Este Gobierno, tan aficionado a encuestas que es, debería replantearse si de algo sirve un debate que parece moverse en un universo paralelo al de las preocupaciones de los propios ceutíes.
Al margen de los partidos políticos y de los medios de comunicación, creo que poco interesa a la ciudadanía el análisis que sobre la situación de Ceuta se puso encima de la mesa durante la jornada de ayer, desde la mañana y hasta entrada la tarde.
Los plenos se han convertido en esos foros de exhibición política en los que se logran acuerdos básicos que luego no se ejecutan, o en los que los líderes se miran su propio ombligo para enamorar a la cámara, creyendo que tras la pantalla miles de personas analizan cada detalle.
No. No es así. Y ese rechazo es preocupante. No es siquiera natural que la sociedad recele de quienes han sido elegidos democráticamente para llevar las riendas de su pueblo. No debería ser así. El político nunca debió perder la figura de persona cercana a la gente cuyo único oficio es el de sacar adelante propuestas para mejorar su tierra.
Lejos de eso, entre propuesta y propuesta, se cuelan intereses particulares/partidistas (en el fondo es lo mismo) o se invierten horas en echarse en cara unos a otros lo que hacen o dejan de hacer. Eso sin contar cuando los espacios de debate terminan sirviendo únicamente como nicho de reproches y celos.
Durante todo el viernes se celebró un pleno que debía analizar al detalle el estado de una ciudad siempre expuesta a riesgos. Cabría valorar cuantos ceutíes siguieron la sesión plenaria con interés y cuántos ni siquiera tuvieron en cuenta lo que se estaba abordando.
Quizá en esos resultados obtendremos la respuesta a la funcionalidad de un sistema que parece quedarse arcaico porque entre todos hemos terminado rebajando la fuerza que tuvo eso de gestionar lo público y hacer política en mayúsculas.