mucho más de lo que parece. “A pesar de ello, también son humanos”, ha expresado.
“Son gente primitiva en el sentido de que es necesario ganarse su confianza”, ha destacado. “Le daban mucho valor al honor. Vivían con conceptos que la ciudadanía ha perdido”, ha incidido. “Muchas veces preguntaba a Abdul que si quería que su nieta estuviera subyugada a un hombre que la maltratase o que estudiara para estar bien. Me respondía que prefería lo segundo”, ha narrado.
A su juicio, esa clase de detalles le dieron a entender que, al menos en aquel 2011, existían incipientes de cambio respecto a ciertos derechos sociales o en torno a la mujer. “Había una progresión hacia un futuro prometedor”, ha detallado el teniente coronel del Ejército de Tierra en situación de reserva.
Valores
“No solo era una unidad de logística, se aprendía también. Ellos, por ejemplo, no dejaban solos a sus ancianos. No los abandonaban. Se iban de vacaciones y los llevaban con ellos”, ha recalcado. Sin pretenderlo, los españoles que partieron hacia Afganistán, también obtuvieron sus propias lecciones vitales de esa vivencia entre militares.
Ya pasado el tiempo, se ha preguntado que habrá sido de aquellas personas. Ha reflexionado sobre el cambio que ha sufrido el país y se ha sorprendido solo de planteárselo.
Recorrer estas escenas ha sido una oportunidad para ver “el paralelismo que hay entre nosotros y ellos” y “observar sus miradas en el retrato, la humanidad que existe en eso”.
Parchís y paella
Cada rostro presente en las fotografías esconde una historia o un breve momento de intimidad. Han impresionado imágenes como la del soldado que juega al parchís con las pistolas en la mesa a centímetros de las manos.
Esa jornada se dio parte de una posible amenaza de una autoinmolación. Pasaron una noche entretenidos con el juego. Aunque estaban a kilómetros de casa, la llama del hogar permanecía en ellos. Los militares, de vez en cuando, hacían paella tal y como han plasmado las instantáneas.
Desde Abdul, que ante Camacho lloró por la muerte de su caballo, hasta el intérprete que un día salió por la puerta y no volvió, todos fueron piezas esenciales dentro de un nutrido puzle. Ha recordado las rutas por vehículo en las que se exponían a la muerte o cómo rezaba el sargento Amín, un hombre soltero al que le querían buscar pareja, eso sí, hazara como él.
No se ha dejado en el tintero tampoco a Ahmad, que, a sus diecinueve años, era el lazarillo del idioma para el grupo llegado desde la Península. Era el traductor que manejaba español y un gran fan de Torrente.
Despedida
La despedida tras siete meses de operación está aún en su mente. Camacho ha trasladado que, en ese momento, hicieron una buena labor. “Nos comunicaron que pensaban que nosotros éramos honorables. Que tanto los hombres como las mujeres que habían estado allí eran personas respetables”, ha explicado.

Esas palabras se adentraron en su fuero interno. Le proporcionaron una gran satisfacción tras acometer la tarea. “Eso tiene mucho más peso que las medallas o reconocimiento que me puedan dar. Fue de las experiencias más gratificantes de mi vida”, ha indicado.
Lo que comenzó como una actuación y un deber, se transformó en una fuente de saber y de fraternidad. Aunque les tiene perdida la pista, los guarda en su memoria con cariño.
Contexto
Camacho fue enviado junto a sus compañeros para enseñar a organizar un ejército. Afganistán por aquel entonces formaba su propio cuerpo nacional de soldados. “Un grupo, entre los que yo mismo estaba, fue a militarizarlos y entrenarnos”, ha expuesto.
“Era un tanto confuso todo aquello. Había muchas personas. Algunos habían luchado. Incluso estaban entre sus filas guerrilleros o afganos que habían batallado entre ellos. Estaba todo mezclado”, ha apuntado.
Ha estimado que, aquel conjunto de razas, entre las que existían ciertas rencillas o normas, era un espejo de la complejidad económica y social de aquel lugar tan lejano para aquellas treinta personas.
Los batallones, que se dividían en los llamados kandak, eran el campo de trabajo de esos españoles que viajaron a territorio desconocido. No solo fue eso. Fue también el nacimiento de una hermandad.





